TELARAÑA CONCEPTUAL
El Gran César, una vez más

AiraPor: Juan Terranova. Me escribe un amigo: “Recién leo tus columnas sobre Aira, las del verano. Estuviste muy duro. Aira también es un escritor político.” El subrayado es mío. La palabra “también” es la clave. ¿Realmente estuve muy duro? Vuelvo a mis columnas. Las reviso, leo un poco acá y allá. Es posible que haya estado duro. ¿Pero no era un poco la idea? ¿No se trataba de romper la telaraña conceptual del Doctor Aira? ¿O es imposible intentar una desconfianza inteligente? “Inteligente” resulta en este contexto una palabra ambigua. El reloj de la ironía siempre hace tic-tac en Buenos Aires.

Potencialidad

Le respondí a mi amigo su mail y cruzamos algunos comentarios sobre el libro Las vueltas de César Aira de Sandra Contreras: “Sí –me dijo–, el prólogo donde hace la comparación entre Aira y Piglia es excelente pero el resto del libro parece escritor por el propio Aira”. En su libro Seis propuestas para el próximo milenio, Italo Calvino retoma la operación borgena de poner la lectura como gran productor literario de sentido enfrentada a la más pedestre y menos sofisticada escritura.  En el segundo ensayo, titulado Rapidez, después de decir que nace con Borges una literatura que podría ser llamada “potencial”, el italiano cita el famoso cuento de Augusto Monterroso: “Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”. (“Yo quisiera preparar una colección de cuentos de una sola frase, o de una sola línea si fuera posible” escribe Calvino.) El ensayo es excelente. Pero el cuento más breve de la historia de la literatura no es tal. No hay construcción narrativa ahí. No es un cuento, es un fragmento, una línea, un epigrama moderno. El secreto –no tan secreto después de todo– es que puede ser leído como una narración.

El lugar de la crítica

La lectura es el arte de la torsión y la distorsión. Podemos leer el manual de un electrodoméstico como si fuera una épica griega, pero Aquiles no es una licuadora. En nuestro caso, la política, que está latente, “de forma potencial” diría Calvino, en todo lo que nos rodea es mucho más fácil de leer que, por citar algo, los deseos homosexuales o la apología de las drogas –dos grandes paranoias críticas, más ligadas al ámbito de la música y el rock, por ejemplo, que a la historia de los libros. (Pero tampoco hay que descuidarse porque cada tanto algún scholar formado en Illinois saca de la galera una lectura trans del Facundo.) Lo que puede ser leído está más en nosotros que en lo que leemos. Por eso cuando escribimos nuestras lecturas, el género  se llama “crítica literaria”, no hacemos otra cosa que ordenar una parte de nuestra biografía y, por supuesto, también de nuestras opciones políticas. Pero esta verdad no borra, ni tiene el poder para borrar, la materialidad de los textos.

Operaciones

Dentro del corpus de los libros de Aira es posible hacer una división con la batuta política. Algunas obras, como Ema, la cautiva, La luz argentina, Canto Castrato o La Liebre, no sólo operan sobre la tradición literaria, sino que también sostienen ideas sobre la sociedad y el momento en que han sido producidas. (Por ejemplo, Canto Castrato fue publicada en 1984 con el advenimiento de la democracia.) Otros libros, como Las Venturas de Barbaverde, son menos susceptibles de ser leídos en la serie política, aunque esto no implica que esa operación de lectura no pueda suceder. Dependerá de la crítica, pero también de los lectores, encontrar las zonas más objetivamente políticas, o al menos, más fértiles a una lectura política, de la producción de Aira. El libro moderno es un artefacto que se tensa y se constituye con su uso social. Si los lectores, en los pasillos de las universidades y en las fiestas de fin de año, y los críticos en sus canales –ligados al mercado, a la academia o a la web– no ejercen este poder de transformar a partir de la lectura, esas zonas probablemente no existan o no terminen nunca de presentarse como tales.

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