Cristina en TV

Por Adriana Amado - @Lady__AA Una obsesión hermana a la presidente y sus seguidores como ninguna otra: más que por la patria dividida viven preocupadísimos por la pantalla dividida. El fenómeno que tanto inquieta a funcionarios y exégetas se manifiesta cada vez que una señal de televisión presenta, por lo menos, dos imágenes simultáneas una de las cuales incluye la figura presidencial o sucedáneas. Que llega a la amenaza del orden institucional cuando la imagen en competencia osa poner en un mismo tamaño manifestaciones ciudadanas o sucesos inconvenientes para el discurso oficial. Como cuando comenzó la amenaza, allá por 2008, en que los medios enemigos de ese orden que el poder considera suyo y solo suyo decidieron poner un discurso presidencial en un cuadro y al lado otros con las caras de chacareros fastidiados. Según el tenor de las denuncias oficiales y paraoficiales que desde entonces no cesan, las noticias deberían respetar las jerarquías porque su idea de democracia supone que también en cuestiones de pantalla el electo debería estar muy por encima de sus elegidos. Según este manual de estilo, a las palabras de un funcionario solo se pueden oponer aplausos o banderas agitadas. Patria y pantalla unificadas.

 

No es que el mosaico de imágenes simultáneas sea un invento argentino. O al menos no más que el dulce de leche o el colectivo, es decir un producto global cuya adaptación al gusto o a los recursos locales se venera entre nos como originalidad. La novedad es la creencia extendida entre la oficialidad de que las noticias solo son tales cuando transcriben literalmente lo que dice el poder. Cualquier escriba sabe que glosar la palabra sagrada es tan pecado como usar su santo nombre en vano. Casi como subtitular o menoscabar su santa imagen con herejes expresiones en contrario. Por eso en estas latitudes se puso tan de moda la cadena nacional que es la apoteosis de la comunicación que llaman “sin mediaciones” aunque solo ocurre en los medios. La consideran tal porque borra cualquier posibilidad de intermediación excepto la de la traductora para sordos, única gestualidad autorizada a convivir en la pantalla presidencial. Porque ya sabemos que no hay peores que esos que no quieren oír.

En sus últimas apariciones públicas, la presidente prescindió de la cadena nacional. Pero en ambas instancias (su discurso post convalecencia y sus festejos por las tres décadas de democracia) la mandataria pidió pruebas de fe al expresar su confianza de que a ningún canal se le ocurriría partir las ocasiones con imágenes impropias. La exhibición en simultáneo de episodios acaecidos en las calles argentinas no solo es inconveniente porque muestre desmanes o protestas. Para los analistas que alimentan la creencia presidencial de la amenaza de la pantalla partida hay un alto grado de peligrosidad en el videograph que acompaña la imagen si escribe “desmanes” y “protestas”. Ni hablar si imprime “caos” o similares. Para los cráneos de la “teoría de la patria zocalera”, el sobreimpreso en la pantalla es la amenaza más temible con la que debe lidiar la democracia por estos días.

La teoría tiene sesudos argumentos y pruebas que se presentan como inapelables. Al parecer, tuvo su origen en la observación de los televisores que los bares tienen sintonizados permanentemente en esos canales destituyentes. Como generalmente los aparatos están en silencio salvo para la transmisión de los partidos de fútbol, el sagaz observador social concluyó que el poder de esas señales no está en su llegada, que siempre es modesta, sino que el daño se inflige con los comentarios impresos desde los dos metros donde suelen colgarse los aparatos. Es una pena que aún no se hagan públicos los estudios que vendrían a explicar semejante transferencia de contenidos en la opinión pública porque sería el aporte más contundente desde que a Walter Lippmann se le ocurrió teorizar el asunto.

Incluso el texto fundacional es un misterio. Se dice que habría aparecido allá en ocasión del famoso conflicto agrario elaborado por una universidad señera pero de él no existe más que una escuálida gacetilla de prensa con afirmaciones prometedoras pero incomprobables. Una pena: que unas líneas sobreimpresas en la pantalla estuvieran en condiciones de torcer la voluntad de todo un país llevaría el fenómeno a la categoría de prodigio en un contexto donde hasta los escolarizados tienen dificultades para leer las consignas escritas de las pruebas PISA.

La hipótesis no explica por qué los sobreimpresos efímeros de las noticias serían más eficaces que la machacona insistencia de los eslóganes que por los mismos soportes y bastantes más nos invitan a cosas tan loables como “Argentina, un país con buena gente”. La frase acompañó la comunicación del gobierno nacional en los múltiples medios y formatos en que desde hace años se dispendian más de dos millones de pesos diarios. La teoría debería explicar cómo la patria zocalera le gana a la patria esloganera. Cómo un zócalo efímero en un canal de noticias es tanto más potente que la repetición incesante de una consigna: cómo lo más puede menos que lo menos.