CONFERENCIA Y APUNTES |
Agnes Heller en Caballito |
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Garrick
Garrick tiene un bar adelante y una sala de teatro atrás. Es un lugar nuevo, funcional y cómodo. ¿Resulta raro que quede sobre Avellaneda, casi enfrente de la cancha auxiliar de Ferro, lejos del Abasto, Palermo y los circuitos culturales más instalados de la ciudad? No tanto. De hecho, su ubicación me resulta especialmente interesante. En la puerta, digo mi nombre y me dan una carpeta de prensa. En el espacio oscuro de la sala, esperando en el escenario, reconozco a Agnes Heller. Es una mujer mayor y para todos los que alguna vez estudiaron humanidades en la UBA, una vieja conocida. Al menos, un texto suyo sobre vida cotidiana se daba recursivamente en sociología, cátedra Balán, del CBC. ¿Bajarán desde el puente Cacho Saccardi y en manada feroz los alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras para venir a escuchar a esta mujer que supo ser una aplicada y conspicua marxista?
La companía
Con Heller esperan Professor John P. McGuire de Hofstra University y Doctor Martin Gak del Pratt Institute de New York. Se hacen las presentaciones de rigor y se enumeran los diferentes grupos o instituciones responsables del evento. Retengo al Centro de Estudios Filosóficos y Fenomenológicos Avanzados de Buenos Aires, cuya sigla es CEFFA y leo en mi carpeta de prensa algo llamado Philopraxis. La intención parece buena y resulta conocida. El discurso siempre a mano y siempre utópico de fundar una institución que no tenga los vicios de la institucionalidad, pero que tampoco dependa de aparato político alguno. Hay un antecedente de este “workshop”. Algo similar se hizo en el 2008 y al parecer en el 2009. Martín Gak dice que CEFFA es “una institución semi-flotante”, que hay que pensar sistemáticamente los problemas que nos rodean y que “el grupo es muy anal retentivo”. El ambiente es distendido, apenas crispado por la evidente admiración hacia Heller y el intenso entusiasmo de los organizadores.
La conferencia
Luego de las previsibles suspicacias sobre la expansión y el afianzamiento del psicoanálisis en Buenos Aires, los tres filósofos hablan de la ciudad como objeto de deseo internacional, sobre todo, por la variedad de lecturas que se hacen en sus claustros y la calidad de sus universitarios. Un tanto distante por una traducción simultánea que no siempre respetaba los tiempos adecuados, Heller dijo que había estado en Buenos Aires hace doce años enseñando con una recepción muy positiva. Enseguida se les pidió que hablaran de los temas de los “workshops”. Se citó entonces el matrimonio gay argentino y la prohibición de usar burka en Francia, como objetos de estudio de la “meta-ética”. El nombre de Georg Lukács, del cual Heller fue discípula, surgió en seguida. “Estoy en desacuerdo con todo lo que dice Lukács en Historia y conciencia de clase, pero es el único libro de filosofía marxista que existe” dijo ella y después agregó: “Todos los ismos perdieron su atractivo, el marxismo entre ellos”. Así, los hiatos se abrieron en todas direcciones. Heller estaba separada de sus acompañantes por un tema de edad pero también de recorrido vital. Ella fue marxista y quizás tironeada aun por la confusa década del 90 obvió en sus breves comentarios la mitad de los complejos pero vitales gobiernos de nuestra región, en especial los de Bolivia, Uruguay, Venezuela y Argentina, cuyas transformaciones en los últimos años han sido evidentes. De Obama dijo que no podía hablar mucho ya que ahora no vivía en los Estados Unidos, pero señaló que los presidentes “se mueven en un campo de poder muy duro, y no se les puede pedir que salga de ese entramado.” Más interés generó cuando dijo que en Hungría y en los países del Este el 25 % de los jóvenes politizados milita en la ultraderecha. En algunos momentos, Heller acertó el género conferencia de prensa. Por ejemplo cuando afirmó que “el capitalismo es revolucionario, el socialismo es conservador. No hay un capitalismo puro, siempre se transforma, es como un péndulo que va hasta el desastre y vuelve y se regenera a sí mismo”. También cuando surgió el concepto “autonomía del arte” fue taxativa: “No reconozco ese concepto como válido”. Luego, un periodista preguntó cómo se eligieron los temas de la agenda y por qué no estaban los medios de comunicación entre ellos. En general, cuando se empieza a hablar de medios y periodismo usando las herramientas de las humanidades –o su adyacente sentido común– todo se empobrece. Fue lo que ocurrió. Heller paró el carro señalando que hay muchos tipos diferentes de periodismo. Pero hasta ahí llegó el sentido.
Traducción
Señalo una incomodidad. El tema de la traducción no fue menor durante la charla. Heller es húngara y habló en inglés; John Maguire se mostró muy interesado en Buenos Aires como capital cultural pero también se expresó en inglés. Y tanto en los programas como en las hojas de prensa se citan las actividades como “workshops”, y aunque Martín Gak varias veces habló de “ateliés de metaética” la versión francesa no atenúa el desfasaje. Quizás la palabra “taller” no satisfaga las ambiciones de los organizadores o no alcancé el plus de sofisticación necesario para convocar a los scholars de Puán. O tal vez yo esté sobreinterpretando. Sin embargo, Heller dijo en un momento que si hablábamos de Marx había que leer a Marx y no a sus comentadores y refrescó una anécdota: “¿Cómo lee a Kierkegaard? Me preguntaron. Empiezo por la tapa y termino por la contratapa, respondí”. Sobria función entonces la conferencia de prensa del lunes. La certeza de que Heller fue parte y testigo de la historia del pensamiento del siglo XX no debe ser puesta en duda. La Buenos Aires como capital del conocimiento filosófico también es aceptable, sobre todo si se compara nuestra ciudad con los inmóviles y fríos campus norteamericanos.
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