Cristina día de la bandera

Por Luis Majul. En la avenida Entre Ríos al 1300, en el barrio de Balvanera, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se podía apreciar, hasta ayer, una enorme pintada, coloreada de celeste y blanco, que decía: “Argentina Sí, Buitres no. La Patria no se negocia”. Estaba firmada por La Cámpora. Los militantes que la rubricaron pertenecen a La Comuna Tres. ¿Cómo se sentirán después del anuncio de la Presidenta, el viernes pasado, Día de la Bandera, cuando en un espectacular giro, luego de calificar al juez Thomas Griesa y a los fondos buitre de extorsionadores, afirmó que se sentaría a negociar con el 100% de los acreedores? La pregunta es pertinente porque en la respuesta debería estar configurada la verdadera ideología del Frente para la Victoria, el kirchnerismo, el cristinismo o como se quiera llamar a la fuerza política que viene gobernando la Argentina desde hace más de diez años.

 


El lunes, Cristina Fernández estaba enojada. Muy enojada. Acababa de recibir uno de los más fuertes golpes políticos con excepción de las últimas elecciones. El fallo de la Corte Suprema de los Estados Unidos iba a terminar desmoronando todas las buenas noticias económicas externas que empezaron con la aceptación de dirimir las diferencias con las empresas extranjeras en el CIADI, continuaron con la indemnización a Repsol por la expropiación de YPF y se habían coronado con el acuerdo con el Club de París.

El discurso que pronunció por cadena nacional, aunque grabado y muy estudiado, estuvo impregnado por ese ‘enojo’. Por eso utilizó la palabra extorsión. Fue una reacción muy parecida a la derrota que el Gobierno sufrió en el Congreso a su pretensión de imponer la resolución 125 para aumentar la alícuota de las retenciones al campo. Esa madrugada Néstor Kirchner y Cristina Fernández, analizaron seriamente la posibilidad de abandonar el Gobierno. Al expresidente se le mezcló la derrota parlamentaria con la muerte de uno de sus mejores amigos.

La Presidenta primero aceptó la sugerencia de su esposo, y con el correr de las horas comprendió que sería mucho peor el remedio que la enfermedad. A mitad de la semana pasada, los mercados del mundo y también de la Argentina creyeron que el país iría a la cesación de pagos. Todos los indicadores cambiarios y bursátiles se pusieron en estado de emergencia. Los que conocen cómo se mueve la mesa chica le adjudicaron un papel determinante en la posición final de negociar con los fondos buitre a Carlos Zannini. El secretario Legal y Técnico de la Presidencia fue, en realidad, el que comunicó, en la reunión secreta del Parlamento, a los jefes de bloque, que Argentina negociaría “en las mejores condiciones”. Pero el que terminó de convencer a Cristina de que no había más margen de maniobra fue el propio ministro Kicillof.

También fue el que le pidió que no utilizara términos que podían enojar a Griesa. O, lo que es peor: que podrían generar dudas en la voluntad de negociar del país. La pregunta correcta, ahora es ¿por qué la Presidenta tiró tanto de la cuerda? Una respuesta posible: porque tanto Ella como Él acumularon poder y autonomía mostrándose bravos, indomables y, en especial, desobedientes. Hay decenas de ejemplos que lo prueban: el no acatamiento de los fallos de la Corte Suprema se podría considerar como de los más notables. La provincia de Santa Cruz jamás repuso en su cargo al procurador Eduardo Sosa.

El Gobierno nacional tampoco acató la orden de pagarle lo que le corresponde por ley a millones de jubilados ni de reintegrar el dinero de la publicidad oficial a los medios y productoras que fueron discriminados por criticar y denunciar a los funcionarios. Otra respuesta posible es que, durante unas horas, Cristina Fernández se enamoró de su propio discurso. Y además recuperó el centro de la escena política, corriendo de la tapa de los diarios los vericuetos de la causa por la que en cualquier momento terminan procesando al Vicepresidente, y colocando también, en un segundo plano, los problemas más serios de la economía: la inflación, la recesión y el fantasma de la desocupación.

Ahora, lo que importa es cuáles serán las consecuencias de este sorprendente giro que casi deja a la Argentina patas para arriba. La administración debería, para empezar a negociar, mantener la cabeza fría y pararse lejos de las bravuconadas y los discursos altisonantes. Y no solo por respeto a la militancia. A esta altura la Presidenta debería saber que cada ‘jueguito’ para la tribuna se paga con un aumento del dólar paralelo, un crecimiento del riesgo país, y un alejamiento de los mercados y los organismos internacionales de crédito.

La suba promedio de más del 10% del viernes para los papeles de empresas y bancos argentinos en la Bolsa de Nueva York puede llegar a confundir, otra vez, a los custodios políticos de la negociación con los fondos buitre. Los expertos saben que esto recién empieza. Y que más vale no cantar victoria antes de tiempo, porque cualquier movimiento en falso puede colocar, otra vez, a la Argentina, al borde del default. Se lo deberían explicar, con paciencia, a los que pintaron el cartel de la avenida Entre Ríos, con el guiño presidencial. Si es que todavía gozan de su confianza política. Ya habrá tiempo, una vez que terminen de gobernar, para explicarles a ‘los pibes para la liberación’ porqué los mandan a defender a Boudou o a perseguir al fiscal José María Campagnoli.