SOBRE LOS PROGRAMAS DE TV QUE USAN IMÁGENES AJENAS
TVR tiene derecho, tanto como cobardía

Por: Pablo Llonto. La sublevación de Majul, me atrevo a sugerir, debió tomar un atajo. No es el uso indebido de imágenes la vergüenza de TVR sino su hipocresía. TVR eligió del formato televisivo el subgénero de los bufones. A veces mucho más didáctico que cualquier programa político. De allí su atractivo. Que TVR haga trizas a Majul, Lanata, Gelblung o quien sea, ya sea por el archivo o por lo que se les ocurra es casi una obligación. Ocurre que la valentía de TVR (admito lo fuerte que resulta el adjetivo) se termina, como siempre, en su cobardía.

La cobarde producción de TVR no bufoneará jamás sobre Ernestina de Noble y sus hijos apropiados, ni sobre las empresas clandestinas del Grupo Clarín, ni sobre los aprietes devaluatorios en la crisis del 2001, ni le tomará el pelo o mostrará las agachadas, crueles y vomitivas, de las estrellas del Grupo Clarín en la dictadura ni mucho menos de sus productores.

Aquel Gianola que repetía junto a Morgado "No te tenemos miedo" era la cruel careta de un programa que siempre tuvo miedo y que arrodilló cada uno de sus trabajos al poder económico.

La sublevación de Majul, me atrevo a sugerir, no debió montarse en una carta documento. Los duelos entre periodistas se resuelven en el campo de la verdad. Majul tiene pasado y presente como todos nosotros. Su pasado, como el nuestro, cargará para siempre con la pesadilla de los archivos. Su presente es el que hay, quizás corregido por su autocrítica, sus amigos y sus consejeros. Su futuro será el de la Providencia o el que anhelamos de todos: periodistas comprometidos con las causas populares, con los que menos tienen, con algunos de los ideales de Rodolfo Walsh.

Pero Majul tiene la oportunidad de demostrarle a TVR quién hace más o menos periodismo sin necesidad de exigirle "respeto" por los materiales emitidos en sus programas. Al muy cómodo programa TVR debe oponérsele un incómodo programa de denuncias, verdades, investigaciones y reportajes. 

El aire es de todos
 
"Se me debe haber pegado la melodía", dijo una mañana Pichuco Troilo durante la audiencia de conciliación en Sadaic. Dos autores le imputaban plagio luego de escuchar la versión de: "Una cancion".

La inhumana tarea de ser original, agotada un sexto día por alguien que dijo ser autor del Universo, ha generalizado una respuesta muy común entre los periodistas: "ya está todo inventado".

El debate entre Majul y otros hipercríticos sobre el "uso de imágenes", "derecho de autor" y en cierto sentido "la propiedad intelectual" se encaminó por momentos rumbo a una condena: quienes utilicen material de otro deben ser penados.

La vida de los medios de comunicación es la vida misma de las obras de otros. Mal podemos reclamar exclusividad quienes exigimos que todo es de todos. Pero menos pueden hacerlo quienes vindican la propiedad privada.

Si la propiedad privada lo fuese, alguien debería ser el dueño de la palabra amor, otro del verbo coger y sus consecuencias prácticas y algún antiguo ciudadano del color amarillo.

Cuando adolescentes (y estudiantes de abogacía) éramos sensibles a la existencia de los derechos intelectuales.

Pero la absurda legislación mundial y los absurdos doctrinarios nos convencieron de abandonar, por absurdo, semejante credo. Fue un tiempo después de colgar el diploma de la UBA.

¿Sabemos por ejemplo que después de 65 años, o 70 ó 75 (la variedad proviene de cada país y de cada hemisferio) de la muerte de un autor sus obras pasan "al dominio público" y forman parte de la góndola universal en la que todo el mundo agarra lo que quiere?

¿Cuál es el fundamento filosófico para que un canal de televisión no pague derechos por una sinfonía de Bethoven y si los pague por un mamarracho de Alejandro Sánz?

La llamada propiedad intelectual y el llamado robo de imágenes, cuya sanción persigue esta sociedad capitalista, resulta un oximoron. Lo es tanto como la Constitución Argentina que habla de "prohibir la esclavitud" pero permite el trabajo asalariado.

Majul tiene derecho a quejarse del uso ilegal de imágenes si previamente confiesa que comete todos los días la misma falta en sus programas de radio apropiándose – como lo hacemos todos - de las informaciones de otros diarios, de las palabras de otros argentinos, de las frases hechas de otros, de las ideas universales.

Para el capitalismo, y los defensores del Derecho Intelectual, decir buen día, sin la autorización del creador original de la frase, sería un crimen.

Así como las sabias reflexiones anarquistas concluyeron que robar un banco no es un delito, pero fundarlo sí, nuestra sociedad debe pensar bien esto de tutelar la propiedad de las ideas, las imágenes, la creación. Hace poco un colega se enojó porque en un reportaje a Chicha Mariani, abuela de Plaza de Mayo, ella me contó cosas que también le había contado en un libro. ¡reclamaba la propiedad de las declaraciones y los relatos de otros!

Así estamos: usted no puede dibujar un redondel, pintarlo de amarillo, ponerle dos ojitos y una sonrisa porque a un señor yanqui se le ocurrió patentar a Smile.

Usted tampoco puede componer una canción que diga Boca Juniors porque Macri le cobrará peaje. ¿Esta era la libertad?

Al final, gritemos todos juntos como Guille, el hermanito de Mafalda: ¡Pod favod!

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