ENTREVISTA CON ALVARO CARLOS OTERO/ 
Sobre el primer golpe

LA REVOLUCIÓN DE LOS PALANGANAS/Por: Juan Terranova. “En 1930, un movimiento militar puso fin a una experiencia democrática que apenas llevaba catorce años”, con esta frase abre Álvaro Carlos Otero su libro La revolución de los palanganas. 1930: el primer traspié de la Argentina democrática publicado por Capital Intelectual. No hay, quizás, mejor frase para describir de qué se trata la puntillosa y completa investigación de Otero. Dividida en tres partes bien diferenciadaS, La revolución de los palanganas nace como un recorrido por los diarios de la época y se nutre de materiales muy variados. Los lectores habituales del género se sorprenderán al ver la cantidad y diversidad de fuentes consultadas. Enla primera parte, Otero arma un cuadro de situación, fijando en 1928 el momento indicado para situar el comienzo del golpe del 6 deseptiembre de 1930”. Luego, el libro va y viene, crea un perfil de Yrigoyen, le dedica un capítulo a la Misión D´abernon pero sobretodo aporta una cantidad relevante de datos económicos que terminan de fijar un contexto y una situación. A fines de la década del 30, escribe Otero, “el potencial argentino era, prácticamente, equivalente a la suma del resto de los países sudamericanos”. Pero antes de entrar de lleno en la crisis y sus consecuencias, hay tiempo también para recordar el asesinato político de Carlos Washington Lencinas, la leyenda del “Klan Radikal” y el atentado que sufrió Yrigoyen a manos de un vaporoso anarquista italiano. Respetando todas las normas académicas, la escritura de Otero, sin embargo, no es fría, y se permite, aunque en contados momentos, el humor, evidentedes de el título. Todo esto hace de La revolución de los palanganas un libro de historia sintético, old school, que invita a discutir y da nuevas herramientas para hacerlo, mientras propone una excelente introducción al tema y se constituye como bibliografía indispensable. A continuación algunas respuestas del mismo Otero sobre el libro.

La revolución de los palanganas es muy sólido en su manejo de los datos y las conclusiones nunca son apuradas. Es difícil comentarlo. Todo parece estar ahí. ¿Cuánto tiempo le llevó escribirlo?

Hice la investigación siguiendo la colección de 1928 a 1930 de La Prensa. Hubo varios motivos para la elección. Primero, uno sentimental. Mi viejo trabajó en La Prensa desde antes de 1951 como corrector. Se fue por decisión propia cuando Perón se apoderó de la marca y se la pasó a la CGT (un momento en el que La Prensa perdió su más fabuloso mercado del momento, los avisos clasificados, a favor del recientemente creado Clarín). Corrimos la coneja unos meses, y mi viejo consiguió otro tipo de trabajo. Volvió en 1956 cuando repusieron a los Gainza Paz en la dirección. Yo también trabajé allí entre 1965 – ingresé un mes antes de que falleciera mi viejo – y 1967, y me formé muy bien como periodista, además de conocer un montón de gente muy amena, entre ellos tres escritores como Jorge Calvetti, Oscar Hermes Villordo y Antonio Requeni. Pero no es solo sentimental la cosa. La Prensa era en el tiempo que investigué el mejor diario de Buenos Aires por lejos. Tenía de todo. Lamento que la humanidad esté dejando de lado la lectura de diarios, por la aparición de otros medios, porque eran un formidable vehículo de cultura e inquietudes. Mi libro es un pálido reflejo del filón de la historia que fue La Prensa. La lectura me llevó aproximadamente dos años (había que trabajar para ganarse la vida). La Prensa informaba de todo con increíble minuciosidad, para un público que quería saberlo todo o casi todo. No había TV, con lo que escribían descripciones muy vívidas. La radio recién empezaba a difundirse, había receptores en hogares bastante pudientes aunque era popular, y lo publicado aunque era del día anterior era sorpresivo, a veces chocante, como lo debe ser la noticia. Lo más importante que me suministró la lectura atenta de la colección fue un esqueleto, eso que llamamos cronología. Se puede discutir si la historia debe ser mera cronología (creo que no), pero también creo que es indiscutible que en el cuerpo que llamamos relato histórico, la cronología es importante, casi vital, como la columna vertebral en los vertebrados, valga la redundancia. Además, el estilo aséptico de La Prensa ceñía la narración a los hechos, nada más que los hechos, por lo que permitía la valoración por parte del lector. Las mías, en una gran cantidad de casos, diferían de las que se advertían implícitas en el diario. Volcar el caudal de datos a la redacción final, tratando de que no se extendiera mil páginas, me llevó fácilmente un año. En total, estimo que se trataron de tres años intensos de trabajo y de vida.

Además de la colección de La Prensa, ¿qué otros elementos utilizó?

Ví parcialmente las colecciones de La Nación (en la biblioteca Tornquist del BCRA) y de Crítica (en la Biblioteca Nacional). Tengo un gran recuerdo de la cooperación del personal de las bibliotecas, pero también la desdicha de comprobar que la colección de Crítica de la Biblioteca Nacional ha sido depredada sin piedad por vaya uno a saber qué piratas. Faltaban, según me dijeron los bibliotecarios, las colaboraciones de Jorge Luis Borges, recortadas aviesamente, sin cuidar las páginas. Por eso se retaceaba la colección; alegaban que la habían mandado a una universidad de EE UU para microfilmar, lo que me molestaba superlativamente: debíamos haberla microfilmado nosotros, y en todo caso compartir con todo el mundo el resultado, multiplicando los microfilms. Pero no. Un elemento muy valioso fue el libro de Orona, uno de los oficiales golpistas, sobre el golpe. En particular interesante era la participación de Juan Domingo Perón, un joven capitán en ese entonces casado con Aurelia Tizón y con inquietudes culturales –compró por ese tiempo un cuadro de Stephen Koek Koek en un remate en Chivilcoy– que era oficial de enlace de los grupos golpistas. Y que fue el único oficial que cumplió la orden de Orona, alto jefe del Ejército después del golpe, de relatar en informes la participación de cada oficial en la sublevación. También ayudó la consulta de libros de anarquistas, socialistas, y radicales sobre aquel tiempo. Hubo un libro raro, firmado por unos supuestos “Diez periodistas argentinos” que prácticamente se  atribuían haber motorizado el golpe –la profesión tiene delirios de grandeza que la hace todavía más simpática– y que según me enteré después de la edición del libro, se debería especialmente a la pluma de Alfredo Bufano padre, poeta mendocino y periodista de La Prensa afín con el golpe. Yo conocí al  hijo en la redacción. Me faltaba encomiar la labor de los bibliotecarios, que fueron unos aliados indispensables para lograr esa característica de completo del libro que alaba y que mucho agradezco.

¿Cuál fue la motivación principal que lo llevó a escribir este libro?

En cada golpe de Estado crecía la sensación de estar viviendo un proceso más o menos continuo. Muchos coincidían en que el comienzo de ese proceso era 1930. Había cosas parciales, pero nada escrito en lenguaje moderno, no político, no económico, no sociológico, sino más bien periodístico, que describiese los sucesos. Ese nicho fue el que trate de llenar.

¿Cree que es un libro que faltaba?

Decididamente faltan algunos libros en la historia argentina. Falta por ejemplo un libro sobre 1943, no sobre el 45 que está magistralmente tratado por Félix Luna. Y que ha sido abordado por tantos otros. Falta un libro sobre 1955, pero no escrito por gorilas ni por peronistas. Un equivalente histórico a lo que en literatura hizo Sobre héroes y tumbas. Hace falta un libro escrito por un ciudadano que se ponga a investigar por qué estuvo la Argentina en la terrible situación de 2001 y quiera profundizar los orígenes. Hay en cambio bastante escrito sobre 1966, para cuya memoria recomiendo especialmente a Gregorio Selzer, uno de esos compañeros de lujo que tuve en la redacción de La Prensa, justamente. Faltaba un libro sobre 1930 que tratase de contemplar la totalidad de la escena, no sólo el punto de vista radical o el punto de vista conservador, afín con el golpe pese a que no era conservador como se ve en el libro.

El enviado de la corona británica Lord D'abernon es tomado como un personaje central en la primera mitad del libro. Se lo describe como un agente positivo y lo que ofrecía -sus ideas sobre cómo debía ser el intercambio entre Argentina e Inglaterra-, mejor de lo que luego resultó el pacto Roca-Runciman. ¿No se lo trata, a D'abernon, con demasiada benevolencia?

Lord D’abernon y su envío a la Argentina fueron un gesto para con un socio especial de Gran Bretaña que iba a ser perjudicado con el devenir previsible de los acontecimientos. Me refiero a que Londres, según percibía al estudiar el período, se daba cuenta de que los nuevos tiempos, al compás estadounidense, iban a un proteccionismo. Le interesaba la relación con Argentina, muy conveniente para ellos y conveniente con matices para nosotros, y le interesaba mantenerse en el primer plano mundial. De no haberse interpuesto la oposición bárbara de los conservadores y los antipersonalistas, apoyados por socialistas, en el Congreso, Argentina podría haber quedado mejor parada ante las preferencias imperiales que vinieron después. Canadá y Australia tenían un grado de desarrollo equiparable al de la Argentina en ese momento. La Argentina tenía la tercera parte de los automotores, la mitad de los teléfonos, más de la mitad de los rieles y ferrocarriles, de América del Sur. Éramos importantes, mucho más que ahora. Y la miopía conservadora nos aisló de las tendencias principales del mundo. Ojo, esto no quiere decir que todo era una maravilla: mis parientes asturianos dejaron carreras docentes en España (miserablemente pagadas y con represión política y religiosa) y vinieron a Buenos Aires a atender un almacén. Mi viejo, un pibe en ese entonces, dormía bajo el mostrador. Y había situaciones aún peores. Pero escuchando a D’abernon, sostengo, nos habríamos ahorrado algunos tropezones y caídas posteriores. Además, D’abernon era un tipo interesante, miembro de la generación de Keynes y Virginia Wolff, interesado al mismo tiempo en el arte, la política, la ciencia, la diplomacia y la economía. Brillante el hombre. Digno de que se le preste atención. Además, contra la opinión prevaleciente por desdicha en la Argentina, habló maravillas de Irigoyen. Ojo, al mismo tiempo visitó Uruguay y Brasil. Podría haber hablado también maravillas, hipócritamente, de todos los estadistas que entrevistó. Pero Irigoyen lo impactó tanto que dejó escrito su elogio en un informe oficial de la Corona. No es poco.

Previo a la “revolución” el libro describe un estado de violencia muy presente. Quema de trenes, asesinatos políticos, intentos de magnicidio, diarios con planteos furibundos, noticias que rozan la difamación. ¿Se trataba de una época más violenta que la actual?

Creo más bien que era una época similar a la actual, con otras tecnologías. Nihil novum sub sole, me enseñaron en la Facultad de Derecho. Nada nuevo bajo el sol, pese a que hoy hablamos con celular en plena calle, y entonces tener teléfono era privilegiado. Los 51 trabajadores muertos en el Sarmiento en la Estación Once equivalen a los ¿60? que murieron en aquel malhadado tranvía que acabó en el Riachuelo. Nada más que hoy había mujeres en el pasaje, porque trabajan a la par del hombre, y en aquel entonces por lo que recuerdo el pasaje era casi exclusivamente masculino.

El libro deja en claro que los “revolucionarios” eran unos improvisados, pero Uriburu logra convencer al vicepresidente Martinez de que él va a ser el beneficiado por el golpe. ¿No puede verse este logro de inteligencia como una muestra de habilidad política?

Hubo una preparación política hábil del golpe, aunque Uriburu repudiaba expresamente la participación de civiles por sus experiencias de 1890. Hay que tener en cuenta que era un grupo político formado en aquella revuelta bastante conectado entre sí. Irigoyen conocía a Lisandro de la Torre y a Uriburu (por eso hablaba de “palanganas” al referirse a él y otros dirigentes del golpe, porque sabía su chatura mental y sus grandes bocazas). De todos modos, hay constantes en la Humanidad que nos unen a Adán y Eva: ambición e ingenuidad se me ocurre que son dos.

¿Trabaja en algún nuevo libro?

Estoy hoy, jueves 10 de mayo, dando la última puntada a un libro sobre otro cortocircuito mayúsculo, el de diciembre de 2001. Y puedo llegar a una conclusión: los argentinos somos precarios en muchas cosas, pero somos maestros en el arte de sobrevivir.

Hipercrítico en Twitter:
http://www.twitter.com/hipercritico

{moscomment}