LA TELEVISIÓN COMO PRUEBA DE VIDA
Millonario en miradas

Slumdog millionairePor: Adriana Amado Suárez. El argumento de la película "Slumdog millonaire" es simple. Un muchacho concursa en el famoso programa "¿Quién quiere ser millonario?" (sí, ese mismo que por acá hizo Julián Weich por 2002). Siendo que el chico es casi analfabeto, el conductor del programa sospecha que esté haciendo fraude porque nadie antes había llegado a estar tan cerca del premio. Menos podría un chico como Jamal Malik, que viene de lo peor de la calle y de la pobreza, como irá revelando durante el interrogatorio policial. Porque alguien de su condición siempre es sospechoso del delito de la marginalidad con lo que de la tele se fue directo a la seccional. Y no importa que Jamal se gane honestamente su sustento como cadete de un call center (de esos que desde India atienden las quejas del consumo del primer mundo). El sistema presupone que una persona que viene del rebusque y la ratería no puede ser confiable. Si nunca tuvo educación formal, es raro que avance airoso en un juego de "cultura general". Si viene de la villa, se presume culpable. Porque ¿en qué mundo se cumple la promesa del título, que un "villero" pueda convertirse en "millonario"?

Hay lugar donde es posible esta fantasía: en la televisión. Ahí pueden mezclarse sabios con brutos, pobres con ricos, descastados con aristócratas. Cualquier chico que vivió en situación de calle sabe que en el único lugar donde siempre va a ser bien recibido, donde no le van a preguntar de dónde viene ni dónde está, es la tele. Los demás lugares que lo deberían contener, la escuela, la casa familiar, el trabajo, sea en India o en Argentina, lo dejan afuera. En cambio, la tele, o el cine, o la música, son los únicos espacios que nunca le niegan una alegría a nadie. Ni siquiera a Jamal, para quien el programa "Quién quiere ser millonario" es de las poquísimas cosas que puede compartir con sus educados compañeros del call center (porque para trabajar de telemarketer, allá o acá, hay que tener, por lo menos, colegio bilingüe). No sólo con ellos, sino con todo Bombai, porque allá como acá, cualquier programa que ponga en juego la fantasía de ser por un rato otra cosa, convoca las masas de cualquier grupo y factor social. Y las pone a compartir uno de los escasísimos bienes que se reparten democráticamente: el entretenimiento.

Pero la tele ofrece un beneficio adicional. Cuando a este chico le preguntan para qué fue al programa, contesta "Para que me vieran". Dirán que todos van a la televisión para eso: los políticos, los artistas, los que quieren que le instalen un semáforo en la esquina, los que buscan la mascota perdida. Porque todos queremos ser vistos. Pero para algunos la televisión puede ser la única oportunidad de hacerse visible, y por tanto, de existir. Bien dice Todorov en La vida en común que en las personas la necesidad de reconocimiento es tan o más vital que la del alimento. Y recuerda, además, que el mismísimo Adam Smith decía que el problema de los pobres es que son invisibles. Pregúntenle, si no, a la Presidente de la Nación, que los descubrió hace poco, cuando los vio en el noticiero sumergidos en el lodo de Tartagal. Y fue a visitarlos para que también otros la viéramos en la televisión. Y la reconociéramos. Bueno, esta película cuenta una historia de reconocimiento. Cuenta que, por estos días, la televisión puede ser para muchos la única prueba de vida. Es un cuento sobre la posibilidad de salir de pobre o, al menos, de que alguien te vea. Así en Salta como en Bombai. Amén.

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