La última vez que hablé con Cristina a solas,  hace mucho ya, cuando su marido recién empezaba a gobernar, dedicó el noventa y cinco por ciento de la charla a criticar a los periodistas y los medios de comunicación. Ella, igual que Néstor, considera a casi la totalidad de los dueños de los medios y sus trabajadores “cuasianalfabetos”, corruptos, oportunistas y carroñeros.

En los dos o tres minutos en que pude meter un bocadillo, le comenté que, más allá de su análisis, el Gobierno tenía la obligación de dar información detallada sobre sus actos.

No recuerdo si su sonrisa posterior fue burlona o de compromiso.

Sí recuerdo que a partir de ese momento, me quedó bien claro cual iba a ser la relación de los Kirchner con los medios: a los que no pudieran seducir por coincidencia ideológica o con pauta publictaria, los ignorarían, los ningunearían, les negarían información o intentarían callarlos con sutileza o sin ella.

Ayer la Presidenta no dijo nada nuevo ni interesante. Sin embargo, el dato más importante es que Cristina se mostró dispuesta a tragarse el sapo, con la intención de reconciliarse con parte de la sociedad argentina.

En cierto sentido es lo que hacen todos los jefes de Estado, más allá de sus gustos personales. Y esta nueva foto la hace parecer más racional, menos autoritaria, más madura, menos caprichosa.

Un tanto más educada y previsible. 

{moscomment}