ARLT

Por Juan Terranova. Domingo. Cumplí treinta y nueve años.

 

Lunes. El Winterreise, escuchado un día como hoy, con ironía y felicidad, ¿en qué cambia? Lentamente me voy haciendo más viejo que todos mis ídolos musicales. Primero más viejo que los rockers, después que los jazzmen, y ahora también que los melancólicos románticos del Imperio perdido. Un día, quizás, si Dios quiere, llegaré a ser más viejo que Beethoven, y muy poco después, más viejo que mi propio padre. Pero así y todo ¿cómo no sentir que ellos siguen siendo jóvenes y al mismo tiempo mayores, más grandes?

Martes. Titular en nydailynews.com: “Argentina president adopts young Jewish boy as godson to prevent him from turning into werewolf.”

Miércoles. 31 de diciembre. Termina el año. Un dato: al Marqués de Sade le gustaba mucho dormir.

Jueves. Primero de enero. Titular de Crónica: “Boliviana mató al marido tras el brindis.” Copete: “Una mujer de esa nacionalidad asesinó a su pareja, oriunda del mismo país, luego de una violenta discusión que se produjo minutos después de celebrar el Año Nuevo, en la localidad neuquina de Centenario.” La nota termina con la linea: “Cuando llegó la ambulancia el hombre ya estaba muerto.” Parece una versión de la frase de Monterroso en clave realista.

Jueves, más tarde. Aburrido, revuelvo la web. Encuentro un artículo que se titula “Escenas de la angustia argentina” y salió publicado en el suplemento Radar de Página/12 hace unas semanas. En la primera línea se lee: “Roberto Arlt, un escritor fascinado por la invención y la técnica, murió en 1942: nunca conoció la televisión en Argentina, que tuvo su primera transmisión el 17 de octubre de 1951. Arlt pudo haber soñado con la televisión: era una fantasía común, cuando la radio ya había desarrollado cierta cotidianidad de lo instantáneo y el cine había ofrecido varias generaciones de estrellas. Sólo faltaba un poco para que imagen y transmisión a distancia se cruzaran para siempre.” Más allá del copete horrible, más allá de todo ese estilo periodístico de folleto del país de la alegría, más allá de la adjetivación automática e inanimada, hay una noticia. ¿Cuál es? Ricardo Piglia, según la nota “uno de los escritores y críticos que más consistentemente trabajaron sobre la obra de Arlt”, durante el 2014 coordinó un equipo que “trabajó arduamente” en la adaptación de Los siete locos y Los lanzallamas a treinta capítulos para una miniserie televisiva. La adaptación ya estaría hecha y ahora se estaría pasando al rodaje. El programa se podrá ver el año que viene. Sigue la nota: “El titánico proyecto que está en proceso cuenta con la dirección de Fernando Spiner y Ana Pitterbarg y la coordinación de guión a cargo de Leonel D’Agostino. Se trata de una ambiciosa coproducción entre TV Pública, la Biblioteca Nacional y Nombre Productora, cada uno a cargo de diversas tareas y responsabilidades.” El título de “Escenas de la angustia argentina” al parecer resulta bastante polisémico. No soy un especialista en Roberto Arlt, pero lo leo con tonta devoción desde hace años. También leo a sus comentaristas. A estos los leo con cierta perplejidad y un poco de resignada ironía. La lista es larga y variada. De la mayoría Arlt se reiría no sin amargura. ¿O qué piensan que diría enfrentado a los anteojos de Silvia Saytta o a la ingenuidad de Amícola, que a lo largo de Fascismo y astrología en Roberto Arlt dice, una y otra vez, que Lenin era bueno? La biografía de Saytta, escrita con la elegancia y el encanto de quien muerde un cartón corrugado, me gustó. El libro de de Amícola no. Doble condena para él por haber pensado un título cautivante y haber desarrollado un libro que no alcanza a cumplir ni el diez por ciento de las expectativas que genera. Entre tanto fóbico de convento que intenta leer a Arlt, rescato con énfasis a Piglia, y a Carlos Correas. Quizás a Viñas. Dicho esto, al leer la nota de Radar recordé una aguafuerte, bastante famosa, titulada “Sociedad literaria, artículo de museo.” Ahí Arlt chicanea sin red a un grupo de escritores que acaba de fundar la SADE. El grupo está lleno de nombres ilustres de hoy y también de ese momento: Lugones, Horacio Quiroga, Manuel Gálvez, Ezequiel Martínez Estrada... Entre los vocales aparece Borges, que al año siguiente recién cumpliría treinta años. Arlt es injusto y exagerado con la lista cuando dice que ahí “no hay literatura.” Pero la desconfianza y la causticidad pertenecen al género. Mientras que, de base, su vitalidad y sus astucia, su capacidad de leer, se imponen. Ahora bien, no me interesa discutir la SADE ni su fundación. Sin embargo, el aguafuerte incluye este párrafo: “No es por hablar mal pero ustedes comprenden que unos distinguidos caballeros y que eligen como lugar de deliberaciones un museo, mal pueden defender la literatura de nuestro país. Sería lo mismo que instalar un aparato de televisión en la sala de Antigüedades Orientales o en la Cueva de Altamira o darle a manejar un Rumpier Tauben a un aficionado a la filatelia.” El Rumpier Tauben fue un avión de reconocimiento biplaza que formó parte de la Deutsche Luftstreitkräfte durante la Primera Guerra. Pero lo que nos interesa acá es el “aparato de televisión” en una cueva famosa. ¿Desmiente esa sugerente imagen el principio machacón de la nota de Página/12? En mi rústica edición de Losada, “Sociedad literaria, artículo de museo” aparece consignado con la fecha 11 de diciembre de 1928. La SADE, de hecho, se fundó en noviembre de ese mismo año. Tampoco soy especialista en la historia de la televisión. Pero leyendo un poco la entrada de Wikipedia encuentro muchas citas, de las cuales rescato esta: “En 1928 Baird funda la compañía Baird TV Development Co para explotar comercialmente la TV. Esta empresa consiguió la primera señal de televisión transatlántica entre Londres y Nueva York. Ese mismo año Paul Nipkow ve en la Exposición de radio de Berlín un sistema de televisión funcionando perfectamente basado en su invento con su nombre al pie del mismo. En 1929 se comienzan las emisiones regulares en Londres y Berlín basadas en el sistema Nipkow Baird, que emitía en banda media de radio.” Las fechas coinciden. Supongo que Arlt, como estaba –al decir de la nota en Radar– “fascinado por la invención y la técnica”, conocía estos avances y lo que no sabía, justamente, lo fantaseaba. Para especular qué hubiera pasado entre Arlt y la TV me resulta mejor mirar el recorrido que hizo el escritor brasileño Nelson Rodrigues. En la última parte de su vida, Arlt había dejado de escribir novelas para pasarse al teatro y de esta forma renovar totalmente la escena porteña. Nelson Rodrigues, que, como Arlt, se había formado en redacciones y tenía mente de folletín, operó de manera similar. Pero mientras Arlt murió en 1942, Nelson Rodrigues siguió vivo y produciendo hasta la década del 80 y en algún momento escribió para televisión. No obstante hay varias diferencias. La principal, inevitable: un año después de la muerte de Arlt, el GOU daba el golpe del 43 comenzando la era del peronismo. La relación de Arlt con la TV habría dependido de mucho de su lectura de y su relación con peronismo. Como fuere, todo esto no es importante. Es, apenas, un detalle. (Página/12 y su legión de periodistas analfabetos y adulones escriben cosas peores y toman por tontos a sus lectores con temas bastante menos olvidables.)

Viernes. Soñé con un pueblo en un bosque en la provincia de Buenos Aires. Los árboles eran altos y había torres también muy altas entre los árboles. Torres redondas de diez metros de circunferencia y muy, muy altas, nueves o diez pisos. No eran torres normandas, ni de ladrillo a la vista. Parecían más bien sacadas de una novela de Tolkien. Tenía cúpulas con tejas y ventanas. Algunas eran blancas. Otras grises, más góticas. La mayoría tenía carpintería de madera en las aberturas. En un momento del sueño me acercaba a una y entraba y me decepcionaba que fuera una especie de centro cultural, con papeles en un pizarrón de corcho, dando avisos de cursos e información residual. “La burocracia lo arruina todo” pensaba en el sueño.