SECRETO DE UNA CIUDAD/ |
Hugo Foguet desde Tucumán |
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Pero Tucumán es importante. En lo simbólico, en lo administrativo, en lo productivo. El ciclo de azúcar. La caña. El ingenio. Tucumán arde. El ERP. Esas cosas. Su universidad tiene orgullo. La gaceta, su principal diario, también. Zona varias veces semantizada, entonces. Región exportadora de próceres y escritores. Aunque en la actualidad el teatro y las artes plásticas parecen desarrollarse con más precisión. Pero hagamos la lista. ¿Quiénes destacan? Juan José Hernández, que escribió versos simples y prosas melancólicas. Tomas Eloy Martinez, cuya artesanal pulsión de best seller debe ser reconocida más allá de su éxito o su fracaso. Los diarios Clarín y La Nación supieron amaestrar un linaje de tucumanos en el periodismo gráfico y audiovisual, Joaquín Morales Solá a la cabeza. Leo titulares de viejos números de La Gaceta: “La obsesión de los escritores tucumanos es reflejar con claridad la vida cotidiana”, “En Tucumán hay mucha producción atomizada”. ¿Y Hugo Foguet?
Foguet fue marino de una provincia sin mar. Más allá de este detalle casual, no tuvo una vida trágica ni llamativa. Es difícil entenderlo como un maldito, categoría que lo bendeciría con la rápida mirada miserabilista de los cronistas de rarezas. Hasta donde se sabe, no mató a nadie, no usó drogas excéntricas, no resultó pionero de la fornicación contra natura ni activó propagandas de ningún tipo. Las fotos que circulan por la web lo presentan con la mueca del tío amable, del que sabemos poco y poco queremos saber. Foguet tampoco tuvo talento para poner títulos. Su novela más importante, editada de forma avara, incoseguible hoy, crónica política y estética del Tucumán de los años 60, se llama Pretérito perfecto. Frente a esta burocrática, y también irónica, desde luego, descripción, la colección de relatos Hay una isla para usted suena mucho más prometedora, pero marca un tono de distancia, bonachón y coloquial, que no resulta atractivo. ¿Qué magnetismo puede ejercer sobre el lector un libro que en la tapa dice Cuentos de hoy mismo? Una antología póstuma de relatos lleva el nombre de Convergencias, cuyas resonancias me traen recuerdos de frías roscas políticas. Unos poemas cayeron bajo el aburrimiento tautológico de Lectura, a otros con apenas un poco más de inspiración, los llamo Los límites de la tierra.
¿Y qué escribía Foguet, al que es tan fácil y triste confundir con la estrella de las letras chilenas Alberto Fuguet y con el cual no comparte nada? Gracias a Isabel Aráoz, especialista en su obra, y a Veronica Juliano, docente de la UNT, me pude reunir con una copia de Pretérito perfecto para adentrarme en un maximalismo muy años 70, que retrata el Tucumán de los años 60. Barroquismos marcados de oralidad, confesiones, campo intelectual, política y literatura, Pretérito perfecto es una novela en clave, pero también una construcción de galerías y pasos subterráneos. Foguet escribe con sensualidad, se demora en las descripciones, pone a prueba la lengua, erosiona y regresa a los lugares comunes de los “intelectuales de provincias”, dejando en claro que las clases sociales no son compartimentos estancos y que su conocimiento del arte de narrar y su imaginación están a la altura de todos sus contemporáneos.
En Tucumán, el institucional sándwich de milanesa, pese al mito, fomentado por los locales y al cual los porteños parecen adscribir desde la indiferencia, no es la gran cosa. Tiene sí un preparado especial, por aquí y por allá, con matices picantes y resultados siempre positivos. (Dice la leyenda que en tal bar se prensa la carne y luego se la corta con tijera como si fuera una sábana orgánica.) Sí es cierto -como dice el artista del trapecio Francisco “Gogui” Marzioni- que en cualquier punto de la ciudad en el que se esté es posible estirar la mano fuera de cuadro y reingresarla con la vianda ya lista para comer. Tal es la ubicuidad de la sadwichería tucumana. ¿Tiene otros secretos San Miguel? No lo sé, pero Foguet se parece bastante a un secreto. Un secreto mal guardado, olvidado, recordado apenas de a ratos por algunos memorioso lectores, por una fecha puntual, por alguna nota perdida en la web. El llamado a los funcionarios de turno es aquí pertinente. Habría que reeditarlo. Sin urgencias, pero tampoco sin demoras.
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