Por Juan Terranova. Lunes. Leo La tercera fábrica de Víktor Shklovski editado por Fondo de Cultura Económica. Me divierto, es intenso, y Shklovski uno de mis referentes vitales dentro de la crítica y la teoría. Podría citar muchas partes. Un libro de memorias fragmentarias que fluye. El mismo autor lo sabe y lo dice. “No tengo ganas de ser agudo. No tengo ganas de construir un argumento, Voy a escribir sobre cosas e ideas. Como una colección de citas.” Me gusta el tratamiento que le da Shklovski a “la libertad del escritor”. Es fácil, dice, no existe. Y agrega: “Yo quiero la libertad. Pero si la consigo, iré a buscar su ausencia con una mujer y con un editor”.
Martes. Tuve que renovar el registro. Una oficina nueva en Congreso. Llevé el Kindle que es el aparato de anulación de la burocracia que mejor me funciona. Todo iba medianamente bien, digamos que iba todo lo bien que pueden ir ese tipo de trámites. Hasta que entré en un box donde había dos hombres jóvenes sentados atrás de un instrumento oftalmológico. Uno, el que hablaba, me preguntó si usaba anteojos. Le dije que no. El otro no hablaba. Se limitaba a mirarme. El que hablaba me pidió que mirara por los dos agujeros que tenía el instrumento. Apoyé la frente y vi unas letras, las primeras, las más grandes, con claridad pero en seguida todo se volvía borroso. El que hablaba me pidió que leyera. “Leé las letras del primer renglón...” ¿Por qué me pidió que leyera y no que mirara? Empecé bien y después adiviné. Me esforcé. Logré algo mejor, pero apenas. “Pasaste el examen pero te puedo dar el registro por dos años, no más, te tenés que hacer anteojos”. El problema, me avisó, es en el ojo derecho. Salí mareado del box, me sentí culpable de algo, me revelé contra ese sentimiento. Me dolía la cabeza. En el examen psicológico una mujer aburrida y con sobrepeso me puso una hoja A4 en blanco adelante y me pidió que copiara unas figuras. Después una jovencita muy simpática me metió en una cabina y me hizo escuchar tres sonidos por cada oído. Esa misma tarde me imaginé tuerto y dirigiendo una orquesta de ciegos.
Miércoles. Me prohíben que teorice sobre los meses, las estaciones y el clima. Es también una autoprohibición. Pero no puedo dejar de decir que ya en febrero los días se hacen más cortos. Y el otoño, esa retroprimavera, ese contraflujo vital indeterminado, acecha. Febrero no fue verano hasta el final.
Jueves. ¿Dónde está, qué es la tercera fábrica? Es la fábrica de lino donde fue a parar Shklovski, donde lo mandaron en uno de los tantos largos momentos paranóicos de la revolución rusa. Era la tercera fábrica de Goskino. Pero él también aclara que primero estaba la familia y la escuela, después la OPOIAZ, y que la tercera fábrica era lo que venía después, la que lo formaba en ese momento. ¿Una especie de breve e inexplicable metáfora para mencionar al crítico que trabaja metódicamente pero suelto de ataduras? La tercera fábrica también podría ser la calle, la vida adulta, un refrigerio en un bar, lo que viene después.
Viernes. Leo el artículo de Saussure en Wikipedia. No hay mucho en lo que detenerse. La biografía de Saussure es pobre, por no decir intrascendente. Los libros que escribió también. Su contribución capital a la ciencia del siglo XX la hicieron sus alumnos recopilando el Curso de lingüistica general. Hoy 22 de febrero se cumplen cien años de su muerte. Creo que no salió nada en ningún lado. Un verdadero anodino, y también un genio.
Sábado. La transmisión del aniversario de la tragedia de Once ayer parecía en Canal 13 una entrega de premios a la industria del espectáculo.