roca

Por Juan Terranova. Jueves. El avión es puntual y el cielo está despejado. Llego bien a Tucumán. Mis anfitriones me llevan a mi hospedaje camino a Yerba Buena. En el viaje desde el aeropuerto, hablamos con María Lobo de los billetes de dos pesos que circulan en Tucumán. ¿Por qué están todos rotos? A ambos nos pareció un buen detalle para un cuento. Mitre vencido y roto en Tucumán. Cuando llegamos nos espera Amanda, la dueña de casa. Es viuda, madre de siete hijos, abuela de muchos nietos. María me dice que es ciega, que se quedó ciega. Pero cuando nos recibe, pide su bastón, avanza hacia mí con precisión y parece verme cuando me saluda. Nos sentamos en una galería y me pregunta cómo fue mi viaje. Estoy un poco cansado. Respondo las vaguedades usuales. Siento que María me trajo, con un efecto muy Isla de la fantasía, al interior de uno de sus cuentos. Hablamos de escribir, de lo difícil que es escribir. María cuenta que tiene un amigo que escribe historias de fertilización asistida y adopciones que le gustan mucho pero lo hace con una prosa desmañada. La mujer dice “cuando hay coraje, no falta a quién matar.” Es una frase terrible. La escribo mentalmente. Ubico la coma. ¿Es una refrán federal, una frase de provincias? La mujer repite que tuvo siete hijos. Los últimos, mellizos. Pero dice que “no parecen ni parientes.” La casa es grande. Pisos de madera lustrados, escaleras barandas. Olor colección Lo sé todo. Me muestran mi cuarto en el piso de arriba. Me quedo solo. Sobre una mesa hay viejas revistas de decoración francesas y números recientes del Reader's Digest. Duermo la siesta. Sueño con gatos que se autoestrangulan. Los cuellos se estiran. Los ojos se inflan. En el sueño, estoy acostado en la cama y les saco una foto con mi teléfono. Cuando me despierto con la boca seca y acalorado asocio el sueño con los bordes de la burguesía. En uno de los Readers Digest leo sobre Rumania y los ciberfraudes.

 

Jueves a la noche. Salgo de la casa y camino por la avenida Mate de Luna. El polvo naranja y el tráfico arman un escenario reconocible. La avenida Mate de Luna con sus anacrónicos video clubs, sus pequeños casinos decorados con neón, sus puentes de cemento verde, sus estaciones de servicio de luz metalizada, parece una ciudad de frontera marciana, el borde de una colonia minera en otro mundo. Cansado del polvo y la penumbra rojiza, me tomo un taxi. El centro de la ciudad, con sus gimnasios, sus locales de perdida de peso y el bullicio, más la arquitectura desacomodada y funcional, me siguen sugestionando.

Viernes. Pasamos por el conservatorio provincial que queda en una edificio que parece un refugio nuclear y queda al lado de la estación de micros de la ciudad. Me imagino a los estudiantes de ese lugar, tocando un amplio repertorio de música atonal. Toda la zona parece una barrio acomodado de una región rica del norte de África. Después llegamos al Museo de Ciencias Naturales Lillo. Funciona en la planta baja de un gran edificio que me dicen es la facultad de geología. El museo en sí es pequeño. Hay una sala de taxidermia y otra, más nueva, interactiva. Lo que más me gusta es una cabeza de jirafa con su cuello que parece fabricada por Andy Warhol. Hay una cabeza del rinoceronte negra, de un cuero viejo. Me da la sensación de que se quemó y alguien la lustró. Aunque no se puede le saco una foto. Me confundo y creo leer que uno de los insectos palo de una vitrina presenta un solo ojo. Escribo en mi libreta que algunos museos serían más educativos si engañaran a la gente.

Viernes, más tarde. Somos unidades violentas de consumo de electricidad y trigo. Ese es el Apocalipsis. Está ahí, en nuestros ojos, en nuestra piel, en nuestro sistema digestivo. El trigo y la electricidad. Las harinas y la luz. Eso es lo humano devastador, lo humano autodestruyéndose. Escucho el cuarteto de cuerdas de Mozart, el Dissonace. Duermo la siesta.

Viernes, medianoche. Todos somos las mercancías de alguien.

Sábado. Doy clases.

Sábado, más tarde. Me hablan de la fiesta de los mellizos Orellana en Famaillá. Un pueblo tucumano, capital nacional de la empanada, donde los mellizos en cuestión alternan en el poder desde 1991. Todos los años hacen la fiesta de los mellizos y van mellizos de todo el mundo. Argentinos, brasileños, alemanes, chilenos, estadounidenses... Eso es, al menos, lo que entendí. Me imagino ese pueblito en medio del desierto lleno de gente duplicada y comprendo que las derivaciones para la picaresca y la tragedia son amplias. Los tucumanos están obsesionados con un lugar que se llama Tafí del Valle. Cada vez que me presentan a alguien me pregunta si fui al cerro y si conozco Tafí del Valle.

Domingo. Visito la estatua de Roca que hay sobre la Avenida Sarmiento. Visito el Alberdi de Lola Mora. Visito la estatua de Borges en Plaza Urquiza. Visito al Urquiza de capa y botas, que parece un superhéroe, en la misma plaza. Descubro un busto de Sarmiento en un baldío. Visito la plaza de los decididos de Córdoba. El grupo escultórico, inaugurado hace poco, que recuerda la gesta, son cinco o seis desabridos paneles de acrílico con un grabado o algo así. Es horrible. Luego, más cerca de la avenida Mate de Luna, están remodelando una plaza y un busto blanco en yeso de Nicolás Avellaneda quedó dándole la espalda al camino. Escribo en Twitter: “Julio Argentino Roca es nuestro Raskólnikov.”

Domingo. Tucumán, esa mezcla equilibrada de pop y aberración.

Lunes. Ya de vuelta en Buenos Aires, leo en Crónica este titular: “Mató a una mujer, fue preso, fusiló a su novia y se suicidó.” El principio de la nota dice: “Un hombre que había purgado una condena de 18 años por un femicidio mató a su nueva pareja de un escopetazo en la ciudad de Tucumán y, luego, se suicidó con la misma arma, informó la Policía.” Llego hasta ahí y no sigo leyendo.

Martes. ¿Cómo es el mecanismo? Leo a Ciorán. El mecanismo es así. “Como usted comprenderá, escribir aforismos es muy sencillo: vas a las cenas, una señora dice una tontería, eso te inspira una reflexión, vuelves a casa, la escribes. Es más o menos ése, verdad, el mecanismo. O bien, en plena noche, tienes una inspiración, un inicio de fórmula, a las tres de la mañana escribes dicha fórmula y al final se convierte en un libro. No es serio. No se podría ser profesor de una facultad con aforismos. No es posible. Pero considero que en una civilización que se disgrega ese tipo de cosas resulta de lo más apropiado.”

Miércoles. Siempre es negocio saturar. Saturar es lo humano.

Jueves. La vieja historia del ladrón que entra a una casa y se queda atorado en la chimenea y se muere y después sale en Crónica. Joder, es una buena historia. Alguna vez un hombre de Neanderthal escribió su nombre en un palo, y después pensó un rato en lo que había hecho, tiró el palo al fuego y se fue a dormir.

Viernes. Leo a Freud. En un rato salgo para Córdoba.