TU SILLA ANARQUISTA/ |
Diario de lecturas (veintiséis) |
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Lunes, más tarde. La noticia de la semana pasada es la historia del ruso Dimitri Kuvaldin que estuvo encerrado por treinta y tres años en una habitación. Su madre decidió recluirlo cuando tenía siete, porque unos pibitos rusos se habían reído de él. Tres décadas en una habitación de diez metros cuadrados en un departamento de la ciudad de Saratov, en el sur de Rusia. En el 2002, cuando su madre murió, Dimitri salió de su habitación. ¿Qué hubiera pasado si esos chicos no se hubieran burlado? Supongo que la hija de puta de la madre habría encontrado otra excusa. Ya libre, Dimitri trabajó como cartero, ¿para estirar un poco las piernas?, y recibió una modesta pensión por discapacidad. La nota que leo de un portal español cuenta que lo único que conserva de su encierro es su amplia biblioteca de ficción soviética y una excelente colección de autitos de juguete, “que siguen siendo sus pasiones”. La historia se conoció ahora porque Dimitri acepto contarla para un canal de televisión ruso. Si pasó treinta y tres años en su habitación y recuperó la libertad en el 2002, su madre lo encerró en 1969, cuando la Unión Soviética era la otra gran potencia y Estados Unidos ponía el primer hombre en la luna. Rara metáfora, la de un soviético separado de la sociedad por su madre. ¿Escribió Dimitri algo alguna vez aparte de leer sus libros? Es una lástima que la nota no precise ningún título. Y me cuesta pensar que nunca se le ocurrió una historia y decidió narrarla. Es tan perturbador pensar que escribió, mucho o poco, y nunca vamos a conocer lo que escribió, cómo llegar a confirmar que jamás se le ocurrió garabatear nada, un diario estático, un mapa de lecturas, una historia de ciencia ficción rusa donde los soviéticos ganan definitivamente la carrera espacial. El de Dimitri podría ser el caso extremo del lector total, preso sin condena ni crimen. La madre también es un personaje interesante, también extremo, una especie de madre borgeana heavy metal. Está la anécdota de Stalin. Parece que su madre era temible. Cuando Stalin le preguntaba por qué le pegaba tanto de chico, ella le respondía “Para que te hicieras tan bueno como eres”. Una vez, se dice, le preguntó a qué se dedicaba. “¿Te acordás del zar? Bueno, ahora sos tan importante como el zar” parece que le respondía, no muy felizmente, Stalin. Y la madre le decía “mejor sería que te hicieras sacerdote”. Del Soviet supremo al zarismo como patrón de reconocimiento y a la fallida carrera eclesiástica de Stalin en dos respuestas, y todo por la moderna autopista del edipo y el contra-edipo. Volviendo a Dimitri, hay revoluciones que duran menos, mucho menos, de treinta y tres años. Pascal escribió una vez que “toda la desgracia de los hombres viene de una sola cosa, que es el no saber quedarse tranquilos en un cuarto”. Siempre me pareció una frase estúpida.
Martes. Me escribe Fernando del Rio desde Mar del plata para avisarme que murió Alejandro Polinori, también conocido como HB Ruedas. Me pone triste la notica. En un mundo de personajes singulares, HB resaltaba. Ilustrador, mitómano, escritor, historietista, editor de fanzines, activista político, una enfermedad horrible lo había puesto en una silla de ruedas casi desde su nacimiento. Se abrió paso en la vida a fuerza de talento, inteligencia y perseverancia. Fue, no lo dudo, el mejor, el más temible, el más grande y conspicuo de los anarquistas de Mar del Plata. Fernando y Sebastián Chilano escribieron una novela donde lo retratan bien y que quizás sea, aparte de sus ilustraciones, el mejor trabajo con el que podamos recordarlo. La novela se llamó primero en la edición marplatense HB o la cola del lagarto y después Furca o la cola del lagarto, en su edición porteña. Le debo mucho a Fernando del Rio que me introdujo con una invitación hace ya un par de años al mundo de la Mar del plata fuera de temporada. Esa novela también está entre las deudas. Una vez que estábamos tomando un café en una librería de la ciudad –la librería en sí ya era algo: tenía una mezquita en el techo– y entró HB con su silla y algunos compañeros de Orejones del tarro, una revista que hacía en ese momento. Estuvimos charlando en los fondos del local y le compré un ejemplar de la revista. En lo que fueron unos cuarenta minutos de charla me contó de su participación en Cerdos y peces ilustrando cuentos de terror pornográficos y de cómo la toma de un teatro abandonado, de la que él fue parte, devino en un apocalipsis punk. Una tarde inolvidable para mí, y lo digo sin exagerar. Voy a rezar por él hoy. Ojalá, HB, llegando al cielo, puedas sacarte el gusto de pisar a uno o dos garcas celestiales con tu silla anarquista. Acá lo pueden ver y escuchar hablando de Mar del Plata.
Miércoles. Leo en The Guardian que se ofrece en un sitio de subastas digital una muestra de sangre de Ronald Reagan. El titular dice “Ronald Reagan's blood being sold to the highest bidder in online auction”. Me suena a verso de un poema perdido de James Ballard, a nombre de canción de Frank Zappa o Electric Six. Hay controversia, se dice que no es ético, nunca falta alguien cuando hay posibilidades de indignarse por algo. Pero no se habla del fetichismo que hay en el mundo católico por la sangre de Cristo ni se menciona un posible caso de vampirismo político. Un mal novelista usaría la anécdota para pensar una clonación o alguna otra estupidez parecida. Uno bueno se detendría en la burocracia médica visible en la etiqueta del tubo que se subasta, donde es posible leer el nombre del ex presidente, un montón de números, entre los cuales, supongo, se encuentra la fecha de extracción, y el dato “Aaron presidential suite”. ¿Los presidentes se sacan sangren los hoteles? También podría remontar la genética de Reagan e internarse en la genealogía de esas células invernadas, o intentar recomponer cómo llegó eso a ser noticia y a ofrecerse en una subasta. Atrás de esa sangre hay muchas cosas, muchos hombres y mujeres. Los laboratoristas. Los médicos. Las enfermeras. Los asesores de imagen. Los ministros. Pero clones no, aunque sí aceptaría un hombre desesperado por conseguir ese líquido para hacer magia negra. Finalmente, muchos secretos y tramas de novelas de espionaje pueden especularse a partir de un poco de sangre. Pese a la democracia occidental, los lazos de sangre todavía son fuertes. La nota de The Guardian trae un recuadro donde se repone la tradición de venta de partes humanas de los grandes genios de la humanidad. Un dedo de Galileo. El pene de Napoleón. Un diente de Lennon. No sé qué hace Reagan cerca de esa gente.
Jueves. Leo una lista de fobias que encuentro en la web. La leo como un largo poema paranoico ordenado alfabéticamente. Cada verso es una historia, como un caleidoscopio aberrante. Copio la parte de la A.
Ablutofobia: Miedo a lavarse o bañarse.
Aeronausifobia: Miedo a vomitar.
Alektorofobia: Miedo a los pollos.
Alliumfobia: Miedo al ajo.
Amathofobia: Miedo al polvo.
Anthrofobia: Miedo a las flores.
Apotemnofobia: Miedo a personas con amputaciones.
Aulofobia: Miedo a las flautas.
Aurofobia: Miedo al oro.
Aurorafobia: Miedo a las auroras.
Viernes. Apatir de la historia de Dimitri, armo una serie. Leo una nota no tan vieja que dice que detuvieron a un hombre por haber encerrado en su casa a su mujer durante siete años. Al lado de la historia de Dimitri pierde impacto. Lo siniestro acá lo pone la relación de pareja convertida en una relación de dominación. ¿Alguien tiene algo para aportar? La pareja tuvo cuatro hijos. Al parecer a la mujer la encontraron por Facebook. Fue en Guernica, provincia de Buenos Aires. Al rato, otra nota donde se informa que un hombre de la ciudad palestina de Kalkilia, al norte de Cisjordania, mantuvo encerrada a su hija durante nueve años en uno de los baños de su casa. Desde los once hasta los veinte en un baño. Los vecinos hicieron una denuncia y la policía intervino. O sea que la chica pasó la adolescencia entera encerrada mirándose en un espejo, bañándose, haciendo ejercicio en el suelo de baldosas frías. La de Dimitri me sigue pareciendo la mejor historia, la más melancólica, la más sostenidamente trágica, la menos arrebatada.
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