estación

Por Juan Terranova. Sábado. Mi hija dice que sería lindo tener un oso polar en la casa, hacerle mimitos, decirle: "¡arre caballo!". Un oso y un lobo. Cuánta melancolía la del hombre-lobo. Los de nuestra condición sabemos que somos un peluche violento, un desclasado del amor. “Amo demasiadas cosas. Debería amar todavía más” decía Canetti. Cuando Cat Power le canta al hombre-lobo dice que “he don't even break the branches” y después lo ve llorando. La canción es de Michael Hurley pero me gusta más la versión de Cat. Una gata cantándole al emperrado con misericordia. Hay cosas que solo se pueden aprender de grande.

Domingo. “Ven a mi casa suburbana,/ me obsesiona tu prisión.” Me conmueve la justeza de esa línea del Indio Solari. Un pedido sincero, una preocupación honesta. La canción no me gusta ni un poco, nada de nada, pero sus versos simples dicen mucho: "Verte feliz no es nada,/ es sólo un rocanrol del país." Me levanté con el tema en la cabeza pero en vez de “caricias” cantaba “cadenas”. "Sin tus cadenas, nena, ¿qué va a ser de mí?" Un giro psicológico-realista.

Lunes. La semana pasada en Facebook, Sebastián Hernáiz recordó a José Sbarra. El viernes pasado se cumplieron diecisiete años de su muerte. Le comenté que en 1992 fui su alumno en un taller literario, el único que hice en mi vida, que daba en un antro de la subsecretaria de juventud en Once, a metros de la facultad de psicología. Era un grupo muy abierto. Entraba y salía gente todo el tiempo. Yo iba con regularidad. A veces no tenía plata para el subte y caminaba desde mi casa. Sbarra daba consignas. Por ejemplo, decía “escriban un diálogo entre dos personas que se oponen”. Los alumnos escribían in situ y después leían. También se podía llevar material y compartilo. Se discutía bastante de forma muy caótica. Yo casi no hablaba. Tenía dieciséis años. El taller se daba en un sótano oscuro y Sbarra aprovechaba algunos momentos de distensión para ir a los fondos de un escenario que había y darse un saque en bambalinas o tomar alcohol de una petaca. Había muchos outlaw wannabe, muchos semi-punks. Había un abogado que iba de traje y decía que estaba escribiendo una novela sobre la condición infra-humana. Estaba lleno de chicas jipis menemistas a las que recuerdo como hermosas y jóvenes y es muy probable que lo fueran. Una vez cayó un tipo que parecía Pappo. Campera de cuerpo, pelo crespo de rockero. Decía que era “de zona sur”. Y lo repetía “porque en zona sur...”. Leyó unos poemas de amor que sonaban como letras de folclore. Lo mataron. No volvió más. Una vez Sbarra contó que había estado por trabajo en Moscú. Era guionista de una película y lo habían contratado para asistir en el rodaje. Contó que habían alquilado con un amigo un departamento inmenso pero vivían recluidos en la cocina. También daban fiestas donde con los invitados se entendían por señas. Esa fue la mejor clase, la que recuerdo con más cariño. Lo que escribía yo en esa época era muy tímido y pobre. Mucha poesía de amor. Una día Sbarra me dijo “escribís sobre el amor por tradición pero del amor no sabés nada”. Tenía razón. Sbarra también organizaba unos encuentros de poesía en San Telmo y un par de veces fui. Se abría el micrófono. Había putos y tortas que sí o sí recitaban poemas con la palabra “concha” o “pija”. Era la resaca de los años 80. Una estética y una intención general que ya funcionaba mal o no funcionaba para nada. Sbarra era muy histriónico. Cerraba él con monólogos adaptados de sus libros. Una vez tiró preservativos al publico y dijo “para los que prefieren cuidarse”. Plástico cruel, su obra central y más conocida, la leí mucho después, de casualidad, cuando ya estaba cursando en Puán. Parece que dejó varios inéditos pero más allá de Plástico cruel o Marc, la sucia rata –que están en la web– sus libros ya no se encuentran. Hay sí una entrevista que le hizo Enrique Symms y que vale la pena leer como documento y síntesis de una época. Sbarra murió en el 96. Creo que fue un tipo feliz. Seguro que ya terminó sus vueltas en el Purgatorio, así que nos debe estar esperando en el cielo porteño del alfonsinismo.

Martes. Hoy el subte B te lleva hasta Juan Manuel de Rosas. Lo vi ayer. Eran las cuatro de la tarde. Algo en mí se conmovió. Don Juan Manuel, prometo viajar hacia usted en algún momento. La patria del porteño son los subtes. (Le saqué una foto con mi teléfono al cartel que indicaba la dirección. Mientras lo hacía sentí pudor. Fotografiando un signo que remite a una estación y a un prócer violento con mi teléfono. Sacar fotos con el teléfono es la neurosis del siglo XXI. Esquemas de esquemas.)

Miércoles. El estado de Baviera tiene los derechos de Mi lucha y parece que para el 2015 va a hacer una edición crítica. El libro está prohibido en Alemania desde hace más de sesenta años. ¿Prohibir un libro no es una vergüenza? ¿Está lista Alemania para desprohibirlo? ¿Se prohibía por qué? ¿Por qué ahora no se prohibe más? Cuántos interrogantes. Pero el enigma mayor es el alma alemana. Está todo resumido en la frase que Patricio Pron usó como epígrafe para su novela El comienzo de la primavera. Rudolf Frank le escribe a Bertolt Brecht y le dice “Cuando los alemanes tienen una teoría se tragan todo el resto”. Más tarde leo en el portal de noticias Infonews este titular: “Hitler tomaba cocaína y se inyectaba semen de toro”. Imposible negarle potencia a esa frase, de la cual emana incluso cierta lírica. Según Infonews, National Geographic estaría trasmitiendo un documental sobre las adicciones del Führer que incluían ochenta tipos de fármacos entre ellos “anfetaminas, morfina, veneno para ratas y hasta cocaína”. El “hasta” es lo mejor de la frase. Luego se cita a su médico personal, Theodore Morrell, como autoridad y se aclara que el semen de toro era para reforzar su libido.

Jueves. Más de dictadores. Esta vez contemporáneos porque no todo es retro-revival en esa materia. Temas: Cuerpo, fe y despecho. Lugar: Corea del norte. Leo la bajada de la nota en La Nación: “La cantante Hyon Song-wol, considerada la ex novia del líder norcoreano Kim Jong-un, fue ejecutada junto a un grupo de músicos acusados de grabar y vender pornografía, según publicó hoy el diario surcoreano Chosun Ilbo.” Más adelante se agrega que los doce músicos “estaban acusados de grabar y vender vídeos pornográficos y, según una fuente citada por el periódico, también les fueron incautadas varias Biblias, por lo que fueron tratados como disidentes políticos”. ¿Los músicos traficaban porno y Biblias? ¿No se trata de nichos de mercado excluyentes? Problemas de andar con dictadores old school. Nunca te rías de un colla.

Viernes. Existencia paradójica. Espero con entusiasmo que me llegue un poco más de resignación.