Por Adriana Amado - @Lady__AA Hace unas semanas, cuando se emitió el último capítulo de la tercera temporada de “The Newsroom”, varios periodistas lamentaban que la serie se discontinuara. La redacción de ese noticiero a la que alude el título es parte de una señal de noticias amenazada con terminar tan abruptamente como la serie. Quizás esa circunstancia es la que acerque a la realidad a ese periodismo idílico que pinta la ficción. Me acusaron de insensible en Twitter cuando dije que era de ciencia ficción o, a lo sumo, un documento de una época dorada que se acabó mucho antes a estos años en que transcurre la teleserie. Es menos romántico recordar que el periodismo hoy se parece más al de “House of cards”, cada día más dependiente de los tejemanejes de la política. O al del “Scandal”, donde los periodistas son directamente extensiones de los operadores políticos. En cualquier caso, no podrán negar que las fuentes y los jefes de prensa con que lidian se parecen más a los de esa vicepresidente trucha de “Veep” que a la fuente que se inmola en nombre de la verdad en “The Newsroom” (no voy a decir cuál ni cuándo, así que no cuenta como spoiler).
Después nos pasó por encima la actualidad y nada de lo que vimos en el periodismo estos días tendría chances en el equipo de Charlie Skeener (Sam Waterston). Por empezar, la productora experimentada en las últimas guerras, Mckenzie MacHale (Emily Mortimer), no permitiría llamar noticia algo que se publicara en Twitter. Ni que se la trajera Neal Sampat, su periodista especialista en informática (Dev Patel), con mejores recursos para distinguir informantes de operadores que esos periodistas que no distinguen un remitente encriptado de un trol. Menos se le ocurriría calificarla como primicia. Una filtración de una fuente no es una primicia en el periodismo de la ficción. A lo sumo es una exclusiva que concede un interesado y que no publicarían bajo ningún concepto, porque el off the record es para guardarlo, no para dar la información protegiendo al informante con anonimato. En la redacción de la cadena ACN estarían intentando chequear con fuentes que sí quisieran salir al aire, mientras irían preparando una edición especial para que el personaje más sólido del equipo pusiera sobre sus hombros las revelaciones que habrían chequeado y producido entre todos.
Quizás el mito más encantador de “The Newsroom” es la idea de construcción colectiva de la información que ayuda a que la más comprometida no quede en manos de último pasante sino que el periodista de espaldas más grandes la cargue en nombre del canal. En enero de 2015 vimos cómo cuando en Argentina hay algo complicado los periodistas se llaman a silencio o huyen a buscar la seguridad lejos de las amenazas que confirma abiertamente una fuente oficial, que en lugar de estar brindando información pública, publica información de particulares. Así truena el escarmiento para disuadir al próximo insolente de que lo que le conviene es el silencio.
“The Newsroom” es lo contrario de la personalización del periodismo, porque Will McAvoy (Jeff Daniels) será la cara visible del noticiero pero solo para tener más responsabilidades legales y éticas que el resto de los compañeros que trabajan para darle soporte. Su programa nocturno no se arma con periodistas leyendo tuits en cámara, o chequeando al aire las temerarias versiones que tiran, con la misma imprecisión, los invitados o sus colegas de piso. Justamente lo contrario que haría una redacción de manual como la de la serie. El protagonismo solo cuenta para ganar el derecho de avanzar en una investigación que los intereses políticos o empresarios desaconsejarían, o para poner la renuncia a disposición del jefe, si se pusiera quisquilloso y olvidara que el periodismo es hacer lo contrario que la patronal aconseja. Imposible asociar ese guion al capítulo siniestro que estos días escribieron torpemente el poder y un periodismo que hace la venia a sus mandantes. O el que se indigna demagógicamente con las audiencias leyendo los posts de Facebook sin capacidad de explicarles que los “Me gusta” no valen como denuncia.
Y no es que ya no se vean esas cosas en los medios, como podría decir un nostálgico. Es que nunca las vimos. “The Newsroom” es el cuento del periodismo que ya fue, de un modelo que tuvo fuerza en Estados Unidos y que del Watergate para acá vino en decadencia y que en Latinoamérica no llegó a concretarse ni siquiera en un manual de buenas intenciones como son los de ética. Al menos, no cuajó en ninguno que tuviera real incidencia en la profesión. Mientras los investigadores hace años que sabemos que no existe algo así como un periodismo global, los periodistas argentinos se identifican con modelos que nunca llegaron a ser.
Claro que si no fuera por los personajes del cine o la literatura sería difícil para los periodistas sobrellevar la mediocridad de los ambientes en los que circulan. Las fuentes con las que pelea todos los días no son mártires que corren riesgos por la sociedad, como en las películas, sino operadores que cuidan su silla con el juego de filtraciones y globos de ensayo que imponen a un periodismo huérfano de información pública. Tampoco los editores con los que lidia son defensores de altos principios éticos como en la serie, ni los patrones son tan glamorosos como Jane Fonda (Liona Lansing) que sin abandonar su ánimo de lucro cada tanto desciende a la redacción para pelear un poco por sus posiciones. La idealización del periodismo es tan nociva como la crítica despiadada porque ninguna de las dos se pregunta en qué condiciones está desarrollando su tarea el periodista, con qué recursos y con qué respaldo y razones puede decir lo que dice o callar lo que calla. Quizás empezar a reconocer la debilidad estructural del eslabón periodístico en el oscuro engranaje del poder y aceptar la enorme distancia de su realidad cotidiana con ese periodismo de ficción sea el primer ejercicio de libertad de expresión en mucho tiempo.