MURIÓ JOSÉ SARAMAGO
Requiem para un portugués

José SaramagoPor: Juan Terranova. A los ochenta y siete años, murió José Saramago y eso significa, para los argentinos, que Clarín se quedó sin figurón y para los portugueses la pérdida de su único premio Nobel. Una vez, en una entrevista a Le Monde Diplomatique, Saramago, que jamás citaba a Marx, dijo que era un “comunista hormonal”, por lo cual se entiende que su posición política –muy poco evolucionada pero muy eficiente a la hora de la pose– era más la de un “comunero”. En esa línea, corría por izquierda del humanismo europeo y, cada vez que podía, recordaba que sus abuelos y sus padres habían sido campesinos y que cada tanto, sobre todo en invierno, su familia dormía con los chanchos. Pero de su vida política real poco se sabe o al menos poco se comenta.

La relación de Saramago con el periodismo cultural, en especial en la Argentina, era nostálgica, muy solida en lo residual. Se lo veía siempre como el hombre que narraba una juventud perdida, el resignado fatal pero nunca fatalista, más lucido que lúcido poeta de los arrabales de occidente, nunca de los arrabales del mundo. Su palabra era la “palabra ética” que todos los lectores de suplementos literarios buscan y necesitan para entregarse a la compra anual de libros, en especial a fin de año entre la navidad y las vacaciones. Insisto, a Saramago le sobraban contradicciones pero las escondía o las vendía muy bien. La crítica local lo validó menos que el periodismo y tuvo sus detractores. El snobismo intelectual porteño no admite un monstruo libresco que hace convivir prosa prolija, éxito mediático y declaraciones pedestres.

Su obra es otro asunto, mucho más complicado. Entre sus novelas, conviven narraciones atractivas con bodrios insoportables. Ensayo sobre la ceguera, pese a su evidente parábola moral, se deja leer con placer. Saramago narra bien y mezcla aventura y experimento formal a partir de una premisa: de golpe nos quedamos todos ciegos. Al lado está El Evangelio según Jesucristo, donde se intenta desafiar al Vaticano en su propio campo y el resultado es un libro apelmazado, gruñón, ignorante y aburridísimo. (Norma Mailer repetiría la idea de que hable Jesús con otro libro recontra fallido titulado El evangelio según el hijo.) ¿Entrará Saramago en la nómina de Nobeles Desconocidos? ¿Lo olvidaremos, olvidaremos sus libros, sus cruces con la iglesia, sus quejas, sus anteojos culo de botella y lo cubrirá el polvo como a Grazia Deledda y Jaroslav Seifert? Hay preguntas mejores para hacerse. Digo: ¿qué es lo que se muere con Saramago? Sin duda, un pedazo, ni el peor ni el mejor, del siglo XX. Ernesto Sábato, mientras tanto, sigue aguantando en su casa de Santos Lugares.

{moscomment}