RICARDO ARJONA EN BUENOS AIRES |
El amor de las masas |
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Por suerte, parece que las fanáticas de Ricardo Arjona no se preocupan demasiado por el qué dirán y en el verdadero acto de la lealtad de este fin de semana, volvieron a ratificar su fe en su dios. Que descendió, no ya de los cielos, sino de una rampa desde el “5to. piso” del que habla su último disco, que da a un sórdido callejón, parecido al que recorrieron las chicas para llegar al show. En honor al público, el escenario hace culto de nuestros barrios periféricos, de la estética del kitsch, del colorinche latino. Y no ahorra en desmesuras como un violinista rodeado de luces fluorescentes, o un teclado oculto en una trompa de un V8, o figurantes disfrazados de policías y obreros caminando por la calle conurbana donde el juglar canta a la nada.
Porque Arjona es el poeta de la nada cotidiana, del taxi, de la visita a los suegros, de departamentito de soltero, del reloj, del levante callejero, de la mentirita. Sabe que esa pequeñez despierta reacciones colosales. El bardo habla de “mal de amores” y miles de fans colman la Bombonera con un único suspiro. El cantante le dedica a una señora uno de sus hits, y la nena de la fila de atrás grita “¡No tener 40 años, la p... madre!”. Y todas, y todos, agitan sus manos desesperadas al estribillo “¡Y dueeeeele... quererte tanto”. Y en ese trance, se hermana la petisa de los brazos tatuados, el que miró todo el recital a través de las dos pulgadas de la pantalla de su Kodak, la modelito invitada VIP que en sus plataformas de corcho se cuela en la fila que en Mercado libre se vende a novecientos pesos. Porque contrariamente a lo que el prejuicio de clase podría indicar, en el recital había de todo: gente de abajo, de arriba, de colegios bien, de trabajos mal, hombres, mujeres, y muchas adolescentes, muchas. Que bien podrían encontrarse en Creamfield, pero que esta vez eligieron canciones de amor explícito. ¿Y?
Ricardo se sienta y les habla del mundo, de lo mal que anda, de que a veces “estar jodido no es tan malo” y la rubia de adelante le contesta en un aullido “Noooooo... te amo”. Ricardo les canta “Acompáñame a estar solo” y otra ahoga un “Síííííí... te amo”. Y cuando ya creíamos que no había resto, las mismas adolescentes que según las estadísticas del Ministerio de Educación tienen problemas con la tabla del 5, repiten al dedillo estrofas complicadísimas, llenas de significantes duros como “¿Que hace un Porsche en Tel Aviv?/¿un pigmeo en un iglú/una duda en un gurú/que hace Frida sin sufrir?”. Hay esperanzas.
Los que lo defenestran no se han detenido en sus metáforas, que no tienen nada que envidiarle a Sabina. “Tu desnudez es tu mejor lencería”, por ejemplo, además de metáfora, es un propuesta irresistible como demostraron los desmayos colectivos en la cancha. “El cadáver del minuto” es otra joya del concepto. Es cierto que el verso completo “El cadáver del minuto que pasó” se arruina con la aclaración. Pero ya habíamos dicho que las nuevas generaciones tienen problemas serios con la comprensión de textos. Excepto, claro, que un morocho musculoso les cante toda la noche lo que a cualquiera le gustaría escuchar: “Qué estoy haciendo yo... sin ti.”
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