Por Juan Terranova. Lunes. Soñé que me mudaba al sur de Francia y, sin saber bien por qué, comenzaba a traducir a muy jóvenes poetas al español. La poesía me gustaba y trabajaba en mis tiempos libres. Aunque quizás eso lo supongo ahora y no estaba en mi sueño. Lo que sí estaba era un poeta muy flaco que me preguntaba si podía traducir sus poemas al español. Yo le decía que sí. Él me volvía a preguntar incrédulo y yo le volvía a decir que sí, que podía traducirlos al español y después agregaba que también al italiano y al inglés. Y al final, ya con ironía, le decía “incluso puedo traducirlos al francés.” El poeta se ofendía, aunque no del todo, porque especulaba que yo, pese a ironizarlo, todavía podía ayudarlo a trascender las fronteras de su narcisismo.
Martes. Escribo un artículo e incluyo parte de un poema de Henri Meschonnic titulado 30 de octubre del 2008. Dice así: “caminamos / sobre una escritura que no termina nunca/ pero no sé leer / lo que está escrito.” No puedo leerlo si no en referencia a Internet. Pero últimamente todo parece hacer referencia a Internet. En el artículo argumento eso mismo pero de forma mucho más caótica. Una frase de Meschonnic: "Por eso digo, y parece un juego de palabras pero es mucho más que un juego de palabras, que el amor al arte es la muerte del arte."
Miércoles. Leo que en el 2008 encontraron una carta de un soldado de la Primera Guerra escondida en una botella que estuvo enterrada durante noventa años. En la carta se argumenta en contra, y con argumentos racistas, de que el Ejército de los Estados Unidos deje enrolarse a los negros.
Jueves. Ayer recibí un mensaje de Robles que decía que Victor Maitland iba a estar de invitado en su programa de radio. Así que terminé mi día, me subí al auto y fui para el estudio. Llegué sobre el final pero pude saludar a Maitland al aire y hacerle algunas preguntas. Me impresionó su nariz grande y su voz grave. Fuera del aire, fumando en el patio, nos contó la historia de una modelo argentina que se fue a México y apareció muerta. Se empezó a hablar de la “mafia del porno argentino” y Maitland, que había filmado con la modelo, tuvo que salir a decir que él no tenía nada que ver. “Hay muchos prejuicios con el porno” aclaró al final. La frase me quedó porque dice mucho más de lo que parece. Maitland es un tipo carismático. Me gustó conocerlo y me reconfortó escucharlo hablar.
Jueves, más tarde. Las cosas que llevaban los hombres que lucharon me gusta como traducción de The thing they carried. Los dos títulos me parecen buenos. Releyendo la traducción de Elvio Gandolfo encuentro este párrafo que me atraviesa y me conmueve: “Por ejemplo, todos hemos oído ésta: Cuatro soldados van por un sendero. Aparece una granada volando. Uno de ellos se lanza sobre la granada y «absorbe» la explosión, y salva a sus tres compañeros. ¿Es auténtica? La respuesta es importante. Te sentirías engañado si nunca hubiese ocurrido. Sin la base de la realidad, no es más que mera propaganda, Hollywood puro, falsa en el sentido en que todas esas historias son falsas. Sin embargo, aun cuando hubiese ocurrido —y tal vez ocurrió, todo es posible—, incluso entonces sabes que no puede ser auténtica, porque una auténtica historia de guerra no depende de ese tipo de verdad. Que haya ocurrido punto por punto es irrelevante. Una cosa puede ocurrir y ser pura mentira, o puede no ocurrir y ser más verdadera que la verdad. Por ejemplo: Cuatro hombres van por un sendero. Aparece una granada volando. Uno de ellos salta sobre la granada y «absorbe» la explosión, pero es una granada muy potente y todos mueren. Antes de morir, sin embargo, uno de los soldados dice: «¿Por qué lo hiciste?», y el que saltó dice: «Es la historia de mi vida, hombre», y el otro trata de sonreír, pero está muerto. Ésa es una historia auténtica que nunca ocurrió.”
Viernes. “Una mujer estadounidense fue condenada a 30 años de cárcel por haber empujado a un precipicio a su flamante marido cuando se cumplían recién ocho días desde que se habían casado.” Leo esta noticia en el portal de Clarín. Una historia de amor trágico. Ella veintidós años. El veintinco. Discutieron en un parque nacional. Ella lo empujó. Él murió. Ella se declaró culpable en el juicio. Después leo la historia de una mexicana de dieciséis años, asesinada a puñaladas por una amiga de su misma edad, “aparentemente por subir a Facebook una serie de fotos muy personales.” Fue a la casa en plan de amistad, se pusieron a ver televisión, la asesina pasó al baño, hizo una parada en la cocina, agarró un cuchillo, volvió a la habitación y mientras la amiga miraba televisión la achuchillo en la cama. Golpeó más de sesenta veces. ¿La acuchillada estaba boca arriba o boca abajo? No se aclara. Se me hace difícil no ver ahí un crimen sexual.
Tarde del viernes. Javier Alcácer me dice por mail: “Es sabido que la primera obra de los hijos de albañiles que mantienen el oficio de sus padres, después de la muerte de estos, es la más compleja y sufrida.”
Viernes. Más tarde. Mavrakis me manda una foto de Freud con sus hijos vistiendo uniforme. “Lo que me emociona de la foto es que, por mucho que dediques tu vida a los claroscuros más profundos del alma humana, al final un genio también tiene que pasar las noches en vela pensando si algún soldado del bando contrario no va a matar a sus hijos en una trinchera perdida del centro de Europa. La gracia y la carne, nada más. "Sí, padre, lo tuyo es importante, ¿pero quién cuidará las fronteras de nuestra paz ante el enemigo?" Le respondí que sentimentalmente todavía éramos parte del Imperio Astrohúngaro. Si no, ¿por qué esa foto nos emociona así?
Viernes de madrugada. Cuatro hombres van por un sendero. Aparece una granada volando. Es la historia de mi vida.