LIBRO SOBRE DISCAPACIDAD MENTAL/ |
Retratos de mogólicos adultos |
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El epígrafe de Castelnuovo que usas para abrir el libro es muy sugerente. ¿No tan distintos puede ser leído como políticamente incorrecto?
Primero, me permito unas palabras sobre Castelnuovo: su libro Larvas fue fundamental para que pudiera escribir No tan distintos. Leí la primera página y lo cerré porque me manijeó demasiado, me hizo dar cuenta que era posible contar con palabras propias un mundo muy particular, en su caso, muy marginal. Castelnuovo, durante 1931, fue maestro del Reformatorio de Niños Abandonados y Delincuentes de Olivera (en esa época los internaban juntos, eso aparece en la crónica de Montes de Oca). Y su modo de contar ese mundo (al que él no quería pertenecer, pero no le quedó otra, porque no tenía un laburo mejor) fue una guía: desde la primera página tiene un humor que raspa. A su vez, tenía mucha empatía con los alumnos y dialogaba con ellos. Una voz parecida fui desarrollando en NTD. Agradezco, entre otras cosas, a María Moreno por la recomendación de ese libro.
Sobre lo incorrecto, no puedo más que preguntarte qué sería lo políticamente correcto. Las políticas actuales del Gobierno de la Ciudad con respecto a la discapacidad mental, a los hospitales psiquiátricos, ¿son políticamente correctas o incorrectas? ¿Sirven estas categorías, por ejemplo, para analizar cómo queda expuesta en pantalla la chica con síndrome de down en lo de Tinelli? Intenté mostrar cómo los mismos temas que nos atraviesan a todos (estudiar, tener un trabajo, coger, vacaciones, la familia, los amigos), también atraviesan a los adultos con discapacidad mental. Y cómo se las ingenian para conseguir esos objetivos.
Un gesto de incorrección política podría ser, por ejemplo, cuando, como docente, doy a entender que mis alumnos me agotan haciendo siempre las mismas preguntas. ¿Pero a qué docente no le sucede eso? ¿Por qué no le va a pasar a alguien que trabaja con adultos con discapacidad mental? ¿O acaso vamos a creer que siempre, todos los días, en todas las clases que tuve con ellos, aprendí algo nuevo? Cuando se instalan esas ideas, como que todos los chicos con down son súper cariñosos, o que puede aparecer algún chispazo de genialidad, no hacemos más que idealizarlos, más que alejarlos. Ya no están a nuestra altura, no nos podemos parecer a ellos. Son ESPECIALES. Y no es tan distinto todo.
De alguna forma vos como docente participás de tu propia crónica, ¿en qué habría cambiado si hubieras observado y no participado?
Me imagino que me sentiría menos involucrado en el tema. No es lo mismo ir a observar cómo trabajan en una institución que tener un grupo a cargo. El laburo en el taller, sostenido en el tiempo, me permitió desarrollar una mirada sobre un tema al que nunca me había acercado. Gracias a ese trabajo los escuché hablar mal del matrimonio igualitario, por ejemplo. Eso sí que es incorrecto: adultos con discapacidad mental diciendo que sienten asco de los hombres que se besaban. Yo los escuchaba y no lo podía creer. Les discutía, les pedía que argumentaran su posición y ahí se armaba un diálogo al que, quizás, no hubiese llegado si sólo hubiese observado.
¿Qué fue lo peor de escribirlo? ¿Qué fue lo mejor?
Lo mejor fue escribirlo. Nunca me concentré tanto para algo en mi vida como para este libro. La temática de por sí es complicada y te presenta preguntas éticas en cada esquina. ¿Hasta dónde contar, por ejemplo, en la escena en la que un adulto con discapacidad mental, que sobrevivió al holocausto, está internado en terapia intensiva? Es una invitación al patinazo. Le subís a la perilla equivocada y podés ser horrible, por lo pornográfico, amarillo, sensiblero.
¿En qué trabajás ahora?
En dos libros que van a salir el año que viene y armando una revista acá, en Berlin, donde estoy viviendo, si sale esa doy la vuelta en el estadio Olímpico.
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