ESCRITORES DE IBEROAMÉRICA EN BOLIVIA
Apuntes de mi paso por Cochabamba

afichePor: Juan Terranova.  Del 7 al 10 de julio de este 2010, año de la patria, el Centro Pedagógico y Cultural Simón I. Patiño me invitó a formar parte del VI encuentro de Escritores Iberoamericanos que se realizó en su sede de Cochabamba, Bolivia. Aquí unos breves apuntes de mi paso por el que es, quizás, uno de los encuentros más importantes y escondidos de la región.

Martes a la tarde. Ezeiza está vacío y la espera se hace corta. Ya en el Boing 737 de Aerosur, el piloto dice que las condiciones para volar son óptimas. Le creo. Escala en Santa Cruz, donde hace 31 grados y la humedad es del mil por ciento. Apenas una hora después, en Cochabamba, la ciudad del clima dulce, apenas pasamos de los 20 grados. Jackelinne Mejía me espera en el hall para llevarme a la ciudad.

Martes a la noche. En El Caracol sobre la calle España tomando algo con Diego Trellez Paz, Edmundo Paz Soldan y Liliana Colanzi. Tema de conversación: regresión a vidas pasadas, ovnis y culto aymara.

Miércoles a la mañana: Desayuno con Manuel Vargas, escritor villagrandino residente en La Paz. Me cuenta anécdotas de Víctor Hugo Vizacarra de quién fue editor y amigo: “Era muy tratable, excepto, claro, cuando tomaba mucho”.

Miércoles al mediodía: Conferencia de prensa en el Palacio Portales. Los invitados ocupan sus lugares en una larga mesa mientras los fotógrafos hacen su trabajo. Los roles se van acomodando. Adolfo Bryce Etchenique, el escritor consagrado, viejo, irónico, dedicado a recibir elogios sin malestar alguno. Ramón Rocha Monroy, el hombre que es Cochabamba, su picaresca, su anécdota y el guiño cómplice. Eduardo Scott Moreno, el citador elegante de humor serio. Manuel Vargas, el tímido y reconcentrado que escucha. Y Diego y yo vendríamos a ser los jóvenes inquietos, un poco torpes, que ya vienen disculpados de toda atrocidad. Alguien dice que falta una mujer en la terna. Alguien contesta que también falta un negro, un comunista y gay. “Si hay que sacrificarse, yo me postulo para los dos últimos” digo. Tema cerrado y almuerzo con escenografía de casamiento en los jardines.

Miércoles a la tarde: España deja afuera a Alemania y pasa a semifinales de la Copa del Mundo. Miro y comento el partido con el novelista Rodrigo Hasbun y con el analista deportivo y crítico literario Benjamín Santiesteban.

Miércoles a la noche. Eduardo Scott Moreno abre el encuentro con su ponencia “Los sentidos del absurdo” y sigue Diego Trellez Paz con “La risa doliente, humor y desgracia en la narrativa hispanoamericana contemporánea”. Después se sirve un vino en las elegantes terrazas del Palacio Portales.

Jueves de madrugada. Vodka y karaoke. Diego Trellez Paz canta Chica material a dúo con la escritora Liliana Collanzi.

Jueves a la mañana. Ligero apunamiento y contundente resaca. Mesa en la universidad de Humanidades. Bryce no viene y podemos hablar sin acartonamiento con los alumnos. Un poeta quechua se levanta y arremete con encendida arenga sobre los derechos de los idiomas minoritarios. Ramón Rocha Monroy cautiva al alumnado con sus anécdotas erótico-sibaríticas.

Jueves al mediodía. Almuerzo en el Tunari, con vista a la ciudad. Cada comensal recibe un pato completo. “Criado con malta, es pura carcasa, no se asusten” avisa, conocedor, Rocha Monroy. Igual, debido a que no nos encontramos en la reparadora llanura, me limito a comer la mitad. Bryce pelea su porción como un espadachín limeño del siglo XVIII mientras cuenta anécdotas de insomnio. Le pregunto a qué escritor le hubiera gustado conocer. “Conocí a  todos los de mi generación” dice. Rocha Monroy pregunta “¿Y a Quevedo? ¿Te hubiera gustado conocerlo?”. Y Bryce responde: “No, Quevedo no, pero a Cervantes sí”.

Jueves a la tarde. Siesta.

Jueves a la noche. Ponencias de Rocha Monroy, “Venturas y desventuras de un dactilógrafo” y de Alfredo Bryce Etchenique, “La suprema ironía cervantina”.

Viernes a la mañana. Me escapo de la organización del Centro Patiño y consigo llegar al centro de la ciudad caminando. Le doy un boliviano a un ciego que toca la Lambada en una esquina de la Plaza 14 de septiembre. Pasó por la librería “Los amigos del libro”. Tomo un té de coca en el Café París hojeando Sangre de mestizos de Augusto Céspedes.

Viernes a la noche. “Ahora qué hago” ponencia de Manuel Vargas, donde narra partidos de futbol imposibles y se ríe de los escritores comprometidos. Y mi ponencia, “Un boliviano, un judío y un argentino entran a un bar”, que tiene un buen principio y un final muy malo. Quise hablar de la brutalidad de los argentinos con respecto a Bolivia y fui preso de mis propios prejuicios. Me quedó una sensación ambigua. Para un porteño, Bolivia siempre va a ser difícil, una de las formas de la otredad más afiladas y raras de Latinoamérica.

Sábado a la mañana. Presentación de libros en el teatro al aire libre del Palacio. En el público, una pareja de viejos se protege del sol con un paraguas.

Sábado a la tarde. Tomo el avión a La Paz y veo Cochabamba desde el aire. Media hora después pasamos tan cerca del Ilimani que da la sensación que alcanza con sacar la mano por la ventanilla para tocarlo.

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