TERRANOVA LE CONTESTA A CICCO
Entrevistas, el arte del equívoco

grabador para entrevistasPor: Juan Terranova. La semana pasada Cicco se despachó una columna que tenía a varios escritores como personajes y a las entrevistas como tema. La pregunta central, sintetizando, era: ¿Por qué los escritores se hacen los locos y no dan entrevistas? Como conozco el paño de ambos lados, –como perseguidor y, en menor medida, perseguido– creo que puedo responder a las inquietudes de Cicco. Ahí va.

La magia de las redacciones

Dicen que las redacciones son lugares con mucha magia. Y es verdad. En todas las redacciones del mundo se corta gente por la mitad y también aparecen cosas que antes no existían. La entrevista como género es ideal para que se revelen declaraciones que nunca se hicieron, y para que algunas que se hicieron desaparezcan, y sobre todo, sirven para moldear la idea periodística a imagen y semejanza, no del entrevistado, por supuesto, sino del entrevistador.

Efectos de la realidad

“Que la realidad no te cague una nota” se dice en las redacciones. Y los escritores, en sus mohosos cenáculos, retoman la frase y la parafrasean: “Cuidado, que los periodistas no te caguen la vida”. Ejemplos de cómo el periodismo es capaz de volverse la disciplina más elástica del mundo sobran. Un comentario al paso se vuelve titular con una facilidad que asombra. En Reportajes, el último libro de Fontevecchia que comentamos hace un par de días se da esta situación. Mientras entrevista a Binner, el gobernador de Santa Fe, es Fontevecchia el que dice la frase que después va a terminar titulando la nota, entrecomillada, como si hubiera salido de boca del entrevistado. El diálogo es así:

Fontevecchia: Por fin, aquí tenemos una definición de Binner: “Los que más tienen se quejan más”.
Binner: Es probable

¿Cómo se llama la nota? “Los que más tienen se quejan más.”
Por este tipo de cosas, cuando uno da una entrevista, la experiencia de verla impresa en el kiosco puede parecerse mucho a reflejarse en esos espejos que deforman. Lo peor es la duda: ¿Lo dije o no lo dije? Y ya que estamos recordemos que a veces un caracol sacado de contexto se parece mucho a un submarino.

Efectos de la amplificación

Otro factor importante para un escritor es que la entrevista, o lo que se dice en ella, pasa a ser más importante que el libro o la obra en cuestión. O sea, lo que se dice en media hora en un bar ruidoso, resulta que tiene más peso que lo que trabajó durante meses, a veces años, en la calma de la intimidad. Es la diferencia entre un libro que tira 1500 ejemplares con suerte y un suplemento que sale en un diario que tira 30.000 o 300.000. Esto no es malo en sí mismo. Pero la falta de proporciones, hace que muchos escritores se asusten con razón. Los escritores trabajan con palabras y por eso algunos les dan mucha importancia. Los periodistas también trabajan con palabras y por eso algunos también les dan importancia. El problema es que cuando se trata de “vender una nota”, lo que manda no es precisamente un lenguaje depurado. De allí que muchos escritores se enojen cuando la pelota del sentido cae en ese limbo donde no hay autor. ¿Quién es que suscribe una respuesta en una entrevista? La escribió el periodista, la editó el editor, la dijo el entrevistado, ¿o no la dijo? ¿O no se entendió? ¿Está todo grabado? Y cuando dicen que sí, que está todo grabado es peor. ¿Desde cuándo un aparatito que funciona con dos pilas chicas puede ser juez taxativo del sentido?

Diferencias  y escándalos

A ver si nos entendemos, yo no digo que a las vedettes-patinadoras-cantantes-modelos de la TV no les moleste ni un poco que digan cosas que no dijeron, pero al escritor, por ser, en teoría, un profesional de la palabra, que le hagan decir cualquier cosa le resulta incómodo. Aunque ahora que lo pienso, a las minas que salen mostrando el culo en la TV les reditúa el escándalo, por ejemplo, para publicitar un musical en Carlos Paz. Ojo, al escritor también le rinde el escándalo. La gran diferencia es que a ellas se les da y se les incentiva la posibilidad de respuesta. Siempre hay un micrófono a mano para que mujeres siliconadas se peleen y se insulten al aire con panelistas de toda especie. Hay que aceptarlo, los argentinos que miran la tele a la tarde tienen debilidad por esas jodas. Mientras tanto, la capacidad de reacción de un escritor frente a un medio periodístico es nula. Una modelo, un político, un empresario pueden llamar –y a veces lo hacen– a su abogado para que inicie acciones legales. El escritor con suerte puede llamar a su madre para que lo consuele.

Los escritores no son una raza aparte

El mayor error de la nota de Cicco, en todo caso, es suponer a los escritores como una raza aparte y homogénea. Los escritores son personas y como tales, hacen las cosas ridículas, previsibles y banales que hacemos todos. Cicco dice: “El escritor en cuestión mira al periodista como a un ser miserable que, por alguna disposición de la vida, está al final de la escalera, mientras él se encuentra en la azotea, comunicándose con la energía divina del cosmos y plasmándola en libros que sólo él y Dios comprenden.” Este enunciado totalizador puede ser tomado como una verdad en parte. Si Chiche Gelblung tuviera que entrevistar a Hemingway sería de esperar que ocurriera esto. Pero cuando hay paridad de desconocimientos –una situación típica donde el periodista es uno más en un diario y el escritor acaba de publicar su primer libro– la situación es tranquilamente la inversa. El que se encuentra en “la azotea” es el periodista, sobre todo si escribe para un medio importante.

Postergaciones varias

Otra cosa que escribe Cicco: “Dada la cualidad dominante en la relación, el escritor puede, sin previo aviso, postergar libremente la nota si algo importante aparece en su agenda como, por ejemplo, una mancha de queso mantecoso. Además, tiene permitido hacer sufrir encarnizadamente a ese mentecato del cronista, escupiéndole el café o citándolo en piringundines con serias posibilidades de ser culeado en el acto”. Pero, ¡como si los periodistas nunca postergaran nada! Ellos también postergan notas, sobre todo cuando ya las hicieron. Y no te digo nada si son editores. Cajonean de lo lindo. “¿Qué es esto? –dicen– ¿Una entrevista inédita a James Joyce? ¿Y cuándo se murió el tipo? No va, perdió vigencia”. Y de paso, los periodistas, creo, más que los escritores, frecuentan piringundines donde las posibilidades de ser culeado aumentan. Finalmente da la casualidad que una vez a mí me tocó entrevistar al autor de un libro, un escritor muy reputado en los circuitos de TEA, Chacabuco al doscientos y aledaños. El libro se llamaba Yo fui un porno star, y otras crónicas de lujuria y demencia y el autor era Cicco. Por lo que yo recuerdo, el autor se portó, respondió con humor y no se hizo el difícil ni un poco y eso que el fotógrafo lo tuvo posando como dos horas en una calleja de La Boca.

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