marcha 8N

/Por: Adriana Amado - @adrianacatedraa El periodismo suele ser despiadado con los sujetos anónimos. A un ministro se le pide audiencia y se negocia arduamente con su jefe de prensa antes de ponerle el micrófono, pero al ciudadano de a pie se lo increpa de improviso. Mientras al funcionario se lo legitima con su nombre, título y función, al informante eventual se lo arroja a la pantalla sin siquiera la gentileza de presentarlo con su nombre de pila. Y si al burócrata no le gusta cómo salió en la tele, siempre tiene a mano un micrófono para rectificar, cosa que no le pasa a ninguno de las personas entrevistadas a boca de jarro en la marcha del 8 de noviembre. Javier Darío Restrepo, a cargo del consultorio ética de la fnpi.org, recuerda que esa desigualdad obliga a extremar la prudencia en la cobertura del ciudadano común, ese con quien paradójicamente la prensa se suele ser bastante descuidada.

Tan incómodo es incluir las voces de la gente, que hay quienes dudan del uso del sustantivo que la designa, al punto de discutirse en los claustros la conveniencia de eliminarlo de las noticias. Sin embargo, la marcha del 8 estaba llena de gente: ciudadanos que aparecían sin nombre ni apellido, (que en el mejor de los casos la TV asociaba a una cara), pero que la mayoría de las crónicas designaban como “la mujer del cartel”, “un señor de chomba azul”, “un chico con su papá”. Nuestros indagados, al parecer, no merecían ser conocidos ni siquiera desde la situación que los llevaba a decir lo que decían: profesión, lugar de residencia, situación social. En los peores casos, se repetía el estigma de “una señora rubia muy bien vestida”. Pero ya sabemos que a los manifestantes siempre se los juzga por portación de facha.

Esta falta de costumbre de incluir las perspectivas de quienes son el principal destinatario de las noticias se notó en la facilidad con que algunos llamaron entrevistas al revoleo de testimonios tomados al vuelo. Pero claro, tantos años de periodismo consignista acostumbrado a que las noticias sirven al solo efecto de ilustrar el eslogan de turno hace creer que un micrófono puesto en la boca del que se acercara al móvil es dar voz a los manifestantes. Y gente que sale poco terminó presentando como proeza de corresponsal cubriendo la guerra de los Balcanes lo que era una marcha de ciudadanos sin experiencia en movilizaciones.

El testimonio obtenido de un testigo eventual en una situación de emoción colectiva y comentado con un rigor que no suele aplicarse al mediático profesional dista mucho de ser un periodismo comprometido en respetar todas las voces. Dice Restrepo en su libro El zumbido y el moscardón que “se vuelve una escena de insoportable prepotencia la del periodista que acosa a las personas con su micrófono y su cámara porque es evidente que violenta públicamente a alguien que tiene el derecho de no ser molestado”. Poner en pantalla no es de por sí un acto de democracia mediática. Como decía Susan Sontag en Sobre la Fotografía también la cámara puede ser una agresión porque a las personas “se las ve como jamás se ven a sí mismas, se las conoce como jamás pueden conocerse; transforma a las personas en objetos que pueden poseerse simbólicamente”. Y terminaba con algo que se parece mucho a lo que pasó los días posteriores al 8N: “Quizás con el tiempo la gente aprenda a descargar más agresiones con cámaras y no con armas, y el precio será un mundo más atragantado con imágenes”.

Pero es difícil plantear la perspectiva de la gente en un grupo que se arroga la interpretación de sus preferencias mediáticas aunque las elecciones de las audiencias digan otra cosa. Los datos de la opinión pública (otro incómodo colectivo) justamente sirven para entender qué piensa la sociedad, como los de un reciente estudio cuantitativo de CIO sobre usos y opiniones sobre medios y periodismo:

-El 52% de la población de la región metropolitana sostiene que en Argentina hay menos libertad de prensa que hace cinco años. Solo un 17% cree que hay más.

-En orden de importancia, los encuestados eligen para informarse el noticiario de TV, internet, señales de cable, radio, y lejos, muy lejos, los diarios. El orden inverso que se les da a los medios en la discusión pública.

-Los referentes mediáticos con mayores niveles de confianza son Telefé Noticias, Jorge Lanata, TN, Clarín, María Laura Santillán, Santo Biasatti, La Nación y Telenoche. Con niveles más bajos se mencionaron Diario de medianoche, Telenueve, Daniel Tognetti, Arriba Argentinos, Duro de domar, A dos voces, TVR y 678. Coinciden los medios más vendidos o más vistos con los mencionados como más confiables.

-Los medios y periodistas elegidos por los referentes de opinión (empresarios, políticos e intelectuales) no son los mismos que los mencionados por la población general. También difieren en la forma en que se vinculan con la información. Los pareceres y hábitos del grupo que marca la agenda de discusión poco tienen que ver con la agenda de la opinión pública.

La confianza en las instituciones también ilustra en qué está resultando la polémica sobre los medios. En orden decreciente: ONGs (6.4), radio (5.8), TV (5.7), periodistas (5.7), fuerzas armadas (5.7), medios gráficos (5.5) y Partidos Izquierda (5,4). Por debajo de la nota promedio quedan fuerzas de seguridad (5.2), Iglesia (5,2), empresas (5,1); Partidos Derecha (5,0), la justicia (5,0); la presidente y sus ministros (5,0); el Congreso (4,9) y sindicatos (4,6). La encuesta coincide con los carteles que en la marcha del 8N señalaban las instituciones en crisis. Ahora se vienen los del 7D que presuponen escenarios que no son los que plantea la opinión pública. O la gente, o el pueblo, o la ciudadanía, o el sustantivo que sea admitido para designar algún colectivo distinto al porcentaje de las urnas. A los que les quedará el 6E para pedir a las Reyes magos los deseos desatendidos en las ocasiones previas.

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