COLAS, ESPERAS, AMASIJOS Y COMISIONES LEONINAS
Paraísos de consumo

el changuito de superPor: Adriana Amado. Paraíso 1: Supermercado del hágalo ud. mismo. Un comprador presenta en caja un cupón que le dieron en premio a otra compra anterior que indica un “15% de descuento” en letra de dos centímetros. Vacía su carro entusiasmado pero el 15% del supermercado es bastante menos que el 15% de lo comprado. Se interrumpe la cola y se convoca al supervisor que está acostumbrado a enumerar las exclusiones de descuentos y cupones. Que casi nunca coinciden con las cosas que uno necesita comprar.

Paraíso 2: Cadena internacional de comercio minorista. Ropa, menaje, decoración, muebles, electrodomésticos. Quince mil metros cuadrados de consumo atorados en unas pocas cajas atendidas por sufridas criaturas que deben cobrar, empacar y atender el fastidio de quienes tardan en pagar el triple de lo que les llevó elegir la compra. Una caja promete “Prioridad electrodomésticos”, pero como había una sola niña atendiendo a las compras enchufables, en la práctica se convertía en “Demora electrodomésticos”. Gracias al ingenioso sistema el que había comprado un peluche pagaba prontamente su compra mientras los “prioritarios” que iban a gastar una fortuna en una heladera o un plasma, formaban una fila peor atendida que la de los jubilados, que en algunos bancos por lo menos tienen asiento.

Paraíso 3: Mega mercado recientemente inaugurado. Metros y metros destinados a las marcas topísimas. Pantallas, vidrieras, trapos incansables que mantienen los pisos inmaculados. Cocheras interminables, con un sistema de alertas lumínicas para encontrar rápidamente el lugar vacío. Todo bien hasta que querés abandonar el paraíso. Los 2.500 autos deben pagar el ticket a un único cajero de la única caja habilitada un sábado de enero a la tarde, que pone la cara por la corporación a la furia de los paseantes, nerviosos porque cada minuto de la interminable espera se le factura en concepto de estacionamiento.

Paraíso 4: Barrio dedicado a los materiales de la construcción en el oeste porteño. Cualquier compra en la zona, aunque se trate de una canilla, no baja de tres dígitos. Los grandes locales admiten todos los medios electrónicos pero son caros y tienen los males que enumeramos. Los negocios que ofrecen precios convenientes y atención campechana no aceptan pago electrónico de ningún tipo. Ni un cajero en veinte cuadras a la redonda, y si lo hubiera, el límite de extracción no alcanzaría más que para una parte de la compra. ¿Quién era que había dicho que “en este país es difícil estar en blanco”?

Asombrosamente las cifras muestran que el consumo crece a pesar de que el consumidor argentino es sistemáticamente maltratado en su obstinada costumbre de comprar. O de pagar, que en Argentina no es nada fácil. Requiere:

·         Colas, esperas, amasijos, comisiones leoninas;

·         Identificaciones molestas: ni el negocio más piojoso admite la tarjeta si no presentás un documento con validez nacional y si no completás el cupón con más datos que los que te piden en una entrada a la comisaría;

·         Liberar tu dinero del virtual corralito en el que lo tienen los bancos: si lo sacás por sucursal, los bancos te penalizan con cargos extras. Para sacarlo por cajero, primero tenés que encontrar uno de tu banco, para que no te cobren fortunas por la extracción de tu propio dinero, y en el milagroso caso de que funcione,  que lo que te permita sacar te alcance para pagar algo.

Hasta la compra de un boleto ha transformado al viajante en un especialista en numismática obligado a coleccionar monedas y monedas para que se le conceda el premio de viajar en colectivo. Si la compra tiene tan poca colaboración de los comerciantes beneficiados en las transacciones, qué clemencia podremos esperar para los reclamos, devoluciones y cambios. Si así se trata a los que tienen un manguito para gastar, qué harán con los que tienen que pedir prestado. Si este es el paraíso, “el infierno está encantador”…

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