SOBRE LOS GLOBOS DE ORO A HEATH LEDGER Y WOODY ALLEN |
Dos tributos merecidos |
Por: Julián Gorodischer. El domingo vi por televisión la entrega de los Globos de Oro que consagró a Heath Ledger (el Joker de El caballero de la noche), y eso me hizo recordar a la que-creo- fue la mejor composición de 2008: la refundación del villano de Batman que dejó convertido en un triste “bandido” al anterior de Jack Nicholson. En Ledger nunca hay parodia. Lo suyo no es sumarle a la caricatura histórica algunos rasgos propios. El estereotipo estalla: en sus gestos crispados y su movimiento frenético pareció habitar completo el mundo contemporáneo. Su “placer por matar” y sus atentados en masa comentan las imágenes mediáticas del terrorismo global. El ensombrecimiento de la figura de Batman, detrás del rol estelar de Joker, sintoniza con la falta de líderes nacionales carismáticos. |
La muerte joven necesitaba, según el protocolo en Hollywood, la ovación de pie que garantizara el acceso a “mito”. Seguramente el Oscar revalidará las medallas que debieron haberle entregado al cowboy melancólico de Secreto en la montaña. La suerte de sus contemporáneos en la terna está echada para mal, antes de que se abra el sobre. La figura del “incomprendido” sobrevuela por momentos a Joker y lo liga también a imágenes inocuas, digeribles, como la rebeldía de estrella de rock ante el star system. Resistente a la sociedad occidental y cultor del daño como manifestación del arte, el Joker de Ledger trasunta una filosofía del delito, no guiada por el impulso ciego, apoyada en argumentación. Más humano que sus precursores, por primera vez se puede estar o no de acuerdo con el villano. Compartiendo métodos con el terrorismo, cuestiona la nueva Guerra Fría. La destreza del actor para contenerse y después atacarse de nervios define un estilo: ambigüedad que se trabaja en claroscuros.
***
La consagración mítica de Ledger no es, sin embargo, la única señal que dieron los Globos de Oro de hacia dónde hay que mirar este verano. También señalaron a Vicky Cristina Barcelona, de Woody Allen (que se estrena el jueves), como la “mejor comedia”. Allen demuestra cómo un folleto turístico (que atribuye a Barcelona las mejores obras de arte y los seres más sensuales) puede, en sus manos, convertirse en un mapa exhaustivo de la subjetividad humana. Liberado de la carga dramática, sin deseo de ser profundo, logra diseccionar las leyes de la atracción, girar en torno “a lo que falta”/ “lo que sobra” como el eje que articula la continuidad o la ruptura en cualquier pareja. La comedia ligera es la herramienta para retratar la complejidad: el desenamoramiento, la claudicación, la tendencia a quedar insatisfechos se iluminan a través de tres triángulos con el mismo vértice. Y, provocando a los que le rogaban un continuador, concreta la sucesión del modo impensado: su doble neurótico y acomplejado es Scarlett Johansson. En ella recaen la pasión hipocondríaca y el trauma como articulador de la existencia, aquí bajo el lema: “No estoy dotada”.
El genio, como patrimonio del mundo, hace bien en salir de gira periódicamente para refundar las ciudades que toca con su cámara. Después de él, Barcelona se asocia al deseo en el aire, flores que cubren el piso, más mediterránea y jovial que en cualquiera de sus retratos previos. Pero la comedia, como “folleto turístico” (parte de la financiación del film la provee el ente promotor de la ciudad española, que impuso “Barcelona” en el título), debería garantizar un final feliz, y no lo hace. Como siempre las relaciones son interferidas por terceros. La curiosidad arruina parejas incipientes y matrimonios de años. El tema en Woody Allen es la inadecuación, aún tratándose del paraíso.
{moscomment}