Por Adriana Amado . @Lady__AA Unos días antes de las elecciones primarias del domingo pasado lancé un llamado a la solidaridad a mi red de Twitter. Buscaba testimonios comprobables de ciudadanos que declararan que iban a votar movidos por esas gigantografías espantosas, con caras que no nacieron para ser admiradas en carteles iluminados las 24 horas. Este año, la política decidió que tenía que poner a los votantes argentinos a tener una elección cada semana. Y como todos los días hay una campaña en algún lado, no hay forma de escaparse a ese festival de narcicismo que repite, con pocas variantes, el mismo mensaje electoral en el mismo formato de fotoyó: “Yo me amo así que lo menos que debería hacer Ud. es votarme”.
Urgente: se necesitan testimonios comprobables de personas que hayan decidido su voto por un llamado de teléfono o un afiche con cara fea.
— Adriana Amado (@Lady__AA) abril 24, 2015
En tren de exhibicionismo no le alcanzó contratar carteles en rutas y autopistas a un costo mensual que resolvería el problema de vivienda de una familia de manera definitiva sino que pegotearon sus caripelas a cuanto espacio vertical esté disponible. Esa codicia de convertir cualquier soporte en portarretrato urbano empujó a muchos candidatos a aceptar como vidriera política hasta los contenedores de basura. ¿Qué podemos pensar de la campaña “Vivir mejor” cuando semejante promesa está adherida al lugar donde tiramos los desperdicios? ¿Cómo supone que podemos tomar el mensaje de que la ciudad estará en buenas manos un candidato que acepta que su equipo de campaña ensucie el espacio público de manera obscena? ¿Cómo pueden parecerse tanto en esa negligencia partidos que se dicen en las antípodas ideológicas?
Me encantaría escuchar a quien pudiera demostrar fehacientemente que esa forma de hacer campaña trae votos. Que la búsqueda de notoriedad de cualquier manera genera confianza en el candidato. Que el exhibicionismo dispendioso en millones en afiches y carteles puede comunicar la idea de que su protagonista es un administrador responsable de los bienes públicos. Los que creen que a los oficialismos les va bien porque gastan fortunas en publicidad no entienden que año a año duplican los gastos para sacar cada vez más pobres resultados. Que no se vota porque una ciudad se pinta entera de un color o porque el semáforo tiene un cartel en donde el intendente se agradece a sí mismo por instalarlo, sino a pesar de eso. Y si le va bien a algunos que hacen esas tonterías, es porque ni se plantean que les podría ir incluso mejor sin ellas.
Vuelvo a dejar plantear la inquietud ahora que ya se conocen los resultados para ver si hay algún votante que me convenza de que ellos votaron porque les regalaron un globo, una camiseta con algún candidato convertido en logo, por un cartel pegado en la puerta de su casa. Todavía no apareció nadie. Quizás algún consultor de esos que aconsejan esos gastos pueda aportar alguna evidencia que justifiquen las fortunas que la política malgasta en esa comunicación electoral. Las conclusiones a las que llegamos con varios especialistas confirman que no debería confundirse la comunicación pública con ese espectáculo innecesario. He escuchado algunas opiniones pero hasta hoy no he visto que nadie haya demostrado que exista alguna relación, más allá del negocio electoral que hacen unos pocos, entre votos y fotos.