SALGO A CAMINAR/ 
Diario de lecturas 35

ROTH - HOMERO - WILDE - LAMBERTI/Por: Juan Terranova. Lunes. Philip Roth le escribió una carta abierta a Wikipedia. Una carta larga, que se demora, un extendido y consciente ejercicio de estilo anti-web.  Su reivindicación de los derechos del siglo XX a no ser tergiversado, el deber que le impone a la masa encarnada en la escritura residual de un wiki, el pedido de ser “bien leído”, o al menos de ser leído con cuidado y respeto, me resulta al mismo tiempo atendible y obtuso. Oscar Wilde construyó una seductora idea de antigüedad en la que los griegos eran “una nación de críticos”. Wikipedia desafía ambos conceptos. Por arriba de los Estados Nación se presenta a sí misma como una máquina de divulgación que refleja nuestros prejuicios y la amplia gama de nuestras incapacidades. Escribimos, avanzamos, a través de nuestra estupidez. ¿Qué otro destino que ser deglutida por la web puede tener esa carta abierta? Pero lo entiendo. Roth es un personaje de talento. Sabe de los equívocos de Logos y los hombres. Quiso dejar sentada una posición: no lean literalmente, y también: un error que se repite -incluso en relación a las filiaciones intrascendentes de un personaje de novela- no por mucho repetirse deja de ser un error. (Esto lo dice él. Y es atendible. Mi posición al respecto, como crítico literario de los arrabales del mundo resulta  un poco más moderada)

Todo el asunto también tiene su cuota de felicidad porque demuestra que hay una parte del arte, en este caso el arte de la narración, que es irreductible a datos. Wikipedia, como todo artefacto de la información, propone fechas, lugares, nombres, comprobables, refutables, maleables, rectificables. Pero por más fundamentos que se tenga su límite es el límite de la interpretación, de la lectura, aquello sobre lo que se ha teorizado tanto y dicho tanto y sobre lo que vale la pena seguir haciéndolo porque no es algo estático, porque no es un procedimiento normalizable.  ¿Y qué hacemos cuando Leonardo Favio dice que filma por afuera de los “hechos reales” porque “hay que respetar el mito”? En el auto, Bart le comenta a Homero que en Wikipedia leyó que a Dean Martin le gustaba ensayar y que no era verdad que llegara e hiciera todo en la primera toma. Homero acelera y le contesta que cuando vuelvan a casa van a cambiar eso. “Cambiaremos eso y cambiaremos muchas cosas” agrega con seriedad y los dientes apretados. Wikipedia está muy lejos de ser “la verdad” y muy cerca de aquello que tragicómicamente llamamos “lo humano”. La idea podría resumirse en el título de un cuento que todavía, creo, no se escribió: Homero Simpson, redactor de Wikipedia. El hombre común, en toda la dimensión de su sordidez y pereza, como constructor de una gran base de datos on line que emula el formato de viejas y rigurosas enciclopedias.

Martes. En unos días viajo a Córdoba para participar de la feria del libro. El viaje me entusiasma, pero me impone reordenar mi  ya de por sí lábil cronograma de lecturas. Y me inquieta un poco el paso necesario por la terminal de omnibus de Retiro, ese purgatorio de la clase media argentina, al que solo se asiste afiebrado.

Miércoles. Hoy las aporías de las vanguardias son las aporías de la web.

Jueves. Ayer, no pudiendo escribir ni leer, salgo a caminar y termino en la heladería Venecia de la calle Neuquén. Es uno de nuestros primeros días de cuasi-primavera y lo disfruto sentado en la calle, mirando el barrio y los autos. Entonces en la vereda de enfrente lo veo pasara Mauro Libertella hablando por teléfono. Mi primer impulso es saludarlo, estirar un gesto, un chistido, una palabra, pero viene a buen paso y habla muy concentrado. Me reprimo y lo observo detenerse en la esquina. Mientras espera el colectivo 84, que lo va a llevar con seguridad hasta la redacción de revista Ñ, donde trabaja, sigue hablando. El colectivo se demora. Mauro no suelta el teléfono. La escena se estira. El habla y yo lo miro hablar. Finalmente el 84 llega, Mauro sube, el colectivo arranca y la escena termina. En ningún momento él dejó de hablar ni yo de espiarlo. Hoy leo en el sitio de la revista una nota suya sobre la amistad y el intercambio epistolar que mantuvieron Allen Ginsberg y Jack Kerouac.  Al parecer, se escribían con afecto y con sorna, se criticaban y tocaban muchas veces el tema del dinero. Retengo una frase: “La pasión y la rabia fueron, para ellos, políticas de la amistad; una forma de la intensidad que aplicaron en todos los órdenes de la vida”.

Viernes. Después de una noche de viaje ya estoy en Córdoba. En el micro opté por revolver los contenidos inestables de mi Kindle. Terminé de leer algunas cosas que había dejado ahí, esperando. Después me dormí y ahora estoy escribiendo desde la cocina del departamento dostoievskiano de Luciano Lamberti. Ya dije varias veces que Córdoba es como Dublín, la ciudad segunda, la isla de poetas y profetas, de gronchos y doctos. Es temprano y Lamberti-Dedalus acaba de salir a dar las clases de las que vive (tengo que preguntarle qué está enseñando ahora.) Y yo, desde luego, no soy Leopold. Aspiro apenas, para mi gracia o desgracia, a la picaresca algo bruta de un Buck Mulligan. (De hecho, subo a la terraza, miro la ciudad y pienso que tendría que afeitarme. “Un cruel, verbalmente agresivo y bullicioso estudiante de medicina”, así describe Wikipedia al Mulligan del Ulises. Habría que preguntarle a Roth qué piensa de esa descripción.)

Viernes más tarde. Acompañé a Lamberti al taller literario abierto que da en el neuropsiquiátrico de Córdoba. El día estaba soledado. El edificio, limpio, lleno de patios y pasillos, parecía un colegio municipal. Ya desde la mesa de entrada resultaba difícil saber quiénes eran los internos y las visitas. Lo mismo pasaba en el taller. Alrededor de una mesa se juntaban unas quince personas. Por la ventana se veía un mural con un Cristo crucificado, clavado en la cruz con dos jeringas. Arriba de la cabeza decía: “Perdona a los psiquiatras, Señor, no saben lo que hacen”. Había una chica muy joven y linda, vestida con un pantalón de corderoy violeta y una remera pintada a mano. Tenía las uñas sucias de tierra. Pero era realmente muy linda y me resultaba evidente que venía al taller como una especie de militancia. Al lado suyo había una mujer teñida de rubio que contó que la vecina le había envenenado el perro. Un loco leyó un diálogo entre José y María que reescribía la escena en que Jesús se pierde en el templo y termina con los sabios. Lamberti me pidió que leyera parte de una novela vieja que no me gusta, pero tenía diálogos, y parece que los locos aprecian especialmente los diálogos.

Sábado. Feria del libro de Córdoba. Siempre la misma pequeña rutina. Pero como es ciudad ajena, se disfruta. ¿Y si finalmente mi real aspiración es convertirme en un intelectual de provincias? Trabajo el tema desde hace rato, la mística de lo federal, que posibilita ciertos exabruptos, el juego del heimlich romantico y los distorsiones de la heimat. La paradoja, siempre hay una, es que no hay nada más “provinciano” que el miedo a ser “provinciano”.

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