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Por Juan Terranova. Domingo. La masa es racista. Necesitamos el concepto de diferencia para entender. Es herencia de la Aufklärung.

 

Lunes. El 7 de agosto de 1968, Graham Green llega a Asunción y le escribe a Marie Biche desde el Gran Hotel del Paraguay. Acaba de remontar el Paraná y dice: “Buenos Ayres fue una experiencia bastante horrible. Los escritores europeos son tratados como Elizabeth Taylor.” Atrás se ve asomar la sonrisa extraviada de la Ocampo. Leo un fragmento de la carta del muro de Facebook de Cristino.

Lunes, más tarde. No hay que intentar nunca ser más romántico que los románticos.

Martes. En unas semanas cumplo cuarenta. Antes, se decide quién va a gobernar hasta que cumpla cuarenta y cuatro. Ahora escucho Concierto para violín y orquesta re mayor Op. 61 de Beethoven.

Miércoles. La Dora de Freud, Ida Bauer, se casó en 1903 con una tal Ernest Adler, y tuvo un hijo, Kurt-Herber, que alcanzó fama como director de la ópera de San Francisco. No encuentro qué óperas dirigió o hizo montar, si fue un burócrata o un artista, o ambos. Pero el dato no me resulta tan casual, sino más bien causal. Estuve repasando los Tres ensayos sobre teoría sexual. Y de ahí me fui a Dora. Freud introduce la presentación del caso con muchas excusas y cuidados. Lo atacaban. Estaba, no queda duda, haciendo algo difícil.

Miércoles, más tarde. Federico Sironi puso una traducción del inglés que hizo de Ex Captivitate Salus, un poema que Carl Schmitt publicó en 1945. ¿Lo escribió antes o después del final de la guerra? El principio del poema es terrible y hermoso: “Yo he experimentado todas las tribulaciones del destino/ Victorias y derrotas, revoluciones y restauraciones,/ Inflaciones y deflaciones, bombardeos/ Difamaciones, regímenes colapsados y colapsadas cañerías,/ Hambre y frío, encierro y confinamiento solitario,/ A través de todo eso he pasado/ Y todo eso ha pasado a través de mí.” Los dos últimos versos hacen relación a la experiencia y la vida. De forma más humilde y literal podrían haber referencia a los libros.

Jueves. Derivando por la web, encuentro un casco samurai del siglo XVIII. Tiene un ornamento de tentáculos dorados, como si de la cabeza del guerrero surgiera un pulpo asimétrico. Parece el casco del ejército de Cthulhu. Después leo una nota titulada “El robot con sentimientos no sirve para tener sexo.” Es un robot japonés, se entiende. El copete dice: “Lo advirtió la empresa que comercializa a Pepper, el autómata capaz de interpretar emociones que es un éxito de ventas. Habrá sanciones legales para los usuarios que incumplan estas condiciones.”

Viernes. Ayer cerré mi seminario de extensión en Filo. Fue un regreso suave y ameno. Me mojé todo yendo. Llovía muchísimo y llegué empapado. (Escurrí las medias al lado del escritorio.) Cuando volvía la tormenta había parado y vi a unos viejos jugando al fútbol desde arriba del puente que cruza por arriba de las vías, cerca del club.

Viernes, a la tarde. Salió mi nota sobre Zambra en Crisis. Los amigos la leyeron entusiasmados y la celebraron. Eso es bueno.

Viernes, a la tarde. Atentados en París. Otra vez. Escucho France Info. Me hace acordar a mis viajes sentimentales de juventud. Realmente me hubiera gustado hacer carrera militar. ¿Habría podido? En mi juventud tenía poca tolerancia al aburrimiento pero si había un fin, un objetivo claro, lo admitía. Aunque también es verdad que mi imagen de la carrera militar está idealizada en mi percepción pero ¿quién no idealiza? Y sobre todo, ¿quién no idealiza la vida y la actividad del escritor? Como el casco del pulpo samurai que quizás sea falso, y quizás, tal vez, sea verdadero. A través de todo eso he pasado. Y todo eso ha pasado a través de mí. Y todavía falta.