NO VEAN A ARTAZA NI A CHERUTTI
Vean a Tina Fey

Tina FeyPor: Julián Gorodischer. Esta mujer ganó elecciones, en diciembre, que la consagraron como “personaje del año” en las revistas GQ, Vanity Fair y Details. Fue difícil distinguir cuál era la criatura inventada por Tina Fey y cuál la verdadera gobernadora de Alaska. Su imitación perfecta, con transcripción hasta de las comas de los discursos de la candidata star, se convirtió en cuestión de Estado cuando los columnistas señalaron su incidencia en la baja en las encuestas de los republicanos. El enorme parecido físico entre la actriz y la barracuda ayudaba, claro. Las mayores mediciones de la historia de la comedia televisiva las obtuvo su programa, Saturday Night Live. 

Quizá nada hubiera sido posible sin el parecido físico: igualmente talentosa fue la imitadora de Hillary y, sin embargo, se perdió sin pena ni gloria en el olvido después de la campaña. La capacidad de observación de Tina es mérito propio. 

Su radar logra replicar, luego, hasta pliegues faciales, desde ya inflexiones de esa voz de directora de escuela estatal, pero también cada milímetro de su discurso recalcitrantemente conservador: las alteraciones habrían sido innecesarias; sus cadenas nacionales y debates apócrifos se convirtieron en magistrales piezas cómicas. Tanto Tina como el George W. Bush de Josh Brolin en la recién estrenada W., de Oliver Stone, inauguran la era de la imitación calcada: el exabrupto gobernante provee material sin necesidad de guiones ficcionales. A veces, como es usual en Tina, la técnica es mover la frase a otro contexto, extrapolarla (la famosa gaffe “Desde mi casa veo Rusia”) para que pase a ser una muletilla recurrente de la candidata. 

El resto del trabajo, en Tina/ Sarah como en W., es estar atento al contexto exasperante: la política decidida mediante power points o la construcción de imagen como eje del debate partidario. La parodia contempla escenarios como del género televisivo de la opinión política (aquí en extinción), busca imitadores geniales también para la moderadora negra, la presentadora rubia. 

Es ver el funcionamiento del absurdo después de que alguien lo señalizó; el simple proceso de desnaturalización dejó boquiabiertos a los norteamericanos, y Tina quedó convertida en la última heroína del star system, mucho más arriba que cualquier actor de Hollywood: ella logró que el entretenimiento generara opinión pública, se metió en el corazón “de una Nación”, casi equiparó en números su apócrifo debate con el vicepresidencial, puntuó la barrabasada de barracuda (su proclama insistente antiabortista y prematrimonial y su énfasis belicista) y la hizo insostenible, más allá del rosa del vestuario y la sonrisa de ama de casa inofensiva. 

A años luz quedan las toscas creaciones locales de Artaza y Cherutti que hoy reinan en Mar del Plata. Sus monstruos políticos son, desde Méndez a la fecha, unidimensionales y sostenidos por un solo rasgo de carácter obvio (corrupto, distraído, autoritario) o un solo defecto físico (calvicie, nariz ganchuda, ojos bizcos). La concepción local de lo masivo es menospreciante: se reduce lo que podría funcionar como un señalamiento de discurso al armado de un freak de circo. El resto es ponerlo a trabajar en un sketch malo en el que se vea un culo. Encima Tina se bajó de Sarah para dejar libre a su impulso creativo. Y éstos siguen…, desde hace décadas…, siguen….

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