LLEGÓ HOMBRE AL AGUA |
Se extraña el viejo Telematch |
Por: Julián Gorodischer. El programa más visto del verano (Hombre al agua, promedio de 20 puntos según Ibope) desvirtúa la propuesta del clásico del género, el alemán Telematch, creado a mediados de los 70. En aquél, los pueblos del interior de Alemania peleaban su jerarquía simbólica en contiendas grupales que exigían a sus héroes demostraciones extraordinarias de fuerza y velocidad. El carácter temático de cada gala ambientaba las carreras en foros romanos, castillos medievales, calles del Lejano Oeste, enfatizando la teatralidad de la puesta escénica. |
En Telematch la competencia se apoyaba en organizaciones sociales capaces de distribuir el trabajo entre sus miembros de acuerdo a habilidades y dones (fuerza en la cinchada, velocidad en las carreras terrestres, equilibrio para atravesar las ruedas y las pelotas gigantes).
Los Weinbaum limitan la propuesta a la ejecución de una rutina (postas de rodillos con vaselina, pelotas gigantes, lianas, piñas automáticas, un “reloj asesino”…) que reduce la teatralidad anterior al grado cero del naturalismo coyuntural cuando los concursantes entregan gritos de guerra antes de la largada: “¡Quiero dejar el bondi!”, “¡Para pagar las cuentas!”. Los creadores de Hombre al agua permutan la causa compartida por un desafío individual sujeto a la actualidad de la temporada (“faltan monedas…”, “…aumenta drásticamente la luz”, se desprende de los gritos). No se concibe a corredores que puedan asumir una representación comunitaria.
Un ganador virtuoso era seguro en el viejo Telematch, que apostaba su vigencia (su conversión en clásico) a la historicidad de los pueblos representados. El certamen fue una tabla en la que se pudo medir el estatus de las regiones de Alemania. Un perdedor es seguro, en cambio, en cada posta de Hombre al agua: el enlodado, el golpe, el resbalón viene siempre después del salto, alimentando la lectura (expresada cual transmisión radial deportiva) que hacen los Weinbaum de cada fracaso. El “hombre al agua” se ubica entonces en las antípodas de su congénere alemán, ligándose al clown o la víctima del blooper.
Hombre al agua se ampara en el poder de la repetición para sumar televidentes, confirmado previamente por los índices de El muro infernal. La facilitación de discurso (sin conflictos de envergadura, ni personajes constantes ni variaciones de los circuitos) también alcanza aquí sus niveles más altos. La monotonía de un circuito siempre igual al capítulo anterior garantiza la satisfacción, sumada a la seguidilla de golpes.
La toma abierta de gran estadio fue reemplazada por un plano chiquito, cercano, en el que se ve a los pobres protagonistas de un mal guión: no tienen otro destino que no sea el comentario burlón de los Weinbaum (que de todos modos son más relajados y cordiales que los gomazos de Tinelli). La máxima ambición de notoriedad que espera a los participantes locales es un video del tipo “Mírenme qué impresentable” en los archivos de Youtube.
El reality show fue, quizá, el responsable mayor del cambio de reglas del juego acuático: antes fue la honra debatida por fuerza y velocidad, ahora es la permanencia individual sujeta a la expulsión progresiva (se va el que cae al barro, el que es barrido por una “aguja de reloj”, el que no supera el tiempo máximo…). Los jugadores acuáticos menos virtuosos del mercado son los locales (que ahora se exportarán al mundo, en versiones grabadas en Argentina), a quienes por momentos se intenta imbuir de una mística propia: entonces, los hermanos Weinbaum dicen que “los músculos empiezan a arder, las pulsaciones están al límite”. Pero el último plano corresponde al resbalón o la siempre poco elegante caída, como en los bloopers. Se tiene suficiente pudor –eso sí- para no mostrarlos salir de la pileta vencidos. ¡El show debe seguir!
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