Horowitz en 1965

Por Juan Terranova. Lunes. Me fijo la cotización del dólar paralelo. (Decir que “leo” la cotización del dólar paralelo sería mucho.) Genera malestar por el solo hecho de subir y subir y no parar. Pero el pesimismo por default me aburre. No tiene costo. Si pasa, pasa. Y si no pasa, si estamos frente a algo diferente, nadie te reprocha luego haber sentenciado lo peor... Ya fije mi punto en eso varias veces. ¡Nos hacemos cada vez más pobres! ¡Día a día, hora a hora, minuto a minuto! También nosotros desparecemos a medida que pasa el tiempo. Nuestras celulas se descomponen y mueren. Por eso, demasiado apocalípsis automático cansa. El final de todo por default. ¿Poesía de la desesperación burguesa? Bien, bien. Argentina, parada sobre la bisagra de la modernidad periférica, repite su destino de angustia doméstica. Dentro de ese cajón de lata se juega todo. A veces se pueden flexibilizar los bordes. A veces no. Hoy prosperidad, mañana desastre, pasado mañana Dios dirá. El que sabe de política lo sabe. Los demás leen Clarín. Pero vuelvo a preguntar, ¿a qué le tenemos miedo? ¿A la hiperinflación de Alfonsín? ¿Al 2001? ¿Qué hay de todo eso que ya nosotros, los nuevos generacionales, no conozcamos? La burgesía profesional a la que pertenezco siempre se las arregla para sacar un poco más de ganancia, para avanzar un par de pasos más. Así que sepámoslo, las cosas se van a ir a la mierda porque es regla. Y ya no solo en los arrabales del mundo. Ahora por lo menos tenemos internet. Digo: No vendo barato mi miedo político. Que vengan los chinos a invadirnos. Estaré en la resistencia patriótica, moriré peleando o sobreviviré y escribiré un libro. Y si se impone el exilio, ni siquiera eso es nuevo en mi tradición familiar.


Lunes, más tarde. Hay un problema en la envidia. Hay otro, diferente, en no saber, no permitirse admirar el talento. Gimnasia subversiva donde no sirven las fórmulas, saber admirar el talento es también mostrarse vulnerable. Sin embargo, sin admiración y sorpresa, ¿cuántas veces me habría colgado ya?
 
Martes. Las redes sociales como veneno y remedio, anticuerpo digital, lubricante contemporáneo de la psiquis. Qué raras son. Qué extraño es Facebook y Twitter. Con qué velocidad se metieron esas máquinas en nuestras vidas y con qué fuerza se naturalizaron. Si es un primer paso, ¿hacia dónde lo estamos dando? Y sin emabrgo, no se odia bien, no se sabe odiar en las redes.
 
Miércoles. Leo que en el Centro Cultural y Social “Las 1.000 Flores de Néstor”, cito en el barrio bonaerense de Quilmes, La Cámpora tenía un león encadenado y varios caballos. “Una versión peronista de Narnia” pienso. También leo la historia del hombre que desde Tupelo, Mississippi, le mandó una carta envenenada a Barack Obama.
 
Miércoles, más tarde. Según un portal de noticias español, el rinoceronte negro fue declarado oficialmente extinto. Era demasiado bello, demasiado bueno, para este mundo intolerante, mezquino y frío.
 
Jueves. Leo los mensajes y los epígrafes de YouTube. Alguien comenta que la grabación que hizo Horowitz en 1965 de la Sonata para Piano número 9 Opus 68 de Scriabin fue arruinada por una insisitente tos que llega desde público. Exagera. Creo que es más bien al contrario, esa tos humaniza la ejecución. A veces YouTube parece una isla. Uno puede ir a ese lugar para refugiarse y explorarlo, y encontrar manantiales y espejos. YouTube es mejor que el Aleph porque existe y aparte de ver también se puede escuchar música.
 
Jueves, más tarde. Desconozco la literatura búlgara pero estoy seguro que, como corpus fundacional de una nación moderna, hay un grupo de textos y un serie de hermosas y aberrantes narraciones que definen su lengua, detallan cierta idiosincrasia nacional, proponen tensiones entre autoridad, historia, política y violencia, y finalmente ofrecen una manual para el amor y el erotismo. Hasta acá estoy parafraseando a Borges. Luego agrego, esa literatura nacional, que lucha para imponerse contra idiolectos y dialectos de todo tipo, que busca un lugar frente a otras literatura nacionales, se enriquece y complejiza en el roce y la convivencia con la crítica. Si el catalizador de conciencia que debería ser la crítica no funciona, la literatura nacional se estanca, sus bordes se hacen menos definidos, sus autores pierden fuerza y precisión, los lectores, interés. Esto puede traer experimentos estridentes y consecuencias interesantes. Pero también puede sumir obras en el silencio o la incomprensión. Así, las literaturas nacionales siempre son exitosas. Lo que fracasa es la crítica.
 
Viernes. Cada tanto hay que quemar la hierba vieja, dar vuelta la tierra y empezar de cero. Llegará un día en que se imprimirá el último libro. Y luego seremos libres.