PENETRANTES EFECTOS/ |
Diario de lectura (veintidós) |
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Martes. Escribir ¿implica dejar de leer? Hago la pregunta no desde las más complejas operaciones mentales y psicológicas sino desde las meramente físicas y materiales.
Miércoles. Encuentro un titular español: “No debemos olvidar que este es un país pobre y cutre”. Lo dijo el escritor Eduardo Mendoza que publica El enredo de la bolsa o la vida. Es un enredo, digamos, muy actual.
Jueves. Ayer empezó el Bafici. ¿Cuántas películas son? ¿Cuatrocientas? Más de trescientas, seguro. Me hicieron el encargo de cubrirlo. Una parte. Todo es imposible. Viendo tres películas por día, tres, lo cual para mí es un montón, solo me acercaría al diez por ciento. Ni eso. Incluso me cuesta terminar de leer las sinopsis del catálogo. Una sinopsis, un fotograma, la biografía, muy breve del director, algunos datos más. Una atrás de otra. Qué raro es como género la sinopsis. Después de leer seis o siete uno empieza a encontrar las repeticiones y los trucos. No deja de ser placentero.
Viernes. “¡Leer es algo terrible!” La Nación publica un texto de Arno Schmidt donde se evalúa, ¿de forma irónica, no tan irónica?, los penetrantes efectos de la lectura. Empieza con esa frase “¡Leer es algo terrible!”. Se titula “¿Qué debo hacer?”. Schmidt recuerda en un momento del artículo a una novia que tuvo. Leía muchos folletines y tenía la cabeza llena de frases así “solitario, como vaga el rinoceronte" y también “intentaba mirar su blusa con la voluntad extinta”. Después agrega: “¡Yo mismo me pierdo el respeto cuando recuerdo esos días!”. Es una seguidilla interesante. Novia lectora, rinoceronte solitario, sensualidad extinta, perdida de respeto por uno mismo. Conozco todos los conceptos de primera mano y sí, leer es algo terrible. El texto está incluido en Meteoro de verano, publicado por La Bestia Equilátera, con traducción y prólogo de Gabriela Adamo.
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