Por Juan Terranova. Sábado. Hicimos un asado y Vanoli trajo el bourbon con el que yo había soñado.
Lunes. Leo un artículo de Xul Solar publicado en 1957, al parecer en la revista Lyra, con el título “Propuestas para más vida futura. Algo semitécnico sobre mejoras y entes nuevos.” Ahí Xul propone ya en época muy temprana injertar el cuerpo con suplementos quirúrgicos. El artículo tiene sorna pero, al mismo tiempo, también cierto viso de ciencia ficción anticipatoria. ¿No estaban demasiado cerca en ese momento los experimentos de la Segunda Guerra? La década del 50 fue una buena década.
Martes. Hoy, 8 de diciembre, se cumplen cuarenta y cinco años del estreno de Husbands de Cassavetes. Me imagino a un padre de familia entrando solo a verla una tarde fría de invierno en alguna ciudad de los Estados Unidos como Chicago o Detroit. La escena me genera emoción. La línea de promoción de la película decía: “Una comedia sobre la vida, la muerte y la libertad.”
Martes, más tarde. Al final del día, comprendemos una vez más que Roma no termina de caer y todavía hoy el libro de la Nueva Alianza nos sostiene como sujetos.
Miércoles. Daniel Molina pone en Twitter una frase de Emmanuel Levinas: “La maldad consiste en excluirse de las consecuencias de los razonamientos que uno sostiene.” Más tarde Jerry me pasa una nota que describe un encuentro entre Hitler y Franco. Copio: “Para Hitler era fundamental la entrada de España en la II Guerra Mundial, ya que suponía el control del Estrecho de Gibraltar y del Norte de África. Por ello, visiblemente enfadado y disgustado por la actitud gallega y correosa (cedo, pero no cedo), dijo: “prefiero que me saquen todas las muelas a tener que volver a negociar con este hombre.”
Miércoles, más tarde. Hoy en el Museo un hombre con la cara de otro hombre. Me quedé mirándolo. No me animé a hablarle. Después, ya en casa, escuché los primeros cuartetos de cuerdas de Haydn. Mavrakis, por mail: “No son tiempos fáciles para ninguna ortodoxia. Pero al final todos saben que con la heterodoxia no se avanza.”
Jueves. Me hubiera gustado ser alemán, protestante, cruel. No me alcanzan los centuriones romanos ni el SPQR. Muy lejos en el tiempo. Así que soy mediterráneo extraterritorial, un romántico, un federal, un peronoide, soy Muss saltando en un trampolín para la LUCE, el bufón de occidente, amado y luego masacrado por los que lo amaron. Pero quizás pueda ser un poco austríaco al ser argentino. Qué aspiración. Sí, Buenos Aires, las pretensiones del viejo Imperio de la Austria Hungría no te quedan tan mal, no te fondean ni te desentonan.
Jueves, más tarde. Terminé de leer El absoluto literario. Es un buen libro. Creo que posiblemente Viktor Shklovsky haya sido una reencarnación de Friedrich Schlegel. O quizás fueran dobles. El crítico caótico y genial, duplicado entre Jena y San Petersburgo.
Viernes. Mi educación musical adulta tuvo un importante en los cuatro o cinco veranos que pasé en Cariló con mi familia. El plan general de la vacaciones siempre incluía ir a escuchar al maestro Alberto Lisy y su camerata. Mis padres no lo imponían. No eran de imponer ese tipo de cosas. Pero íbamos todos juntos. Algunas de las obras que tocaba Lisy me gustaban. Incluso me entusiasmaban. Otras no. De a poco empecé a entender que Lisy era un gran artesano del violín y la dirección pero tenía un gusto en el que yo no confiaba. (Y todavía no confío) Lo confirmé cuando en la iglesia de Cariló tocó con un clarinetista y un pianista una obra escrita por el tipo que le había hecho la música a una película de Trapito, Petete o algo así. La obra era sentimentaloide y abstracta, muy ligada a la música accidental, lo cual era hasta cierto punto comprensible. Un verano, un concertino de Lisy que era taiwanés estuvo parando en nuestra casa. Fue una experiencia importante escucharlo tocar y ensayar y hablar con él. Había vivido en España y hablaba un español bastante bueno y también un inglés correcto. Durante ese verano me di cuenta de que a muchos músicos eruditos la música los cansaba y de una manera bastante puntual distorsionaba su manera de escuchar. Había algo deportivo en el violinista taiwanés que me desagradaba. Es una obviedad pero los que hacen música no la sienten de la misma manera que los que la escuchan. (Qué gran descubrimiento, licenciado Terranova.)