Por Juan Terranova. Los hombres de los pantanos de Federico Sironi apareció en el 2011 por la editorial Nova Express y, salvo por el ojo atento de algunos amigos, pasó desapercibido. Con forma de catálogo, Sironi compone una especie de upgrade sintetizado y drogadependiente del Adán Buenos Aires. Cada entrada de Los hombres de los pantanos describe a un personaje, lo sitúa y perfila. Así Sironi nos cuenta del Hombre Bombacha, un artista plástico invertido que “muchas veces creyó estar embarazado”, del Acertijo, un loco del Borda cuya frase preferida es “¡Soy más malo que Hitler!”, y del Ministro, un asesor jurídico que “lleva en su personalidad la civilización y la barbarie a la vez”. Así se extiende la no tan larga pero siempre intensa colección de soberbios cocainómanos, marginados, trapicheros y profesionales lupenizados. De la mano de inflexiones eruditas y abismales encuentros con la violencia, los cuadros que arma Sironi complejizan la marginalidad. A medida que avanzamos en la lectura, comprendemos que estos hombres de los pantanos no sólo tienen un saber, indispensable para su subsistencia, sino que también pueden aspirar, poseer y administrar el saber. Lejos de la enciclopedia, la información que maneja Sironi parece desgranarse de sus personajes.

 

Así Orson, “que a menudo es acusado de kantiano por sus amigos”, escribe poesía barroca y “desmerece en todas las conversaciones la noción del tiempo sucesivo”, mientras Charles, el psiquiatra paranoico, imposibilitado de ejercer su profesión, hace traducciones para otros psiquiatras que le pagan con ropa usada. Charles es “el doctor de los pantanos” y “diagnostica a todas las personas por su mero semblante”. El libro encuentra en él a su carácter más logrado. De hecho, hay algo que pone al insalubre Charles más cerca del autor, un desdoblamiento que lo acercaría incluso al lector, una promesa de conciencia que, aunque pútrida, logra desplegarse y mirar a todos los demás actores del libro. “Cuando llega a su casa con signos de estar alcoholizado, su madre le pega con un palo en la cabeza, cosa que él acepta con naturalidad” escribe Sironi y después agrega que, de todo el amenazante conjunto, solamente él, Charles, podría entrañar “cierto peligro para terceros”, pero no más que los médicos legalizados por las instituciones de la salud.

Los hombres de los pantanos resulta un friso sensorial, ambiguo, de relieves inesperados. Si el conocimiento es permeable a la miseria –y eso lo comprobamos entrando a la web–, la degradación también se abre al conocimiento, trayendo un juego híbrido y atractivo, extremadamente porteño. Y si, por momentos, Sironi puede mostrarse como un prosista algo desprolijo, en ningún momento es descuidado o desmañado. Dado a generar escenas, manejando detalles, construyendo miradas oblicuas, resulta eficiente y sensual. Sus “hombres pantanales” no son arquetipos, sino entidades biografiadas, narrativas. De allí que lo menos logrado del libro está por afuera de la colección. Aunque la relación Prodan-Piglia que hace es interesante, el libro no gana con el prólogo explicativo y accesorio de Jorge Hardmeier. También se vuelven redundantes las dos citas de Borges que funcionan como epígrafes. ¿Cómo leer los retratos de estética medieval, o al menos marcadamente anacrónica, que acompañan las entradas? Hardmeier insiste en señalarnos una y otra vez cómo debe ser leído el libro, lo cual resulta innecesario y, peor, molesto. Habría alcanzado con la eficiente presentación de Sironi donde se dice: “Ante la moral convencional de una época siempre es preferible ser amoral. Esto no es más que una forma del amor, pues toda moral lo contradice, antes de Cristo y después de Cristo”. También acierta Sironi narrando el banquete final como un “asadito frío”, que se come de parado, en la penumbra de un parque. Aunque aquí también el libro se vuelve algo explicativo, la escena tiene la fuerza de una clandestinidad efímera que se apoya en larga y nutrida tradición nacional. Usando al pantano como rotunda metáfora y habitad natural de marginales y marginados, recreando vagabundeos, conflictos, reacciones y peleas, Federico Sironi termina componiendo un ensayo de costumbres intenso y breve, una novela potencial y atomizada, mucho mejor y más recomendable que los intentos de otros jóvenes narradores, cuyo acercamiento al cuerpo con las armas policiales de la denuncia hoy se nos ofrece ya canonizado por la fuerza del dinero o la corrección política. Por todo esto recomiendo la lectura de Los hombres de los pantanos ahora, antes de que se haga famoso como bibliografía obligatoria de culto.