SOBRE EL LIBRO HISTORIAS DE DIVÁN
El psico-verso novelístico de Rolón

Historias de divánPor: Juan Terranova. Estás en la librería. Tenés años de contarle a tu analista de la calle Charcas tus imposibilidades, tus miedos y esas situaciones ridículas en las que se te para el pito en el colectivo. También tenés un par de pesos y los querés invertir. Estás por agarrar Historias de diván de Gabriel Rolón de la mesa de best-sellers locales. Te lo recomendaron o una amiga de tu mamá lo leyó y dijo que era “maravilloso”. Acercás la mano al primer ejemplar de la pila. Y es entonces cuando tendría que sonar la sirena. Pero no pasa nada. Nadie te mira. Dos personas hablan y se ríen en la caja donde pagás y te dan una bolsa de plástico blanca que tiene impresa la cara de James Joyce. Te sentís insignificante. Pero eso no es lo peor, lo peor es que acabás de comprar un libro horrible. Tampoco es tan grave, pero cuando lo hojeás la sensación de estafa que te aparece en el fondo del cráneo no te la borra ni Lacan, aunque hagas tres sesiones por semana.

Llame ya

“Cada vez que suena el teléfono de mi consultorio –escribe Rolón–, sé que del otro lado de la línea alguien me está pidiendo ayuda.” ¿Nunca lo llaman para ofrecerle la tarifa plana de Telefónica? Una mujer le cuenta, con algunas vueltas, que su marido la quiere dejar. A ella le cuesta admitirlo, decir que no se quiere separar. “(…) No puede enfrentar este rechazo –escribe Rolón–. Sin embargo, va a tener que hacerlo. Y aunque esto sea precipitarla en un abismo de dolor, no voy a tener más remedio que empujarla hacia la verdad y acompañarla”. A uno le dan ganas de decir: “Precipítela tranquilo, Doctor. Y si la va a acompañar, tírese usted también”. No digo que no haya buenas historias en el psicoanálisis –hay buenas historias en todas las confesiones–, pero una porción del atractivo de espiar en el consultorio se agota en la acción de espiar. Lo interesante es eso, espiar. Para el caso, yo preferiría hacerlo en una carnicería, en una peluquería o en el despacho de un ministro.

Licuado de brócoli

Más allá de las implicancias ético-profesionales de contar en un libro –o decir que se cuenta– las historias de sus pacientes fuera de un contexto académico y sin fines pedagógicos o ensayísticos, Historias de diván naufraga no tanto en su falta de interés como en el tratamiento que el autor le da a las historias. (De hecho, la bandada de neuróticos inofensivos que se presenta algún atractivo tiene.) La prosa de Rolón, simple, entradora, sintética, por momentos efectiva, salta de la tautología, la que transita con una impunidad oprobiosa, a la cursilería más pirotécnica. Celos, arrogancia, duelos, infidelidad, culpa: los excelentes temas que aborda Historias de diván son destrozados, hechos polvo y remixados para terminar como un desgraciado licuado de brócoli. (Mientras leo el libro pienso en que podría estar leyendo Yo, yo y yo. Monodiálogos paranoicos de Juan Filloy. Sonia Budassi me dijo que está muy bien. Es el gesto de buscar una salida, una solución, una cura, porque sé que el reverso de Historias de diván, su parodia, podría dar un libro fenomenal.)

Rolón no es Freud 

¿Dónde está el travestismo, el desenfreno, lo bizarro, el masoquismo? El consultorio de Rolón es dócil, clase media limpia, pudoroso, aburrido. ¿Salieron corriendo a comprar este folletín light sus pacientes menos adocenados y se desilusionaron al ver que sus parafilias habían sido sistemáticamente evitadas? Por si quedaba alguna duda, Rolón no es Freud. Eso sería como comparar… bueno, sería como comparar a Rolón con Freud. Pero entonces, ¿qué es Historias de diván? La respuesta no es tan difícil. Es un libro de historias anodinas con variopintos personajes frágiles y un doctor comprensivo que los lleva de la mano a la felicidad. Si cabe, una más: creo en el psicoanálisis, pero estoy muy lejos de disfrutar Historias de diván. Aunque quizás no sea “pero” sino “por eso”.

Las opciones

En lugar de Historias de diván, se me ocurren tres opciones. En la librería, pida Polémica el libro que recoge el cruce entre Lisandro de la torre y monseñor Gustavo Francheschi, en la edición que Eduardo Rinesi hizo para Losada. O Tierra y figura de Carlos Astrada, editado por el joven y exquisito sello Las 40. En el prólogo, Gabriel D´Iorio señala que se sospecha que fue Astrada el que redactó, en la sombra, La comunidad organizada. Y por último está Polémicas de Arturo Jauretche que salió hace poco por Peña Lillo, prologado por el mismo Arturo Peña Lillo y con una introducción de Norberto Galasso. La edición, realmente muy cuidada, trae artículos clásicos que merecían volver a circular como “Nosotros no somos jueces, somos fiscales”, “Que al salir, salga cortando” o “Victoria Ocampo y la desconexión con el país”. A partir de estas lecturas, cuando alguien en alguna reunión social hable de Rolón y sus fantasmagóricos pacientes, usted va a poder contrarrestar la idiotez con un buen arsenal de historia, política y algunas excéntricas y abrasivas visiones filosóficas de nuestro país. No es poca cosa. Y si te gustó lo de Rolón, no desesperes, conseguite los libros de Manuel Puig. Ahí está todo, mucho mejor y mucho antes.

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