foto terranova parque rivadavia

Por Juan Terranova. Domingo a la tarde. ¿Por qué no escribo los domingos en este diario? Supongo que quiero dar la impresión de que descanso los fines de semana. Desde luego, al que quiero impresionar con ese orden es a mí mismo. De cierta manera lo logro. El orden interior sucede. Pero la verdad fáctica es que escribo todo el tiempo. En la semana el Doctor Zurita me recomendó un libro, el viernes lo compré por Internet y hoy lo fui a buscar al Parque Rivadavia. El vendedor no estaba en la feria de libros sino en la feria de filatelistas que los domingos se arma alrededor del ombú hace ya treinta años. Este ligero desfazaje me predispuso bien. ¿Por qué? El libro que compré es Mezcalina y LSD25 del psiquiatra Alberto Tallaferro. Como el clima era primaveral me senté cerca del monumento a Bolivar para hojearlo. Había gente con niños, perros, globos, viandantes de todo tipo. Entonces, pasó un japonesa, me saludó con un claro acento oriental y me dio un folleto evangelista que en su portadilla decía: “¿Dónde hallar respuesta a las grandes cuestiones de la vida?” Por su parte, Tallaferro anotando todos los detalles, día por día, hora por ahora, sobre la administración de drogas alucinógenas a los locos es mejor que Burroughs.

 

Lunes. En el futuro nadie dará dinero por nada. La idea del trabajo se va a disolver. Vamos a entrar en un frío Apocalipsis administrativo. Guerberoff puso en Twitter: “Toda persona de bien debería tener los billetes con su propia cara.” La mejor letra que escuché este año es de una canción de Father John Misty que se llama “I'm writing a novel.”

Martes. Soñé que trabaja en una distribuidora de cerámicos. Había una reunión muy importante y yo tenía puesto un traje de color claro. Estaba contento de trabajar ahí porque me pagaban bien aunque en el fondo la rutina un poco me angustiaba. La reunión era en un salón muy grande donde todos los directivos y la gente de marketing discutían. Yo me ajustaba la corbata y no decía nada. “Un traje beige –pensaba– qué desastre.” Pero mi traje iba cambiando de color. Y eso me daba cierta tranquilidad. El mobiliario era de fórmica. Por momentos yo pensaba “bueno, si esta gente soporta estos muebles, todo va a ir bien.”

Miércoles. Miro mis libros. Esa pequeña biblioteca atolondrada me sorprende. “Cuántos estilos, qué despropósito” pienso. Parecen escombros, insectos aplastados, los restos orgánicos de una pasión continua. En su deformidad tienen un ritmo. Más tarde encuentro una nota en el sitio de la BBC. El titular dice: “Who, What, Why: How does a snake eat a crocodile?” Y la nota es eso, un par de fotos terribles donde una serpiente gigantesca se come un cocodrilo. Leo esta frase: “In 2005, a large Burmese python in Florida tried to swallow an alligator but then exploded spectacularly, perhaps simply because it was too big or it cut an artery.”

Jueves. Leo el índice del libro Teoría King Kong de Virginie Despentes. Lo transcribo: Tenientas corruptas, ¿Te doy o me das por el culo?, Imposible violar a una mujer tan viciosa, Durmiendo con el enemigo, Porno-brujas, King Kong Girl, Buena suerte, chicas. ¿Son capítulos? ¿Son los títulos de artículos o ensayos? Releo el índice y me quedo ahí. No quiero avanzar más. Me animo a leer apenas la primera frase del libro: “Escribo desde la fealdad y para las viejas, las feas, las camioneras, las frígidas, las malfolladas, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del buen mercado de la buena chica.” ¿Es el llamado de las sirenas? ¿No son esas chicas todas las chicas del mundo, al menos todas las chicas que leen? ¿No se siente así un poco todas las chicas –yo incluida– al menos una vez al día? Por las dudas, resisto amarrado a mi mástil. (Oh, qué fálico, qué miedo, señor Ulises.) La traducción del libro de Despentes la hizo de Beatriz Preciado.

Jueves, más tarde. Leo el prólogo de El fascismo y la marcha sobre Roma de Gentile que está colgado de acceso gratuito en la web.

Viernes. En el futuro “Borges” se va a escribir “Zorges.”

Viernes, más tarde. Hablo con mi madre por teléfono. Hablamos de psicoanálisis y televisión. Siempre hablamos de psicoanálisis y televisión. No sé por qué. Mi chiste es recordarle que en el centro de “psicoanálisis” se esconde la palabra “anal.” De eso también está hecho el Edipo.

Viernes, medianoche. Leo que “un grupo de investigadores de la Universidad de Southampton” inventó un disco rígido total. La información almacenada ahí, dicen, podría “perdurar sin deteriorarse durante más de un millón de años.” Parece que el sistema incluso aguanta 1000 grados de temperatura. Ignacio Irulegui escribió en Facebook: “Después del Apocalipsis y la extinción humana, imagino la tragedia irónica de esa memoria imperecedera, solitaria, inútil, pletórica de información que ya nadie va a poder leer: indestructible guardián de un propósito obsoleto.” Me gusta que haya puesto el verbo “leer” ahí. Podría haber usado “aprovechar” o “disfrutar” pero usó “leer”. Le subí un poco la apuesta y le comenté que un día, antes de que se cumpla el millón de años, la memoria desarrolla conciencia y se suicida.