UNA LECCIÓN DE NATALIA OREIRO A BRITNEY SPEARS
La diva ante el espejo deformante

Amanda OPor: Julián Gorodischer. Con el estreno de Amanda O (por América y en el sitio www.novebox.com) se produce un debut: Natalia Oreiro, que se hizo famosa como cándida con la cholito y la monita, cambia de fórmula. Ya se la había probado como heroína romántica (en El deseo) y no funcionó como el “tanque” que creían que iba a ser para Telefé. Entonces quedó (por esa necesidad de perpetuar las mismas formas, por elección o por inercia) atrapada en la chica-machito, que en algún momento se destapa como femme fatale, aunque manteniéndose en tensión con el chongo interior.

La diva que le toca en Amanda O es una operación más riesgosa, lo cual no agrega calidad pero sí complejidad al programa. Con trazo demasiado tosco, narración apurada, pocos actores y locaciones, la miniserie innova sin embargo en la alianza que propone entre la actriz y el personaje. Amanda es muy parecida a Natalia: tiene éxito en Israel y Rusia; su apeliido empieza con la letra “o”; canta, actúa en telenovelas. La misma cara…. Esa misma alianza ya había sido ejecutada por Britney Spears, Jessica Simpson, Carmen Electra, y otras, en realities biográficos que abarcaron desde la comedia grotesca hasta el drama rosa.

Pero mientras las rubias de Hollywood lavan imagen deteriorada con sus realities hechos a medida, como si una biografía oficial-ficcional alcanzara para redimirlas de momentos de baja o gordura, la Amanda de Oreiro prefiere tocarse con la actriz y a la vez asumirse como doble, hipócrita ante el fan y luego ante el patovica que la cuida, irritada como rasgo de carácter fijo, clasista, soberbia…. La vanidad es una esencia irrefutable, la frivolidad como rutina, la imposibilidad de amar como lema en el matrimonio, el desprecio al trabajo como don de mando. La incapacidad de actuar el realismo es un talento, la adopción de una máscara de comedia en la vida ocurre aún sintiendo odio hacia todos, la adopción de un huerfanito se enuncia para conmover al público. 

Y también es despectiva con la pareja; está únicamente abocada al cuidado del peinado, particularmente cruel en su despido compulsivo de colaboradores que contestan como ella no se esperaba, caprichosa en los pedidos y diligencias constantes que solicita, avara en el manejo del dinero, poco clara en la acreditación de propiedades, ingenua y lenta para entender que está pasando alrededor suyo, torpe para robar en un local de ropa, especialmente hábil para ganarse enemigos en figuras poderosas, carne de cañón para que le encuentren cadáveres en el placard.

Es tan abundante el conjunto de variables negativas, tan avasallante el caudal de puntos oscuros que la estrella Natalia Oreiro sale indemne, sin riesgo de contaminación, y hasta se despega con momentos graciosos en base a acumulación de bobería y malicia, aunque puedan perder fuerza en el contexto general del programa. Desde el margen del mundo, Natalia les da una lección a las siliconadas (Britney, Jessica & Co), cuyos engendros que llamaron programas están tan lejos de Amanda O como Amanda O lo está de Socias, por nombrar un producto mejor terminado. Amanda O decide no luchar contra la rubia tarada y la famosa yegua que –dice el mito- hay en toda estrella. Una dosis de ironía siempre salva.

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