ENTRE EL RUIDO Y LA MAREA
Ignorancia tendenciosa

Santiago KovadloffPor: Juan Terranova. El amplio y complejo debate sobre la Ley de Medios se está volviendo arrasador. Su corpus presenta, más allá de la concreta propuesta de ley, una numerosa cantidad de aristas, demasiados reflejos, desviaciones, actores, implícitos y consecuencias. El asunto, como una bola de electricidad, parece exceder las aptitudes profesionales de muchos comunicadores, que curiosamente, esta vez, quedan a ambos lados del mostrador que divide la redacción de la vida civil. Hoy, en ese contexto, son tanto Logos como objeto, crítica como protagonista. Todo esto hace que rápidamente resalten los intentos simplificadores, las manijeadas de titulares catástrofe y el grosso modo. En relación a la Ley de Medios la siempre pretendida y nunca obtenida objetividad periodística parece imposible, incluso ahí donde, por lo general, mesurar los ángulos de la enunciación es habitual. Así, la riqueza de este tema mayor de la agenda nacional tiene un raro efecto literario, el narrador demasiado rápido se vuelve personaje y enseguida ideólogo o conspirador. El 2009 trajo, entonces, la carta-bomba de la Ley de Medios con la que pasará a la historia política argentina. De entre el ruido y la marea, rescato un sola página, menos con ganas de hacer un aporte clarificador que con intención de señalar filiaciones evidentes. 

Una llamada a medianoche


La Nación publicó  hace algunos días una entrevista que Susana Reinoso le hizo al filósofo-periodista Santiago Kovadloff. El empujón necesario, la noticia que abre y define el diálogo son los “mensajes intimidatorios” recibidos por el entrevistado. La escena de violencia, armada con claridad y sin roces, refiere a momentos muy claros de la inflexión entre la política y el ámbito de lo privado. El teléfono suena en el domicilio del intelectual y el hombre en cuestión recibe la llamada amenazándolo. La falta de solidaridad por parte de sectores allegados al gobierno introduce la sospecha. ¿Hay un complot? Por supuesto, la llamada es anónima. Pero con muy poco se encuadra a los responsables. 


Entrevista con el filósofo

¿Qué sigue luego de la denuncia? Lo que sigue son ideas ampulosas, fatalistas, tautológicas, que intentan imponer un heroísmo intelectual y anacrónico. Frases como “la muerte consistiría en callar” y “La renuncia a mi condición de escritor y al ejercicio de la crítica sería como destituir mi identidad” llaman la atención por su pomposidad. Por otra parte, la insistencia en el ejercicio de la crítica nos habla de una posición poco clara, tomada a medias. ¿Kovadloff necesita reafirmar su posición ontológica? En el fondo, el filósofo, al que no debemos confundir con el desafortunado personaje que soporta la risa de la muchacha de Tracia, parece intentar convencerse a sí mismo de quién es y por qué hace lo que hace. Más allá de esto hay tendenciosas animaladas capusottianas. A saber: “Con la ley de medios, el objetivo oficial es hegemonizar la palabra pública y lograr que el discurso único impere en la sociedad argentina”. En este sentido, la entrevista a Kovadloff podría ser leída como un escalón más en la evolución discursiva de la Doctora Carrió. El filósofo se ubica lejos de la barricada televisiva. En la foto que ilustra sus declaraciones aparece con una pintura abstracta a sus espaldas, inequívoco signo de La Cultura. Pero todos los ingredientes del arrebato están ahí, equivalentes uno a uno. Ni si quiera se priva de meter un poco de paranoia de aires brechtianos cuando aclara: “Quien piensa que nunca será afectado, termina siendo la siguiente víctima”.

Retóricas de la convivencia

La cito otra vez: “Con la ley de medios, el objetivo oficial es hegemonizar la palabra pública” dice Kovadloff. La frase, rotunda, niega de una manera tan clásica las funciones legislativas del parlamento y los sectores políticos pero también el esfuerzo de muchísimas agrupaciones sociales, que es difícil tomarla en serio. Que se use el verbo “hegemonizar” puede sonar raro si no se sigue leyendo la entrevista. Más tarde, ya no se trata de las menciones del autoritarismo o las cansadoras asociaciones, por burdas e imposibles, entre este gobierno y una dictadura. En estos veinticinco años de democracia las discusiones se construyeron, a veces, con los mismos argumentos desde sectores opuestos. Evitando el argumento ideológico, el escenario político abundó, por ejemplo, en acusaciones de “corrupción” cruzadas. Nosotros somos garantistas y honestos, y son los otros los que fomentan y permiten el robo. Pero en algo acierta de forma rotunda Kovadloff. Cuando dice “El discurso progresista enmascara otro conservador y fuertemente reaccionario” no se deberían tomar sus palabras a la ligera. Ni siquiera porque después agregue: “El Gobierno tiene miedo de la palabra dialógica”. El miedo es una acusación demasiado pesada para hacer con tanta liviandad. Desde siempre existen lugares comunes discursivos propios de la política. Las coyunturas los adaptan, los regeneran y los ponen a circular en boca de enterados y legos, güelfos y guibelinos. Reconocerlos, evitarlos, tematizarlos es el gesto que inicia el verdadero diálogo. Esa y no otra debería ser la primera denuncia.

{moscomment}