MINUTO DE RUIDO/ |
Diario de lecturas (veinte) |
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Sábado.Hoy es 24 de marzo. Pongo en mi estado de Facebook: “Prefiero pensar a recordar”. Más tarde en un momento de debilidad aforística agregué: “El hombre que ataca y denigra con ingenio se autoriza cuando demuestra que también sabe elogiar de la misma manera”. Ah, redes sociales, tribuna de doctrina.
Domingo. Murió Antonio Tacucchi. Clarín en un copete dice que fue “uno de los mayoresescritores italianos contemporáneos”. Lo único realmente interesante de esta ligera nota, un suelto que no llega a ser necrológica, es que Tabucchi fue “hijo único de un vendedor de caballos”. Solamente un paisano puede tener una relación como la que él tuvo con Portugal y la figura y la obra de Pessoa. Pero también murió otro italiano, para mí mucho más importante. Vigor Bovolenta era un voleibolista de mi edad y había jugado con la selección italiana que ganó la medalla de plata en Atlanta 96. Hace unos días, se preparaba para sacar cuando les dijo a sus compañeros que lo ayudaran, que estaba mareado. Pero nadie alcanzó a socorrerlo. Se desplomó en la línea de saque y murió en el acto de un paro cardíaco. Había jugado quinientos cincuenta y tres partidos en la Serie A-1 de Italia. Estaba casado y tenía cuatro hijos. Me lo imagino, altísimo, con sus hijos y una pelota blanca, pensando en su futuro como armadores de la selección. Es triste. Pero creo que Bovolenta murió jugando, con honor, en la cancha. Respeto eso. Su muerte, trágica y melancólica, me hizo acordar al sensible minuto de ruido que le dedicaron, en junio del 2011, los motociclistas de todas las categorías del circuito de Valencia al piloto italiano Marco Simoncelli, muerto hacía unos días en el Gran Premio de Malasia.
Lunes. Uno no debería imaginar un papa móvil zombie antes de las diez de la mañana. El cuento se podría llamar “Habemus Zombie” y retratar a un grupo de afectados obispos que dan la orden de arrasar a las masas putrefactas pese a las órdenes del Vaticano que explícitamente dicen que todavía son seres con alma.
Martes. Un amigo me copia en un mail el pirulo detapa de Página/12 que se titula “Servilletas” y dice: “Bares y restaurantes de la provincia de Córdoba tendrán servilletas con el logo de Abuelas de Plaza de Mayo, en las que está impresa la frase Si tenés dudas sobre tu identidad, acercate a las Abuelas, con la dirección y el correo electrónico de la filial cordobesa del organismo de derechos humanos. La campaña Servilletas por la Identidad busca llegar de esa manera a los jóvenes que eran niños cuando fueron apropiados durante el terrorismo de Estado”. Me imagino a un negro cordobés sonándose la nariz o escupiendo en la calle y limpiándose con alguna de esas servilletas. La pregunta sobre la identidad manchada de grasa y mayonesa. ¿Quién no tiene dudas sobre su identidad?
Miércoles. La semana pasada me encontré con Patricio Pronque estuvo de paso por Buenos Aires. Almorzamos y me contó de un artículo que escribió sobre Aliocha Coll. Según Pron, Coll fue un autor hermético hasta lo ilegible. Escribió varios libros experimentales que, salvo una o dos excepciones, no se publicaron. Se suicidó en París, acosado por la depresión y una larga enfermedad a fines de 1990. En Wikipedia leo esto: “Carmen Balcells anunció que el 21 de marzo de 2012, de acuerdo a la voluntad de Aliocha Coll, se dará a conocer su testamento depositado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes.” ¿Qué puede decir el testamento de un escritor contemporáneo, difícil, suicida y desconocido? “Es imposible escribir, imposible dejar de escribir", parece que escribió Aliocha Coll en una novela titulada Atila. Pron dice, examinando la frase, “toda su literatura surge de esa contradicción irresoluble y aún está a la espera de sus lectores”. Frente a estas monstruosidades me siento un feliz panadero, un funcionario sin cartera, el crítico fragmentario, irresponsable, banal,escondido en los arrabales del mundo, un carpintero ingenuo y contento de su oficio. Desde luego, eso no me impide admirarlas.
Jueves. Parece que una vez Hemingway dijo: “Quedate siempre atrás del hombre que dispara y adelante del hombre que está cagando. Así te salvás de las balas y de la mierda”.
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