Por Juan Terranova - @juanterranova Lunes. Hace doscientas semanas que llevo este diario. ¿Es mucho? Quizás, pero el año pasado el rinoceronte de Durero cumplió quinientos años.
Martes. Ignacio Irulegui puso en Facebook el billete irlandés de diez libras que tiene el retrato de Joyce. (En ese retrato parece un viejito bueno.) Leo The job de Burroughs. Es ameno. Dulce paranoia narrativa para el niño porteño. Ariel Dilon tradujo el título como La tarea. No sé por qué. La primera traducción de Mateu era El trabajo. Joyce, Burroughs, escritores que solo se leen con pasión en Argentina, y en especial en Buenos Aires. También se los admira mucho, a veces sin leerlos, como símbolos. El porteño necesita que le digan lo que tiene que admirar con una mueca seria. No una orden. Una mueca. ¿A quiénes y cómo admiran los porteños? Qué tema. La admiración como club. Pertenecer o no pertenecer. Ese es el tema. (Creo que leer siempre implica, de entrada, no pertenecer.)
Miércoles. Escucho las sonatas de Mozart tocadas por Richter. Pienso que el insumo básico de la lectura y la escritura es la paciencia. Me devuelve la fe imaginar a Oistrakh y a Richter tomando un café en la barra de un bar de Moscú después de un ensayo.
Miercoles, más tarde. Godoy me manda la entrada de Wikipedia de Norberto Ceresole, un escritor político que estuvo en el ERP, en el peronismo, fue acusado de neofascista y antisemita y le terminó haciendo una de sus campañas a Rodriguez Saa. Me sale responderle que tenemos tan negada la derecha, que estamos tan formateados en las fotocopias de Lukács que reparten en la facultad, que estos tipos siempre nos parecen personajes de Bolaño. Bolaño entendió muy bien al intelectual mediopelo de su tiempo: un tipo un poco poeta, un poco de izquierda, no del todo instruido, moralista antes que reflexivo, y muy romántico. Y le ofreció héroes audaces, el modelo de lo que nunca sería pero quería ser, y luego, los villanos sensuales, esos a los que reprobaba, desconocía y culpaba de todo. Al final escribió novelas sobre el narcisismo de su época. Y transformó a toda esa caterva de afectados primero en sus lectores, y después en sus agentes de prensa. Hay bastante talento en eso.
Jueves. Tengo un principio de novela: “Una vez en Amsterdam me puse a tocar el piano borracho. Dos viejas me miraban. Pensé que les incomodaba la música. Terminé y paré. No se detenga, por favor, dijo una.” Ese es el principio. Creo que es bueno. Así que no lo voy a continuar porque es obvio que si sigo lo estropeo. Viejo truco.
Viernes. Soñé que iba a Mar del plata. Una Mar del plata del futuro, no tecnificada, más oscura, con más recovas y edificios góticos sobre el mar, edificios llenos de galerías y terrazas. Ahí, en una alameda oscura y llena de viandantes hablaba con un hombre que era muy parecido a Jerry. Le contaba que estaba trabajando en un museo, un museo que también era una especie de campus blanco y prolijo. Pero obviamente a mí me tiraba más esa feria, esa parte de la ciudad. En el sueño se podía sentir el salitre del agua. El hombre no me decía nada en concreto, aunque me respondía con amabilidad. Supuse que era un hermano no reconocido de Jerry. Después de eso, el sueño cambiaba de escenario a una zona residencial donde me encontraba a Pola Oloixarac y entrábamos en una casa y yo me acostaba en una cama y ella me empezaba a sacar fotos desde muy cerca. Se reía y me decía: “Estás viejo, Terranova.” Después íbamos a una zona de jardines y ella usaba un abrigo con una capucha muy grande con pieles y yo le sacaba fotos a ella.
Sábado. En un portal inglés, leo el titular: “Black German woman learns a shocking family secret: Her grandfather was a Nazi.” Intento no leer la nota. Parece que la mujer de treinta y ocho años descubrió su origen mientras revisaba libros en Hamburgo. En una mesa de novedades comprendió su pasado viendo unas fotos. Me parece que la ironía de la negritud y el nazismo es lo de menos para una escena como esa.