Cristina Fernandez

Por Luis Majul. La Presidenta juega con fuego. Y dicen que está cada día más contenta y revitalizada. Porque siente que este fuego le podría dar calor político hasta el momento de dejar la banda a su sucesor, en diciembre de 2015. Y también porque siente que este fuego, todavía, no la llega a quemar. En efecto, Cristina Fernández juega con fuego, al seguir protegiendo y defendiendo al vicepresidente, Amado Boudou. Y además juega con fuego al recalentar el conflicto con el juez Thomas Griessa y los fondos buitre. Está claro que la orden a Boudou de presidir la última sesión del Senado y a los senadores del Frente para la Victoria de salir a sostenerlo es audaz y tiene un costo. Es audaz, porque una vez más Ella pudo mostrar, hacia adentro del peronismo y del gobierno que todavía manda, y que se puede dar el lujo de hacerlo sentir. Y tiene un costo altísimo: porque aunque ahora las encuestas muestren que subió entre 6 y 7 puntos en imagen positiva y bajó unos 5 puntos en imagen negativa como producto de la empatía que produce su pelea cuerpo a cuerpo contra los fondos buitre, mañana o pasado le van a cobrar su osadía, como se la cobraron a Carlos Menem desde el momento en que dejó de gobernar.

 

Es decir: por alguna extraña razón la mayoría de los argentinos todavía no hace a Cristina Fernández responsable directa de los hechos de corrupción que le endilgan a quien fue su compañero de fórmula. De alguna manera, le deja afuera de la vergüenza y del papelón. Lo hace, entre otras cosas, porque la jefa de Estado no avala a Boudou de manera explícita, ni pone en tela de juicio las denuncias judiciales en su contra. Pero ¿durante cuánto tiempo podrá mantener ese delicado equilibrio? ¿Cuántos días, semanas o meses tendrán que pasar para que la opinión pública no interprete esa postura con algo muy parecido a la complicidad? ¿O con la idea de que Ella lo protege y no le pide licencia o su renuncia porque estaba al tanto de todo, desde el principio, y lo impulsó con su propia investidura?

El paso del tiempo suele agigantar los pases de factura. Y ya hay una larga lista de dirigentes del Frente para la Victoria que anotaron con lápiz las consecuencias de la decisión de Cristina Fernández, de “aguantarle los trapos” al vice. Desde sus incondicionales, como Carlos Zannini, hasta el senador y precandidato a presidente Aníbal Fernández, pasando por el gobernador Daniel Scioli, el ministro Florencio Randazzo, el Presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez y el presidente del bloque de senadores nacionales del Frente para la Victoria, Miguel Angel Pichetto. Aníbal, muy preocupado por el costo que le genera a su candidatura, ya le sugirió a Boudou, en dos oportunidades, que tuviera un gesto de grandeza, y que diera un paso al costado sin esperar que se lo pida la jefa de Estado. “Esto es una injusticia. Y el misil es para mí, pero en especial para Cristina. A mí no me perdonan que me haya ido tan bien en tan poco tiempo en política. Y a Ella no le perdonan que me haya elegido a mí, en lugar de otros que hoy nos están operando en contra. Igual, que no se hagan ilusiones, porque a mí, de la cancha, así nomás, no me van a sacar”, le habría respondido el vicepresidente no solo a Fernández sino también a Pichetto.

El fuego con el que juega al plantear una pelea frontal contra el juez norteamericano y los fondos es de naturaleza más compleja. Y excede, por mucho, las torpezas del propio Griessa y las declaraciones grandilocuentes del ministro de Economía, Axel Kicillof. Guillermo Nielsen, por ejemplo, cree que la falta de acuerdo puede poner en peligro no solo la negociación con los holdouts, sino la mayoría de la reestructuración de la deuda. Nielsen fue uno de los expertos que negoció el canje de deuda en 2005. Esta advertencia Nielsen se la transmitió a Zannini y también al presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega. Pero el secretario Legal y Técnico de la Presidencia le comentó que no podía comentar sus palabras a Cristina de manera textual. Y Fábrega ni siquiera tuvo el tiempo, el espacio ni la ocasión para sugerirlo.

La Presidenta prefiere escuchar a Kicillof, quien sospecha de cualquiera que no insulte al magistrado o demonice a los fondos buitre. El nuevo hombre fuerte del gobierno ha encontrado en esta lucha la nueva razón de ser: a partir de ahora, todo lo malo que pase con la economía de todos los días será responsabilidad del Gran Enemigo y de sus socios locales, y las pocas cosas buenas deberán ser adjudicadas al coraje y la audacia de la Presidenta de La Nación. El aumento constante de la inflación, la desocupación, el precio del dólar oficial y el blue y la pérdida del poder adquisitivo del salario podrán ser disimulados en medio del relato épico, hasta que sus consecuencias sean tan desastrosas que no se puedan ocultar más. El problema es que, para ese entonces, el fuego habrá quemado, mucho más, a la sociedad, en su conjunto, que a la jefa de Estado, al final de su mandato.