EL BOOM DE LOS DOCUMENTALES SOBRE CATÁSTROFES |
La era del terror |
Por: Julián Gorodischer. El otro día Fernando Peña decía algo cierto en El Parquímetro: son un boom los programas sobre catástrofes en los Estados Unidos. El fenómeno está por llegar a las pampas: Nat geo y Discovery Channel se están volviendo catálogos de accidentes aéreos, tsunamis, masacres, incendios, demolición de estructuras monumentales, etcétera. A su vez, Infinito está virando a un perfil meramente conspirativo (grandes ardides universales, crímenes muy tramados) en reemplazo de la temática espiritual. Tanto en las noticias de CNN y Fox News como en la invasión de documentales y docurrealities apocalípticos las cosas se cuentan a lo grande. |
El molde lo aporta el cine catástrofe. La historia real se convierte en una película de ficción: la emergencia económica y la destrucción de Gaza alientan a un consumo de tragedia de 24 horas. Hacer espectáculo con la catástrofe (el único modo que tiene el american business de construir relato masivo) implica en todos los formatos un discurso nacionalista exacerbado. La catástrofe arquitectónica y la reconstrucción posterior, por ejemplo en Demoliciones monumentales, se cuenta como emprendimientos colectivos apasionados. El minuto a minuto del accidente, en May day: catástrofes aéreas, incluye el morbo de vivirlo mediáticamente como si se hubiese sido una de las víctimas, o como si se pudiera serlo alguna vez “tal el estado del mundo”.
El dolor televisado es colectivo y profundo, y sucede como en una invasión que amenaza la identidad nacional (el famoso America’s Under Attack que ya se hizo costumbre acompañado del cartelito titilante de Alert que C5N quiso imponer en la Argentina): el ciclo Pandemias siempre deja un resultado positivo, una vacuna, un héroe científico.
El Apocalipsis calienta la información económica (ascendida de suplemento a discurso único) se cuenta como una invasión de naves nodrizas que fundó el género catástrofe globalizado con V Invasión Extraterrestre: se crispa hasta Bloomberg con sus pantallitas divididas ilustrando varias capitales, mismo escenario en diversas latitudes (“La Bolsa”) y un horror sin pérdida de sangre al menos en una primera entrega.
Todo el paquete catastrófico junto remite a El día después de mañana, de Roland Emmerich: es el inicio de la fase de destrucción global. Será letal en tanto no aparezca el gran héroe norteamericano de estos tiempos, que entre las cenizas haga surgir el mejor relato, el más vendedor, futuro best seller de Martin Amis, seguramente un canto a la identidad norteamericana heroica, solidaria y capaz de resistir a cualquier adversidad de ese destino “que escriben ellos mismos”.
En un Apocalipsis integral y efectivo todo conspira para la debacle: en Twister no hay un solo huracán que ataca a los publerinos sino un montón; en Snakes on a plain (por nombrar una catástrofe reciente inspirada en el 11/S) no hay una Anaconda (como se estilaba en los ’90), sino decenas de reptantes. Los documentales de Nat Geo y de Discovery construyeron un monstruo de pisotón más grande que Godzila o Cloverfield.
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