EN EL MAR NEGRO

Por Juan Terranova. Sábado a la mañana. Anoto: “Usar pocas palabras. Si es necesario, por una cuestión de medida, agrandar la tipografía hasta dieciocho o veinte.” (No se lee de la misma manera en una tipografía grande.)

 

Sábado, más tarde. El FILBA me agota. Me tomo en serio el acto de ironizarlo. Es un amor con demasiado esfuerzo.

Domingo de mañana. Dormí bien. Y ahora releo Nuestras imposibilidades de Borges. Ese canto negativo a los argentinos que degluten “en especiales noches de júbilo, porciones de aparato digestivo o evacuativo o genésico, en establecimientos tradicionales de aparición reciente que se denominan parrillas.” ¿Qué mejor lectura para un domingo?

Domingo mediodía. Miró el programa del FILBA como si fuera un jeroglífico. Lo estudió como los apostadores estudian las revistas con los nombres de los caballos. Un premio Carlos Pellegrini con jinetes y monturas dislocadas, una Piedra Rosetta zombie.

Domingo a la tarde. ¿Qué nos deja el FILBA? Muchas cosas. Para empezar, la frase con la que Celine empieza Bagatela para una masacre: “Le monde est plein de gens qui se disent des raffinés et puis qui ne sont pas, je l'affirme, raffinés pour un sou.” Mi traducción: “El mundo está lleno de gente que se dice refinada y al final, lo digo yo, son refinados que no valen un mango.” Traduzco también la primera frase de La carne de Julio Ribeiro: “El doctor Lopes Matoso no fue precisamente lo que se puede decir un hombre feliz.”

Lunes. Recuerdo de la semana pasada: Cristino Bogado hablando de San Geronimo en Facebook.

Martes. Usar pocas palabras. No puedo.

Miércoles. Derivando por la web, encuentro rarísimos versos voluptuosos de Gerardo Diego:

Amor amor obesidad hermana

soplo de fuelle hasta abombar las horas

y encontrarse al salir una mañana

que Dios es Dios sin colaboradoras

y que es azul la mano del grumete

—amor amor amor— de seis a siete.

Miércoles, más tarde. Si pudiera sintetizar cierta sensibilidad de la época ligada a la lectura... Pero no puedo sintetizar nada. En su lugar, en vez de obrar de forma crítica, escribo. Hay melancolía, acumulación y pérdida ahí.

Jueves. Escribo algunas cosas en Italiano. Pienso: “Sin Calabria, la bota no pisa.”

Jueves, más tarde. Patricio Erb me manda fotos del Ekranoplan, un aerodeslizador soviético de cien metros de largo que hoy se oxida en algún puerto perdido del Mar Negro. Pienso: “el deseo es una avión ruso”. Las imágenes me resultan pornográficas.

Viernes. Georg Nikolaus Nissen se casó con Constanze, la viuda de Mozart y después escribió una esmerada biografía. (De Mozart, no de la viuda.) Murió en Salzburgo, donde aún puede verse su tumba, donde dice “El esposo de la viuda de Mozart”. El título del libro: Nach Originalbriefen, Sammlungen alles über ihn Geschriebenen, mit vielen neuen Beylagen, Steindrücken, Musikblättern und einem Facsimile. Según Wikipedia, Mozart no estaba interesado en Constanze, sino en la hermana mayor, Aloysia. Pero Aloysia se casó. ¿Con quién? Me gustaría leer una buena biografía de Mozart. (Quizás también me gustaría leer una mala.) En mi escritorio, tengo la biografía de que Duncan le dedicó a Schubert publicada por Anaconda. ¿Por qué no la leo? No lo sé. A veces pasa. El libro tiene una dedicatoria: “A mi querida alumna, Eugenia Bagattini, con todo cariño, Noemí Viella. 31-8-57.” ¿Quienes eran? Me imagino dos mujeres que ya no son jóvenes repasando sonatas románticas en un piano de estudio durante la Libertadora. Eugenia y Noemí. Maestra y alumna a fines de los años 50. La escena me conmueve. Toda la belleza melancólica de un mundo que se perdió.