Por Juan Terranova. Lunes. Leo en un muro de Facebook un proverbio chino: “La oscuridad reina a los pies del faro”. Es un reinado nocturno, desde luego. Casi como Internet.
Martes. El martes del eclipse Clarín título “Martes 13 con eclipse total de Sol, en directo por Internet”. Me pierdo en los pliegues, las coincidencias y las contradicciones de esa oración. Después encuentro una foto de Bela Lugosi como Jesús de una película estrenada en 1909.
Miércoles. La expresión “demandeur d'emploi” que usan los franceses para no herir la sensibilidad del desempleado me hace pensar. Condensa la hipocresía y la educación progresista de aquel que no quiere estigmatizar, pero también la idiosincracia de al que, finalmente, poco le importan las condiciones materiales de existencia. La modificación empieza por el lenguaje, no sabemos –dudamos– que vaya más allá. Al desempleado le dan la esperanza de ser “un pedidor de de empleo”. Flaco favor, porque encima le sacan la contundencia de ser un marginado. Los franceses, sí, cientos de años otorgándole a la lengua un valor que no tiene. Ahora bien, una expresión como “demandeur d'amour”, que no existe, sería mucho más útil. Serviría para referirse no a los desamorados sino a aquellos solitarios, desídicos insoportables, que piden amor. Todos necesitamos amor para vivir, la mayoría de las veces de manera precipitada, pero los “demandeurs d'amour” que lo piden a gritos y quieren ser amados por el simple hecho de existir, de haber sido paridos y no haber muerto, me aturden. Hoy proliferan a gusto ensanchando su neurosis en las redes sociales. Es irónico que a veces la técnica del alarido les sirva. El mundo se vuelve un poco más rústico cuando eso pasa.
Jueves. Leer novelas es muy diferente a escribirlas. Es más fácil vivir como se dice que hay que vivir en una novela que escribir una segunda novela a partir de la primera. O sea, dejarse influenciar, tomar un punto de partida. En el medio están, desde luego, el Quijote y Madame Bobary. De hecho, la novela es un género para vitalistas. En cambio, la crítica, como disciplina, y sus géneros –el ensayo, el artículo, la columna de opinión, la reseña– son más permeables. Cualquier textualidad merece un comentario, más si es coyuntural. El novelista puede ser un lector esmerado de novelas. Es posible que si lo es, sea mejor novelista. Pero no hay que abusar. El que lee muchas novelas no termina siendo novelista, termina siendo un crítico. Mientras el novelista debe desechar estilos, géneros, recursos, herramientas, debe dejarse dominar por sus prejuicios para ser único, para crear una marca, el crítico puede y debe leerlo todo, saltar de un género a otro, de un nombre a otro, de un libro a otro. ¿Cervantes leí hasta los papeles rotos de la calle? Bien, pero en el Quijote los libros que aparecen son de un género compacto, de una única cepa creativa (e incluyo al mismo Quijote en esa lista). La diversificación mata al novelista y su proyecto moderno.
Viernes. “Desde que se inventó la imprenta, la libertad de prensa es la voluntad del dueño de la imprenta” dijo el presidente de Ecuador, Carlos Correas. Lo leí dentro de una anécdota banal a raíz de una entrevista en Página/12. Pero la frase no es banal.
Lunes. “La gente es idiota por naturaleza, perezosa por naturaleza, cobarde por naturaleza” lo escribió Henry Miller en Trópico de Capricornio. Es simple, incluso banal, pero no deja de ser una explicación anti-humanista aplicable al dilema de lo humano. Parece que, al enunciarlo, uno se exceptúa de la lista. Pero la conciencia de eso, saber eso de “la gente” no me exceptúa. Más bien al contrario, me interpela. También es una frase bella, y sitúa muy bien el tema de lo natural. Hola, maestras de primaria menopáusicas que estuvieron a cargo de mi educación elemental en la década del 80, la naturaleza del hombre no es positiva. Podríamos incluir en el grupo a mis profesoras y profesores del secundario y a muchos, una gran mayoría, de la universidad. Idiota, perezoso, cobarde. Es una lista potente.
Martes. Le escribo a Mavrakis: “Amar bien ama cualquier, lo importante es aprender a odiar. Porque odiar mal te hace mierda.” (Después me doy cuenta que estoy plagiando justamente un libro que le regalé.) Odiar es un sentimiento demasiado importante, demasiado concreto y punzante para dejarlo ir. Pero por esas mismas razones, muy inestable. Baudelaire decía que había que administrarlo. Justo él, justo Baudelaire.
Miércoles. En el futuro nos vamos a reír de esos conservadores que hoy niegan la web. Lo más raro, que no deja de ser un poco tragicómico, es que ellos se van a reír con nosotros, van a negar sus reacciones de hoy y seguramente muy pocos hagan una autocrítica al estilo “bueno, era muy joven y un poco imbécil”.
Jueves. Releo a Arlt para escribir un breve prólogo sobre una breve antología de sus obras. Es difícil decir algo nuevo sobre Arlt, al mismo tiempo me gusta releerlo y su lectura me dispara muchas ideas sobre lo que pasa ahora. Roberto Arlt, alias Bobby Tenazas. Ponía muy buenos títulos. Tenía muy buenas ideas.
Viernes. Fui a hacerme un examen preocupacional. No fue mi primera vez y como van las cosas no va a ser la última. (Esta frase quiere decir que entro y salgo de trabajos todo el tiempo, más allá de mis deseos de estabilidad que no confesaré en esta página.) El paisaje era previsible. Salas de espera grises, sin ventanas, fórmica verde, carpintería plateada de aspecto pringosos, largas esperas, ir en ayunas, hacer pis en un tarrito de plástico. Esas cosas. Toda la burocracia del trabajo que empieza. Había mucha gente, muchos jóvenes, pero también viejos y algunas, no muchas, mujeres. En el cubículo donde te sacaban sangre había tres personas antes que yo y se oía lo que decía la enfermera. Preguntaba primero el apellido, después el nombre de pila y lo anotaba en una ficha. –¿Nombre? –Julio César. –Qué nombre te pusieron. –Estaba leyendo el libro. Supongo que la lectora era la madre. ¿Pero a qué libro se refería? ¿Comentario a las guerras de las Galias, o alguna novela histórica donde la partenaire femenina necesariamente era Cleopatra? Por mi parte, yo me llevé el Kindle y estuve leyendo a Robert Walser. Después me aburrí y empecé a revolver a ver qué tenía guardado. Cuando llegué a la parte final del examen, donde te sacan una radiografía de tórax y terminás el recorrido, estaba releyendo una antología de cuentos de ciencia-ficción rusos.