PROLIJIDAD SIN NOVEDADES
Introducción a la revolución rusa

La Revolución RusaPor: Juan Terranova. Siglo Veintiuno acaba de distribuir La revolución rusa de Sheila Fitzpatrick, según Wikipedia, una historiadora de origen australiano que da clases de historia soviética en la Universidad de Chicago. El libro es simple, está bien armado y se atraviesa con placer. A lo lejos, sin embargo, sus buenas intenciones se desfiguran un poco.

La forma del relato político

El relato político demanda prosistas claros. La ideología de la sintaxis siempre está en tensión con las posiciones del que escribe. Así las cosas, Fitzpatrick es una narradora prolija, quizás demasiado prolija. Lo que ve es monstruoso, pero nada le llama mucho la atención. Para bien o para mal, el libro carece totalmente de conclusiones personales. Aunque en algunos puntos se deje entrever que Fitzpatrick sabe del horror del stalinismo y sus equívocos, los transita como algo ya conocido. Su mayor apuesta es señalar o sospechar, no demostrar, que Lenin era tan autoritario como Stalin: “Los bolcheviques describían su gobierno como una “dictadura del proletariado”, concepto que en, lo operativo, se parecía mucho a una dictadura del Partido Bolchevique”.

Los archivos secretos

El libro tiene varias virtudes. La teoría marxista no es intrusita en la narración de la praxis política, Fitzpatrick maneja con fluidez fuentes y textos críticos sin hacer ostentación de sus conocimientos, el orden cronológico que se elige es impecable, no hay sensiblería o dudas a la hora de narrar hechos complejos ni mucho menos mitificaciones absurdas. Pero contra el marketing del libro y pese al batido de la contratapa que promete nuevas perspectivas de la mano de la apertura de los archivos soviéticos, esta Revolución no tiene novedades para ofrecer. Los archivos secretos del gran experimento ruso del siglo XX siguen en cuarentena para el mundo de habla castellana.

Síntoma

No es difícil concluir entonces que la ambición de síntesis, en este caso, genera una lectura amena, pero atenta contra el objeto de análisis. El gran aporte del libro de Fitzpatrick es, antes que otra cosa, una sintomática descripción de la situación política actual. Hace algunos años, este mismo título hubiera sido, al menos por un mes, el centro de una serie de artículos difamatorios y el principio de un debate alrededor del discurso historiográfico. Hoy es apenas un manual más, bien escrito, bien editado, con una buena lista de bibliografía obligatoria en inglés. Como introducción a un tema extremadamente complejo, se agradece. Como vuelta a un problema conocido se queda corto.

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