NACIDOS CON EL SIGLO XXI/ 
Editoriales digitales

kindle/Por: Juan Terranova. Después del 2001 y muy cerca del 2003, en Buenos Aires empezaron a surgir una cantidad de editoriales que se pueden agrupar bajo el rótulo de “independientes”. Los nombres se conocen. Su praxis también. Pertenecen, de hecho, a una larga tradición. Un grupo de amigos ligados de alguna forma al campo cultural, por lo general escritores, fundan un sello para editar obras, a veces propias, a veces ajenas, que de otra forma -ellos lo consideran así- no circularían ni se darían a conocer. Su idea no es fundar una empresa que genere dinero. No los motiva el lucro. Tienen otra fuente de ingresos. Ganan dinero con otros trabajos e invierten en este sello al que por lo general definen como un proyecto de rasgos más o menos altruistas, más o menos narcisistas. (Aunque lentamente se irán dando cuenta de que una empresa que da pérdida no es algo fácil de sostener y que tanto el altruismo como el narcisismo tienen un límite.)

No creo arriesgar mucho si digo que estos pequeños editores nacidos con el siglo XXI aprendieron un oficio antiguo, fabricar libros y comercializarlos, a medida que lo hacían. ¿Se trata de la peor o la mejor forma de aprender algo? Como fuere, es difícil, o muy costoso, aprender a leer mientras se está atento a que los márgenes sean los correctos y que el plastificado de la tapa mate no corra los colores de la impresión. Pero se puede. Digamos así, casi al borde de la mentira, que estos editores independientes resultan muchas veces más osados y corajudos, más emprendedores y arrojados, que buenos lectores. Luego, arriesgo que la totalidad de estos nuevos editores desconocía de forma completa lo que significa llevar un negocio. Eso por no señalar que los hombres que leen o dicen leer libros suelen ser bastante tarambanas para todo lo demás, más aun si son jóvenes.

Al mismo tiempo que estos personajes se lanzaban sin las herramientas conceptuales indicadas a la aventura de la edición, la web empezó a funcionar cada vez con más claridad dentro de las cabezas de los hombres. Como antes el cine, la TV y el cable, Internet recortó un pedazo del tiempo que le dedicábamos a leer en papel. Fue sin duda un pedazo importante. La lectura forma parte del hábito de la banda ancha y compite directamente con el material impreso, sean libros, diarios, revistas u otros soportes.

¿Cómo reaccionaron las editoriales independientes frente a este hecho que les resultó y les resulta contemporáneo? Abrieron sitios webs con sus novedades, administraron blogs para recoger lo que la prensa decía de ellos, compartieron capítulos de sus libros en pdf. Digamos que incluso los más evolucionados siguieron pensando Internet como un medio para promocionar sus libros en papel.

Algo importante de señalar es que estas editoriales en su mayoría no eran lo suficientemente inteligentes para forjar alianzas con críticos que se ocuparan de escribir y examinar lo que ellos publicaban. (No hablo de crítica adicta. Se sabe: una reseña negativa también es validante en la medida en que siempre es subjetiva y el verdadero fracaso lo constituye la indiferencia.) Pero estas editoriales independientes, que llegaban a vanagloriarse de su militancia cultural, no lograron crear lugares de discusión ni libros que discutieran sus productos ni trabaron alianzas en ese sentido. La relación entre las muchas y buenas revistas web y las editoriales independientes nunca fue pensada ni racional. Los editores independientes corrieron y corren atrás de los grandes medios y sus suplementos culturales, demostrando que su independencia era y es relativa. Piensan y pensaron, con una ingenuidad admirable, que los libros por el solo hecho de existir encontrarían sus lectores. Pero el dinero, mejor dicho su falta, y el papel argentino subiendo de precio como todos los commoditys, cada vez los condicionan más. (Escribo usando el pasado y el presente porque esto ocurrió y al mismo tiempo está ocurriendo.)

Desde hace un tiempo hubo un corrimiento significativo en el uso de las pantallas. Ya no domina el paisaje digital la computadora familiar del living o la máquina profesional de la oficina. Los dispositivos se hibridaron con teléfonos, se volvieron transportables. Ahora tenemos el Kindle, las tablets, los I-phones, etcétera. La lectura también circula por ellos a gran velocidad. La industria de la música ya hace años tuvo que reordenarse frente a esta masificación tecnológica. Los medios audiovisuales siguen sufriendo estas transformaciones. La piratería, la democratización y el acceso son discusiones diarias. Las redes sociales ya están como item imprescindible en la agenda cultural.

¿Qué pasa con el mundo editorial? No deja de sorprenderme la falta de editoriales digitales que reemplacen en la cadena evolutiva a la editoriales independientes. Las prestaciones son evidentes. Las herramientas digitales permiten minimizar costos y llegar a muchos lectores. Con Facebook y otras redes sociales como lugar de distribución, los e-books podrían dar la vuelta al mundo en horas. El capital que se necesita para empezar es casi nulo. También se podrían hacer híbridos entre papel y formatos digitales. Las formas de financiamiento anticipado, tipo Crowdfunding, todavía no se exploraron al máximo de sus capacidades. Hay mucho para aprender, para trabajar, muy poco para perder. La crítica, en esta instancia, se hace todavía más necesaria, casi imprescindible. ¿Quién, si no, pondrá orden –o al menos creará una necesaria fantasía de jerarquización– en el caótico océano literario de la web? Sin embargo, las editoriales independientes no pegan el salto a lo digital y se abroquelan en el objeto libro de papel, que desde luego sigue teniendo más prestigio pero no necesariamente más importancia en la campo cultural. De hecho, probablemente tenga el prestigio de aquello a lo que no se tiene acceso directo.

Por todo esto creo, ¿como no creerlo?, que la relativización de las editoriales independientes como actores literarios de importancia está cerca. Hasta ahora fueron imprescindibles, pero eso va a cambiar. No van a desaparecer pero si no mutan a editoriales híbridas o con una propuesta digital más consistente caerán en la obsolescencia. El Kindle, dentro de poco, va a ser más popular, barato y mejor. El libro, que desde luego tampoco va a desaparecer, cada vez se parecerá más a un objeto de lujo. Los precios de hoy van en esa dirección.

“No existe un contexto que no sea digital” dice Rafael Cippolini en el último número de la revista Sauna. La frase es categórica. De cuánto la escuchen los jóvenes y arrogantes editores de los sellos independientes, de cómo la entiendan e interpreten depende el destino de buena parte de la edición de calidad en la Argentina.

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