/Por Juan Terranova. Lunes. Leo esta frase del psicoanalista Carlos Garcia: “El psicoanálisis se orienta hacia los desechos, hacia una clínica de lo incurable”. Psicoanálisis, desechos, clínica, incurable. Es una muy buena frase, muy completa y justa. No parece escrita por un psicoanalista, pero ya aprendí que se pueden esperar cosas buenas incluso de los psicoanalistas.
Martes. Mi género literario preferido son los mails de Mavrakis. Hoy me manda una nota del Daily Mail sobre una quema masiva de animales embalsamados en Jakarta, acompañada de una larga explicación sobre cómo los europeos, en este caso los ingleses, piensan lo humano.
Miércoles. Una frase, dicha al pasar en un encuentro diurno, me desvela y me roba dos horas y media de sueño. Amanece y ya estoy en la computadora. Derivando por la web, encuentro la transcripción de un discurso donde Cristina cuenta una anécdota de Néstor: “Hoy, por la mañana temprano, me comuniqué con Rey Juan Carlos de España, y con el Presidente del Gobierno Español, Mariano Rajoy, para explicarles… por favor, respeto para todo el mundo, precisamente la razón médica por la cual no podía asistir a la Cumbre Iberoamericana. El Rey –como siempre– me trató con mucho cariño. Yo cada vez que hablo con el Rey me acuerdo de Néstor porque cuando él se juntaba con el Rey había que ver eso, porque yo nunca vi tratar a un Rey como lo trataba Néstor y además reírse tanto el Rey de cómo lo trataba Néstor. La verdad que había mucha calidez, mucho afecto, me acuerdo que una vez en que no le salía el nombre le dijo: “che, Majestad”.” Cristina prefiere el recuerdo amable y evita leer en el campechano y fresco trato de Néstor cierto aire picaresco, cierto humor, que no es habitual en la política de alto rango. “Che, Majestad”, casi se puede oír la voz de Néstor estirando la primera e.
Miércoles. Mi grupo de amigos, heterogéneo y melancólico, descubrieron una versión en Scribd del libro de Hitler, mi amigo de Juventud de August Kubizek. De ahí citaron un fragmento que me devuelve al viejo tema de la persuasión, la persuasión del mal, por supuesto. ¿Es menos malvada la persuasión del bien? Quizás habría que preguntarse si existe. (Creo que el género épico la contempla.) Todo el libro es sorprendente y bizarro, y está escrito con extraña coherencia y generosidad. El párrafo dice así: “Recuerdo un ejemplo que jamás se borrará de mi memoria. Cuando aún no había cumplido los dieciocho años de edad, Hitler convenció a mi padre de que debía mandarme al conservatorio de Viena. No cabe la menor duda de que era este un éxito sorprendente teniendo en cuenta la naturaleza tan pesada y cerrada de mi padre. Desde aquella demostración tan decisiva para mí de su capacidad, no consideraba ya nada imposible, nada que Hitler no pudiera conseguir gracias a su fuerza de persuasión”.
Jueves. “Alimento a las hormigas que invaden mi casa” escribe Luciano Lamberti en su Twitter. Entiendo que es una manera de avisar que está escribiendo. Las hormigas son así una metáfora del proceso creativo, de su ambigüedad, de su fragilidad, de su perseverancia. Celebro la noticia. Después me lo imagino en su cocina tirándole migas y granitos de azúcar a unas muy reales hormigas cordobesas.
Viernes. Un funcionario del PRO –¿o se trata apenas de un militante?– escribió una abigarrada, ramplona y caótica columna de opinión para La Nación y la tituló “Los profetas del kirchnerismo mesiánico”. Se trata de un texto bastante torpe y lírico. Esta noche voy a llevar a mi hija al recital de Lady Gaga en River. Se me ocurrió que sería muy apropiado ir con una remera que tuviera esa leyenda. ¿Es demasiado largo “Los profetas del kirchnerismo mesiánico” para una remera. Quizás se necesitaría una bandera.