billetes y palabras

Por Adriana Amado - @adrianacatedraa La inflación se nos ha vuelto un modo de vida al punto que la naturalizamos en la moneda y en las palabras. El incremento generalizado tiene como consecuencia la depreciación de los pesos y los significantes. En la economía cotidiana, recibimos con expectativas aumentos considerables en nuestros salarios, incrementos en las asignaciones sociales, creciemiento de facturación de los comerciantes para constatar luego que ni siquiera empardan con el costo de vida. La idea aumento de sueldo está más depreciada que el dólar paralelo. Algo parecido ocurre con algunas palabras que perdieron irremediablemente su valor.

 

La semana pasada, el sociólogo como Horacio González aclaraba en un programa de televisión que habían usado la palabra “golpista” para calificar un programa de televisión pero que eso no significaba que alguien fuera a dar un golpe. No fue una palabra dicha en el fragor de un debate, sino escrita en el último manifiesto del colectivo “Carta abierta”, que inauguró su comunicación con la sociedad acuñando la expresión “medios destituyentes” que remite al mismo concepto. Es decir, no se trata de una exabrupto sino de una expresión reflexionada por un colectivo que se define como de intelectuales. Pero no es el único concepto que circula livianamente en las conversaciones a pesar de la agobiante carga conceptual que trae a la cabeza cuando se lo pronuncia.

Milicia según el diccionario RAE es “1. f. Arte de hacer la guerra y de disciplinar a los soldados para ella. 2. f. Servicio o profesión militar. 3. f. Tropa o gente de guerra. 4. f. Coros de los ángeles”. El uso oficial hace un uso muy flexible de estas acepciones, como que “militar” es muy malo cuando es sustantivo pero es lo mejor que puede hacer un ciudadano cuando es verbo. Así la familia de palabras “del lat. Militĭa” es un intríngulis para cualquiera que no esté imbuido de la cultura nac&pop. Por ejemplo, “militar” es verbo bueno. “Militarizar”, malo. “Militante”, bueno; “militarista”, malo. “Militancia”, buenísimo especialmente cuando consiste en repartir colchones a inundados o controlar precios. Lo más paradójico del uso de todos estos términos que remiten indectiblemente a la época más triste del pasado reciente argentino es que quienes se los apropian son aquellos que dicen repudiar aquello que designan.

La palabra democracia también parece que nos quedó chica al punto que le agregamos una prótesis deformante, de esas que se usan para expandir un término corriente y hacerlo parecer más importante, como dice Alex Grijelmo, periodista especializado en el uso del español. Entonces en vez de hacernos problema problematizamos y para hacer algo más que hablar de un tema, tematizamos. Pero la cuestión es que democratizar resultó hacer democracia distribuyendo cosas tan distintas como computadoras, licencias de FM o cargos en el poder judicial. Y ya sabemos que pasa cuando los conceptos abstractos se vuelven cosas. En los años noventa la mismaprótesis se le colgó a privado y convirtió en verbo de uso diario a privatizar, al punto que dejamos de darnos cuenta lo que esa decisión significaba. Hoy se estatizan algunas cosas privatizadas entonces, pero con el verbo democratizar se hacen privadas algunas cosas que solía garantizar el Estado. Internet democratiza el acceso a la información, siempre que se cuente con recursos para comprar un teléfono inteligente y contratar un plan de datos carísimo. Democratizar la comunicación es para el gobierno financiar canales y contenidos para la televisión. Aunque también aquí hay una privatización maquillada de democracia porque los creativos y productores que ahora aportan sus producciones son cuentapropistas que cobran con presentación de factura.

Fernando Savater escribió hace poco que ética es una palabra que a fuerza de ser exitosa padece de las consecuencias de la inflación, que lo mismo sirve para excusar errores propios como para acusar los ajenos. Por eso dice el filósofo que de las definiciones la mejor es “ética es lo que les falta a los demás”. Y en el afán de usarla para enjuagar otros problemas se la usa como equivalente a tribunal de faltas, a leyes de rendición de cuentas, a valores morales, a proyectos de ley para controlar a otros, pero nunca para rendir cuentas. Dice Savater que “No hay nada peor para los valores que convertirlos en moneda ética”. Como los billetes depreciados, todos terminamos usando significantes vacíos a los que les atribuimos el poder mágico de comprar o nombrar lo mismo con algo que vale muchísimo menos.