SÍNTESIS Y EXPRESIVIDAD/ 
Sobre las señales de Herrera

libro/Por: Juan Terranova. Antes y después del Martín Fierro, en la Argentina hay una larga –a veces tediosa, a veces genial– tradición de literatura de frontera. Julio Schvartzman hablaba en sus clases de una frontera permeable, móvil, a veces incluso vaporosa. Antes del aterrizaje forzado de la modernidad, los soldados, los indios y sus caballos la llevaban con ellos según se movieran por el desierto. Sin embargo, el límite tangible, no siempre duro pero en determinados momentos impenetrable, era la lengua. Ahí sí se podía hablar de un filo, de una línea. Doble diferencia entonces entre México y Argentina. En México la frontera es legal, política, militar, mientras que la lengua se comparte. En Argentina, los blancos tomaron la palabra y la administraron para crear, contra el indio y el roto, un Estado y una Nación. Señales que predecerán al fin del mundo del mexicano Yuri Herrera se presenta como un relato de frontera, la tradición admite esta novela sin problemas, pero también es la actualización de lenguaje literario y funciona como una pieza más en el cuadro general del poderoso matriarcado latinoamericano. Lengua y femineidad, entonces, creciendo en el territorio siempre complejo de la frontera.

Si la historia que cuenta Herrera es simple –el viaje de una mujer mexicana hacia los Estados Unidos en busca de su hermano–, el final tiene sorpresa, habla de “los cambios de piel” y también conmueve. Makina, la protagonista, es un personaje en la serie de las mujeres fuertes. Ejecutiva, atractiva, seria, tiene miedos y los supera, acepta desafíos, triunfa o falla, aprende. Los demás personajes se van armando en su mirada siempre desconfiada. Herrera no necesita más de tres adjetivos para hacerle entender a su protagonista, y al lector, quién es quién durante su viaje.

Señales que predecerán al fin del mundo se constituye así como una narración de la síntesis y al mismo tiempo de la expresividad. Su lenguaje directo y contundente no es liso, tiene un pliegue pero es un pliegue no barroco, copiado de lo oral, un pliegue corto que llega de un habla. Herrera resiste la tentación de quedarse en su virtuoso manejo del dialecto. Su trama y sus personajes avanzan. Y en el centro de ese pliegue está Makina. Habla las tres lenguas de la frontera porque trabaja como telefonista. Este oficio le permite cierta introspección, cierto despegarse de las cosas y los paisajes, que la complejizan. ¿La hace más fuerte, mejor preparada para ese mundo? No lo sabemos. Podríamos decir a veces sí, a veces no. Sobre elfinal de viaje, sin embargo, va a pasar de la oralidad a la escritura. En un gestomoderno, lo que escribe la salva –y salva a otros mexicanos– al mismo tiempo que conforma un alegato, una autodenigración, una denuncia y una ironía. Sobre ese final, el libro –si no recuerdo mal, el único libro que aparece en la novela–debería haber sido una Biblia, no un libro de poemas. Es una lástima que Herrera le niegue la aspiración de la fe incluso a un personaje coral, tan secundario como un grupo de mexicanos ilegales o sospechados de ilegales. En todo lo demás es justo, con una justicia sensual y rica, nunca morosa, que disfrutamos y agradecemos.

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