NOBEL DE LITERATURA 2009
La excelencia subjetiva

Herta MüllerPor: Juan Terranova.  La rutina del Nobel este año dio poco. Cosecha magra que no sorprende, el premio fue para la bastante desconocida aunque altamente enigmática Herta Müller. Su nombre suena a novela de espías, pero desconozco a qué suenan sus libros. Así las cosas, los libreros más avispados y responsables saldrán a conseguir sus libros, y queda claro que muchos financistas culturales perdieron, una vez más, la posibilidad de hacerse un verano no programado. Si el premio cayera como maná del cielo en las manos de Vargas Llosa, por poner un destino ya tan clásico como improbable, más de un operador de bolsa literario lograría pagar sus deudas y salir del eterno rojo que tiñe sus esperanzas. Por su parte, los lectores mundanos ganaron un nombre para sus conversaciones de sobremesa y una incógnita más para el gran agujero de sombras incompletas que es la cultura universal. Ahora bien, intentando saltar por arriba del caso, Andrés Hax, lejos la mejor pluma del suplemento Ñ, redactó una breve y perspicaz columna de opinión sobre el tema. El titular, sugestivo, se pregunta “¿Para qué sirve el Premio Nobel de Literatura?” Vale la pena detenerse en ella.

Quién es quién

El juego de nombres e interrogantes (“¿Qué tienen en común León Tolstoi, James Joyce, Marcel Proust…”) y contra pregunta (“¿Qué tienen en común: Bjørnstjerne Bjørnson, Rudolf Eucken, Carl Gustaf Verner von Heidenstam…) que usa Hax para abrir su columna es eficiente pero también un poco tramposo. Y Hax lo sabe y lo dice. Sin embargo, la trampa merece análisis. El Nobel es un premio que se da sobre el presente, sobre la materia opaca y poco confiable de la contemporaneidad. En la mano contraria, los libros se hacen con el tiempo y las lecturas que logran y se almacenan como capas geológicas. ¿Podían premiar los suecos de la década del 30 a Kafka que apenas había publicado? Las biografías y los recorridos de las obras varían y resultan, en este caso, determinantes. Por otra parte, es fácil poner en cuestión los anillos de las camarillas y el poder literario, pero es muy complejo proponer un modelo alternativo que los reemplace. La idea de “situación presente”, este carácter de expedición sobre la selva de lo contemporáneo, la tensión que se genera entre el humanismo y el ahora, es una de las grandes virtudes del premio. Resignarla, haciéndolo retroactivo, sería empobrecerlo.

Ciencia y legislación

Hax retoma las diferencias entre los premios que se dan a las ciencias y los que se dan a la literatura. Yo pregunto: ¿existe un mito del premio Nobel? No es sólo el dinero, ni el prestigio, ni las ediciones de tapa dura, ni nada de todo ese protocolo de triunfo y éxito que administran los suecos los fines de año. En su columna, Hax rodea la idea, pero no llega a enunciarla. ¿Para qué sirve el Nobel de Literatura? Creo que sobre todo sirve para armar una agenda de lectura global sobre el territorio siempre resbaloso de la ficción y aquello que llamamos “creatividad literaria”. Ese es su secreto. Para eso sirve. Lo logra a medias por supuesto. Pero tampoco lo subestimemos. Algo de magnetismo tiene la idea de que es posible encontrar una “verdad literaria” para todos, como la encuentra, con sus dificultades de comunicación, la ciencia. En ese plano reside su poder y también, por supuesto, el ventilador que le da aire a las violentas críticas que recibe.

Subjetividad

Más allá de todo, entonces, el Nobel se para sobre su propio mito y desde ahí  desarrolla una idea de legislación universal de la creatividad. De costado, pasa el mensaje, tan desparejo y necesario, de los Derechos Humanos. Y no pocas veces acompaña la elección del premiado con una estética flan-socialista. La respuesta a la pregunta “¿para qué sirve?” sería: “Para crear una idea supra, un punto de apoyo ecuménico-literario”. ¿Es necesario? No lo sé. Y la realidad, por su parte, dice otra cosa. Hax lo sabe y escribe con precisión: “La excelencia en la literatura es subjetiva”. Una sola frase derriba la estructura legal del Nobel. Pero no por eso la hace menos atractiva. Al contrario. La subjetividad nos interesa siempre. Tanto como los forceps que se le imponen. El Nobel de Literatura juega ese juego y abre el libro de quejas para todos los lectores-usuarios. Por supuesto, sería interesante y sorprendente que en algún discurso de aceptación, el premiado agarre el micrófono y diga: “Con perdón de las mujeres presentes…”, etcétera. No creo que eso ocurra. Sin embargo, estamos demasiado mal acostumbrados a la adrenalina eléctrica de la sorpresa. También en Herta Müller, quiero creer, hay abismos y tierra firme que merecen ser transitados.

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