medios - periodismo - público

Por Adriana Amado - @Lady__AA Dicen por ahí que la batalla cultural dejó delatados a los medios en sus maniobras manipulatorias y a los periodistas en su servilismo a las corporaciones que los contratan. Lo interesante es que el supuesto derrotado ha replicado parte del relato aprovechando los beneficios que da ante esta sociedad presentarse como víctima. Sin embargo, las evidencias indican que corporaciones y medios gozan de buena salud ante la opinión pública. Según un estudio global de confianza de la consultora Edelman los medios son la tercera institución social más confiable luego de las onegés y las empresas. El mismo orden se mantiene en los 27 países relevados, en Latinoamérica y en Argentina, donde incluso muestran una recuperación con relación al año anterior. Pero mientras en el ranking global, gobierno ocupa el cuarto lugar en confianza un poco después de los medios (44% frente a 52%), en Argentina la brecha se agranda: 54% de confianza en los medios frente a 23% para el gobierno.

Este año La Cornisa encargó una encuesta a Management & Fit para preguntar a periodistas y al público en general sobre algunos tópicos de la profesión. Entre los que están algunos lugares comunes que se escuchan por ahí, como ese de que los medios tienen poder de hacer renunciar a un presidente. Lejos de ser unánimes, las opiniones están divididas. La mitad de las personas fuera de la profesión creen que lo tienen y la otra mitad, que no (46% que no, 47% que sí). Los periodistas son más escépticos de esa potestad: un tercio piensan que no la tienen, uno de cuatro que sí y otro tanto no sabe qué contestar. En cambio unos y otros coinciden en afirmar mayoritariamente que los medios sí pueden hacer que un candidato acceda a la presidencia. Pero ya se sabe que opinión e información pueden contradecirse sin la que primera considere que tiene que acomodarse. Por eso no importa que en los últimos cuarenta años de democracia haya más presidentes que ganaron contra lo que preveían los medios que presidentes que pueden sospecharse de impuestos por la prensa. Los presidentes Carlos Menem en el 1989 y Néstor Kirchner en 2003 eran dos extraños desconocidos del país profundo de los que ningún columnista hacía grandes elogios. A la inversa, candidatos que gozaron de protagonismo de las noticias no pasaron a la historia.

Luis Gasulla revisó los diarios de fines del siglo pasado para su tesis de la Universidad de Buenos Aires, y publicó en varios datos que contradicen ciertas creencias muy repetidas (Relaciones incestuosas, Biblos, 2010). En 1989 el candidato de Clarín era Eduardo Angeloz y el de La Nación, Álvaro Alsogaray. En la elección presidencial de 1995 “El candidato del Frepaso Octavio Bordón ocupaba mayor espacio que Menem, que era ridiculizado por el diario por su promesa de que terminaría con la desocupación cuando fuera reelecto”, como se puede verificar en la edición de Clarín del 12 de mayo de ese año. Así lo ratificó el presidente reelecto al decir “Esta es una elección que le ganamos a los diarios”. Martín Sivak en su monumental investigación sobre ese diario recuerda que ahí no más en su nacimiento en 1945 Clarín hizo campaña contra Perón y que “en 2008 apadrinó a potenciales presidenciables, dotándolos de ideas y fuerzas desconocidas. Pretendía alumbrar así el inminente poskirchnerismo” (en Clarín. Una historia, Planeta, 2013). En ninguno de estos casos ganó el candidato de la prensa. ¿Qué diario inventó qué presidente?

La vocación destituyente de los medios que acusan ciertos intelectuales se contradice con la moderación de la prensa en las crisis las últimas décadas, que Fernando Ruiz tipifica como “periodismo de seguridad democrática” (en Guerras mediáticas, Sudamericana, 2014). En 2001, la prensa moderó sus críticas a los aspectos económicos y cuando se intensificaban los cacerolazos en las calles, las cámaras empezaron a mirar para otro lado como recuerda Graciela Mochkofsky (Pecado original, Planeta, 2011). La conciencia de la sociedad de esa situación la resume un graffity popular que decía “Nos mean y Clarín dice que llueve”.

Con estos antecedentes se entiende mejor que el 82% de esos mismos ciudadanos que sospechan operaciones contestan que no cambiarían su voto por lo que leen por ahí. Solo un 16% reconoce que cambió su voto después de haber conocido cierta información (y solo un 18% de los periodistas, que por profesión son gente más informada). Lo que a su vez confirma las generales de la teoría que habla del efecto de la tercera persona, que sostiene que la gente tiende a sobrestimar los efectos de los medios en los otros a la par que los desconoce para sí. En este mecanismo se apoya la acusación de manipulación de los medios para con la ciudadanía pero no para ellos, los iluminados, que se dan cuenta. Y a su vez se basa en el prejuicio de que el prójimo es peor que uno. El infierno, ya lo dijo Sartre, es el otro; siempre es el otro. Por eso, para las elites que no participan de cotidianeidad de los medios, estos les parecen el infierno. Para la mayoría de la población, para quienes los medios son más cercanos que los políticos, los funcionarios son los otros.